El salón de baile

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—Vamos, Leonor, no te quedes ahí parada —Leonor suspiró y siguió a Isabel, sintiendo una extraña incomodidad en el estómago. No era solo el nerviosismo por el baile, sino algo más profundo, una sensación de que algo no estaba del todo bien.

El interior del castillo de las Dos Reinas era un reflejo de la grandeza y la historia que albergaba. Al entrar, las hermanas Mendoza fueron recibidas por un vestíbulo amplio con techos altos. Un hombre, cuya sonrisa era demasiado amplia, las saludó.

—Bienvenidas, damas. Soy el Senescal del Palacio de las Dos Reinas. —dijo, haciendo una reverencia exagerada—. ¿Puedo ayudarles con algo?

—Sí, por favor, nos gustaría saber dónde están los aposentos de las hermanas Mendoza —respondió Isabel con su habitual gracia.El hombre las miró fijamente por un momento antes de responder.

—¿No traen doncellas?

—No, preferimos viajar ligeras y ocuparnos nosotras mismas de nuestras cosas —dijo Isabel con una sonrisa. Pero a Leonor no se le escapaba lo difícil que resultaba aquello para su hermana.

—Pues perfecto. Uno de los guardias las guiará a sus aposentos. —Hizo un gesto a uno de ellos, que pronto echó a andar por pasillos del palacio.  Leonor no pudo evitar notar que había algo extraño en el comportamiento del senescal, pero decidió no decir nada. Isabel, por su parte, parecía completamente ajena a cualquier sospecha, charlando animadamente mientras seguían al hombre.

A medida que avanzaban, el eco de sus pasos resonaba en el suelo de piedra pulida, y el aire estaba impregnado con el aroma de las velas y el incienso. Leonor iba fijándose en las armas que colgaban de los muros de argamasa cuando, de pronto, sintió un cuerpo duro, contra el que chocó. Él dueño la miró con expresión de fastidio, varios centímetros por encima de ella.

—¿Podrías tener más cuidado? —dijo con un tono brusco.

Leonor levantó la vista, sorprendida por la rudeza del desconocido. Sus miradas se cruzaron. Había algo familiar en aquellos ojos negros. 

—Lo siento.

El joven bufó y siguió su camino sin decir una palabra más. no sin antes lanzar una última mirada a Leonor. Una sonrisa pareció asomar en sus labios. Leonor lo observó alejarse, pensando en lo ridículos que podían ser algunos nobles de la corte.

No tardaron en llegar al lugar que se correspondía con sus aposentos. 

—Aquí estarán cómodas —dijo el guardia, haciendo otra reverencia—. Si necesitan algo, no duden en llamar.

La habitación era un reflejo de la opulencia del castillo, pero también acorde a dos veinteañeras. Las paredes estaban adornadas con tapices inspirados en la diosa Venus, mostrando escenas de belleza y amor. Dos camas grandes, cubiertas con colchas de terciopelo en tonos rosados y almohadas bordadas, ocupaban el centro de la estancia, invitando al descanso y al confort. En una esquina, un tocador de madera clara con un espejo con un borde dorado reflejaba la luz de las velas, creando un ambiente cálido y acogedor.

Isabel comenzó a desempacar sus cosas, mientras Leonor se sentó en la cama, observando la habitación con una mezcla de curiosidad y desconfianza. No se le escapó como su hermana dejaba un bote verde en la mesa. Seguro que era su perfume.

—Voy a cambiarme para el baile —dijo Isabel, tomando su vestido y saliendo de la habitación.

Leonor se quedó sola, sintiendo una oleada de resentimiento hacia su hermana por haberla arrastrado a este evento. No podía entender cómo Isabel siempre lograba salirse con la suya, manipulándola con su encanto y su insistencia. Una idea traviesa cruzó por su mente al volver la vista sobre el perfume. Si Isabel quería que todo fuera perfecto, entonces Leonor se encargaría de añadir un poco de caos a la mezcla.

—Esto es por obligarme a venir —murmuró, tomando el frasco y destapándolo.Con la intención de derramarlo, Leonor agitó el frasco, pero en su torpeza, terminó derramando el contenido sobre sí misma. El líquido se esparció por su vestido y su piel, llenando la habitación con un aroma embriagador.—¡Genial! —exclamó, tratando de limpiarse sin éxito.

Isabel regresó, lista para el baile. Llevaba un vestido de seda azul celeste que se ceñía a su figura, con delicados bordados dorados que brillaban a la luz de las velas. Su cabello, recogido en un elegante moño, dejaba al descubierto su cuello esbelto y sus ojos resplandecían con una mezcla de emoción y anticipación. Isabel se veía absolutamente radiante, digna de un príncipe.

 —¿Qué estas haciendo?¡Date prisa y cámbiate! —la azuzó Isabel—. No podemos llegar tarde.

Leonor se cambió rápidamente, sin apenas peinarse, y se puso un vestido verde sencillo que había traído. El guardia no tardó en regresar a la habitación para escoltarlas al salón de baile, donde se celebraba una pequeña recepción. Era joven, quizá un par de años más que los que tenía Isabel, y su brillante armadura relucía con los últimos rallos del sol. Leonor se imaginó que estaría sorprendido con la belleza de Isabel, pero lo cierto es que ni si inmutó. Sentía la mirada del guardia una y otra vez sobre ella. Seguramente fuera por las pintas que llevaba. Estaba claro que no podía importarle menos aquello. 

El guardia les abrió las puertas del salón para que entrasen. Isabel pasó delante, pero el guardia le paró y le susurró algo al oído. Ella rio, divertida.

Ya en la estancia, Leonor preguntó a su hermana que qué le había dicho.

—Me ha pedido que te diga que eres muy guapa. 

—Sí, seguro que ha dicho eso.

—En serio, Leonor. ¿No te has dado cuenta que no dejaba de mirarte? —insistió Isabel, con una sonrisa traviesa—. Esta noche va a ser increíble, ya verás. Tienes que relajarte y disfrutar un poco.—Leonor suspiró.—Vamos, entremos y disfrutemos de la noche.

Mientras caminaban hacia el salón de baile, Leonor no podía dejar de preguntarse qué estaba pasando. Algo en el aire había cambiado, y tenía la sensación de que esta noche sería mucho más complicada de lo que había imaginado. ¿Sería que quizás Isabel tuviera razón y esa noche iba a cambiar sus vidas para siempre?

La competiciónWhere stories live. Discover now