El plan de Isabel

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En uno de los giros imposibles del baile, Isabel vislumbró a su hermana, que parecía enzarzada en una discusión. No podía dejar cabos sueltos. Su hermana pequeña no podía enfrentarse a nadie. 

Se abrió paso entre la gente y avanzó hacia Leonor.

—Lo siento —dijo ella, sacudiendo su vestido.

A Isabel le sorprendió que su hermana, tan orgullosa como era, pidiese perdón con esa facilidad. Algo debía haberle pasado para reaccionar así. Se adelantó hacia la alta figura con la que hablaba, para zanjar aquel tema.

—Así que, ¿recibiste mi invitación?—preguntó él. Aquella voz grave le resultaba demasiado familiar.

—¿Perdón?

Pero antes de que Isabel pudiese verle la cara, aquella sombra se esfumó. Solo por el rabillo del ojo le pareció que una sonrisa asomaba en sus labios. 

Isabel miró preocupada a su hermana.

—No sé por qué cedí en venir aquí. La gente de la corte es ridícula.

—Anda, Leonor. Pero ¡si no les has dado ni media oportunidad! Deberías relajarte y disfrutar de la fiesta.

Isabel se apoyó con cariño en el hombro de su hermana, que intentó escapar de su contacto. Siempre la divertía ver la aprensión que tenía al contacto físico. Era muy divertido fastidiarla. Más cuando conseguía que volcase en ello toda su energía y olvidase que la había traído a rastras hasta allí.

Un apuesto caballero, rubio, bastante alto, las interrumpió un momento. Isabel se adelantó para entablar con el conversación tal y como solía hacer. Pero cual fue su sorpresa que la ignoró por completo, centrando toda su atención en Leonor, que respondía a su interlocutor con monosílabos. No le prestó ni la más mínima atención. Y aún así, aquel apuesto joven trató de hacerla reir por todos los medios. Leonor ni siquiera le regaló una mínima sonrisa.

Pero lo más curioso es que, tras esta intervención, las gemelas Orozco, dos mujeres culla belleza solo podía compararse con lo insoportables que soportaban, que habían despreciado a las hermanas Mendoza desde que las conocían, vinieron a alagar a Leonor e interesarse por como estaba. Leonor reaccionó de modo similar a como había hecho con el muchacho. Incluso parecían querer ¿cortejarla? Desde luego, la corte de Lazonia era todo un caso.

Poco a poco, Isabel observó como Leonor recibía más y más atenciones y se veía arrastrada  a participar en el baile . Sin saber cómo decir que no, la vio de pronto girando en la pista de baile, rodeada de admiradores que no se ponían de acuerdo para bailar con ella de uno en uno y no todos a la vez.

A Isabel parecía divertirla que su hermana menor recibiese tanta atención, pero de pronto recordó que era ella la que tenía el frasco verde. Sintió que se quedaba sin respiración y se zambulló en aquella almagama de cuerpos para tratar de localizarla y salvar el recipiente. Leonor tenía un don para dar siempre al traste con sus planes. La agarró de la mano y la arrastró fuera de la pista. 

Sin embargo, el ruido de las trompetas las interrumpió.

—Gentes de Lazonia, espero que estén disfrutando de nuestra pequeña fiesta.—La gente rió ante el comentario de Ana de la Vega, la Reina Madre, Reina de Lazonia.

—Como sabéis, nuestro hijo pronto cumplirá 21 años y, como es tradición, al hacerlo deberá presentar al Reino quién será su futura esposa. O esposo—apuntó Catalina, su mujer, la Reina Consorte.

—Por ello, contamos hoy con la presencia de varios de los hijos de nuestros más queridos amigos y conocidos, con la esperanza de que se animen a participar en la pequeña competición que hemos organizado para escoger un candidato acorde.—Los vítores fueron audibles en toda la sala.

—Para ello, elegiremos a veinte de los presentes para que nos acompañen durante toda una semana en palacio. Se celebrarán una serie de pruebas que permitirán al pequeño Fernando escoger a su futuro cónyuge—Catalina señaló a su hijo, que saludó al público con su porte imponente, acentuado por su jubón azul. Sus ojos oscuros se cruzaron con los de Leonor, a la que de pronto, le faltaba el aire. —Los veinte afortunados participantes, recibirán una misiva indicando que lo son. En cualquier momento, Fernando podrá anunciar su compromiso.

—Y sin más preámbulos, ¡que continúe la fiesta!

Isabel aprovechó el desconcierto para arrastrar a su hermana menor a su cuarto. Tuvieron que volver donde el senescal para que les diese las indicaciones y poder llegar allí. El senescal, antes tan frío, se mostró muy atento con ellas. Incluso pidió a uno de los guardias que les acompañara.

Isabel advirtió  como el guardia no quitaba el ojo de Leonor, que parecía enfrascada en sus pensamientos. Cuando llegaron a la puerta de sus aposentos, el guardia se aclaró la garganta.

—Disculpe señorita—dijo, dirigiéndose a Isabel, que ya le estaba regalando una de sus dulces sonrisas.—¿Puedo pedirle algo, si no es mucho atrevimiento?

—Adelante, no se corte.

—Me gustaría decirle a su hermana que es la mujer más hermosa  que he visto en mi vida.

Isabel tuvo que aguantarse la risa, sin mucho éxito, mientras Leonor, violentada, daba las gracias como bien podía  y se metía en el cuarto que les habían asignado. Isabel se despidió del guardia y acompañó a su hermana al interior de la estancia.

Se sentó junto a su hermana, que se había dejado caer sobre una de las dos camas gemelas, con colchas bordadas el tela salmón, y le dio un pequeño empujoncito con el hombro.

—Hay que ver qué éxito tienes.—Leonor no respondió. —Anda, devuélveme el bote que te di.

El color abandonó la cara de su hermana como respuesta. Las piezas encajaron rápido en la cabeza de Isabel. Claro, ¿cómo no lo había pensado antes? No podía haber otra opción.

—Leonor, dime por favor que no has...

—Lo derramé por accidente—se apresuró Leonor.

Isabel la miró con incredulidad, tomando el bote vacío que su hermana le entregaba entre sus manos, comprobando que no quedaba ni una gota en su interior. Le dio vueltas pensativa. Curiosamente, que una parte del plan se estuviese yendo al traste no le molestaba tanto como creía que le iba a molestar.

Leonor continuó.

—Juro que fue sin querer. Te compraré otro.

Isabel miró a su hermana.

—Ahora entiendo por qué todos te presten tanta atención—murmuró.

En ese momento, dos guardias entraron en la habitación, interrumpiendo su conversación. Isabel se temió lo peor. No habían sido nada discretas con aquello. Las encerrarían. Ni siquiera su apellido podía salvarlas.

Pero, contra todo pronóstico, los guardias traían dos sobres.

—Estas son para ustedes —dijo uno de los guardias, entregándoles los sobres.

—¿Para mí?—Dijo Isabel.

—No, damas. Para las dos.

Leonor y Isabel abrieron los sobres con manos temblorosas, sin saber qué esperar.

Las dos estaban dentro.

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