CAPÍTULO 3: PRIMER INFORME DEL CASO

1 0 0
                                    

Bastante tarde ya, aquel día Bob Andrews resoplaba mientras empujaba su bicicleta hacia la Puerta Verde. ¡Vaya momento de reventarse un neumático! Hizo rodar la bicicleta al interior del patio y la aparcó. Junto a la entrada principal oyó la voz de la señora Jones, que daba órdenes a Hugo y Kiko, ayudantes de su marido. Júpiter y Cat no estaban en el taller.

Semejante ausencia no sorprendió a Bob, que caminó hasta situarse detrás de la pequeña imprenta. Entonces apartó un trozo de verja en desuso que parecía estar apoyada contra el fondo del banco de trabajo, cuando en realidad, ocultaba un tubo galvanizado muy ancho y largo. Se introdujo en él y volvió a colocar el trozo de verja, para luego arrastrarse lo más de prisa que le permitía el aparato ortopédico acoplado a su pierna. Se trataba del Túnel II, una de las varias entradas secretas al Puesto de Mando. El otro extremo del túnel se hallaba cerrado con una tapa de madera. Bob empujó la tapa y se halló en el interior del Puesto de Mando.

En realidad se trataba de un viejo hogar remolque, de unos ocho metros de largo, que Tito Jones había comprado hacía un año. El hombre no logró venderlo debido a las tremendas abolladuras que tenía, consecuencia de un accidente. Por eso, terminó cediéndoselo a Júpiter para usarlo como oficina.

Durante un año, los tres amigos, con la ayuda de Hugo y Kiko, apilaron montones de chatarra alrededor del remolque. Así quedó oculto el exterior entre montones de barras de acero, trozos de una escalera de incendios medio consumida, maderos y otros materiales.

Aparentemente, el señor Jones se había olvidado por completo de su existencia. Y nadie, excepto los adolescentes, sabía que hubiera sido transformado en oficina, laboratorio y cuarto oscuro para el revelado de fotografías, provisto de varias entradas secretas.

Bob halló a Júpiter sentado en una silla giratoria reconstruida, detrás de un escritorio que tenía un extremo quemado, debido a un incendio. (Todo el equipo de la oficina había sido reconstruido con chatarra). Cat Dainard también permanecía sentada al otro lado del escritorio.

—Te has retrasado —reprochó Júpiter, como si su amigo no lo supiera.

—Se reventó un neumático —jadeó Bob—. Pise un clavo gordo precisamente a la salida de la biblioteca.

—¿Averiguaste algo?

—Sí. Averigüé más de lo que me gustaría saber del Castillo del Terror.

—¡Castillo del Terror! —exclamó Cat—. Ese nombre me gusta.

—Espera hasta que sepas de él —dijo Bob—. Hay una familia de cinco miembros que intentó pasar una noche allí, y jamás se supo...

—Empieza por el principio —cortó Júpiter—. Danos los datos según su cronológica sucesión.

—De acuerdo —Bob empezó a abrir un gran sobre de color castaño que traía—. Primero debo deciros que Santiago Norris estuvo sobre mi hombro toda la mañana, intentando averiguar qué hacía.

—Espero que no le hayas permitido a ese tarado enterarse de algo —comentó Cat—. Siempre intenta meterse en todo lo que hacemos.

—Yo no le dije nada. Pero fue muy tenaz. Cuando llegué a la biblioteca, quiso que habláramos del coche de Jupi. Me preguntó cómo creía yo que iba a usarlo.

—Santiago está muy enojado. Prefiere ser el único del colegio que tenga coche —dijo Júpiter—. Si su padre no fuera residente legal de un Estado donde se dan licencias de conducción incluso a los nenes pequeños, Santiago no conduciría más que nosotros. De todos modos, ahora no le va eso de presumir.

EL CASTILLO DEL TERRORWhere stories live. Discover now