CAPÍTULO 2: LA ENTREVISTA

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Mucho antes de la hora de llegada del Rolls-Royce al Patio Salvaje de los Jones, Catrina y Júpiter aguardaban a pie firme frente a la puerta exterior. Ambos se habían puesto sus mejores ropas. Júpiter llevaba una camisa blanca y corbata, pantalón negro de vestir y sus mocasines más nuevos; el pelo bien peinado con abundante fijador. Sin embargo, lo que más hacia destacar a el muchacho en ese momento era el rubor que se provocaba en sus mejillas al no poder despegar la vista de su amiga. Catrina llevaba un vestido de coctel rojo y unos zapatos de tacón negros, ropa poco habitual en ella, su cabello, recogido en una complicada trenza.

—¿Qué tanto me ves? —le pregunto a su amigo curiosa— Si tengo un moco, o algo así, mejor dímelo ahora antes de que llegue el auto —dijo, para luego sacudirse disimuladamente la nariz.

El gran coche llego diez minutos después y les ganó en brillo. Era un Rolls-Royce bastante antiguo, con enormes faros que semejaban tambores. El motor era tremendamente largo, delante de una caja semicuadrada. Todos los accesorios, incluidos los parachoques, brillaban dorados cual joya cara. Las partes negras resplandecían como el charol.

—¡Es impresionante! —exclamó Cat—. Parece el coche de un millonario de ciento diez años de edad.

—El Rolls-Royce es el coche de artesanía más caro del mundo —alabó Júpiter, quien aún seguía mirando a la chica, pero ahora con más disimulo—. Éste fue construido para un rico jeque árabe de gustos refinados. Ahora la compañía lo emplea sólo para fines de publicidad.

Tan pronto se detuvo el coche, su conductor descendió a tierra. Era un hombre delgado y fuerte, y de casi un metro noventa de alto, cara larga y buen carácter. Éste se quitó la gorra y se dirigió a Júpiter.

—¿Señor Jones? Soy Worthington.

—¡Hola! Encantado de conocerlo, señor Worthington. Ella es mi amiga Catrina —presentó el aludido—. Y por favor llámeme Júpiter, como todo el mundo.

Worthington pareció confuso.

—Es costumbre que el amo me llame simplemente Worthington. También es costumbre que yo me dirija a mis empleadores con el máximo respeto. Ahora usted es el amo, y prefiero atenerme a las reglas de la profesión.

—Bien, como quiera, Worthington. Seguiremos la costumbre.

—Gracias, señor Jones. El coche y yo estaremos a su servicio durante treinta días.

—Treinta días de veinticuatro horas exactas cada uno —remarcó Júpiter—. Eso decían las bases del concurso.

—Así es —Worthington abrió la puerta de atrás—. ¿Quiere entrar?

—Gracias —Júpiter y su amiga subieron—. No es preciso que se moleste en abrirnos la puerta. Somos jóvenes.

—Si no le importa —contestó Worthington—, prefiero realizar mi servicio como se espera de mí. Si dejo de hacerlo, quizás en el futuro incurra en defectos.

—Comprendo —murmuró Júpiter, mientras Worthington ocupaba su lugar delante del volante—. Sólo que, tal vez, en alguna ocasión tengamos necesidad de precipitarnos al exterior, y entonces no podremos esperar a que usted nos abra la puerta. En todo caso, propongo que usted la abra al empezar y acabar la jornada.

—Muy bien, señor Jones. Semejante solución es aceptable.

—Bueno... probablemente no seamos de ese tipo de clientes que usted acostumbra a llevar —comentó Júpiter—. Quizá... Quizá queramos ir a lugares poco habituales. Esto se lo explicará.

EL CASTILLO DEL TERRORWhere stories live. Discover now