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Hoy era 21 de Septiembre, el famoso día de las flores amarillas, las nutrias organizaron un stand donde vendían flores que no se veían en el mundo normal, Conter se paró a observarlas un rato, asombrándose por sus particulares diseños, se quedó leyendo los carteles que le explicaban su significado. Conter no era alguien que le llamase mucho la atención el lenguaje de las flores, sin embargo, siempre sintió que no estaba mal aprender algo.
Su mirada se dirigió a uno de los tantos ramos que estaban expuestos, en su estancia en el puesto ha visto numerosas personas comprar y dárselas a otras personas, ya sea por algún significado hermoso o por simple cortesía, en su caso no tenía planeado comprar ninguna flor, pero estaría mintiendo que no tenía a alguien en mente; cierto oso que viene a su mente cada vez que observa detenidamente las flores, logrando que sus sonrosadas mejillas se intensifiquen, movió su cabeza de un lado a otro para despejar su mente, retomando su misión principal.
Se adentró a las profundidades de una cueva, ignorando cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino, matando solamente a los mobs que no podía esquivar, revisó su inventario sonriendo ante la cantidad de minerales farmeados en esas dos horas en las que llevaba minando, notó que se quedaba sin comida, a nada de pedir tp, una luz dorada llamó su atención, se acercó viendo que provenir de una pequeña cueva, quiso ignorarlo, pero por alguna razón su curiosidad fue más fuerte.
A pesar de la pequeña entrada para su estatura, logró adentrarse y desplazarse a las profundidades de la cueva siguiendo la luz dorada que brillaba suavemente cuanto más se acercaba. Se levantó intentando sacar un poco el polvo de su armadura, el espacio en el que había llegado era bastante espacioso con el suelo de césped, Conter podía caminar de lo más bien, sin embargo, ni siquiera se movió de su lugar ante la sorpresa que tenía en frente suyo; en una pequeña colina de tierra, en la cima se posaba una flor de un hermoso color dorado, emitía un brillo encerrado en su interior, el conejo se acercó con cuidado, lo tomó suavemente por debajo, sintiendo al instante como los petalos acariciaba la palma de su mano al abrirse, el brillo encerrado lo cegó por un segundo, pero dejó al descubierto unos petalos de un hermoso color amarillo colocados uno encima del otro que se van haciendo pequeños cuanto más al centro.
Conter quedó fascinado, pensando en lo hermoso que se vería en un ramo de flores; ver aquella flor le dio la iniciativa de aceptar la idea de darle un ramo de flores a Spreen, no quiso arrancar la flor de su lugar y estuvo a punto de irse, pero antes de entrar en el pequeño pasadizo, volvió a echarle una mirada a la flor, no transmitía ningún brillo, solo su belleza en todo lo gris de la piedra y café de la tierra, por alguna razón sintió que tenía el permiso para tomarla, volvió a acercarse con muchas dudas en su cabeza, pero después de un buen rato, decidió tomar la flor, dejándola cuidadosamente en su inventario para que no se dañara hasta que llegase a la montaña.
Camino de vuelta a la montaña, Conter agarró varias flores amarillas y algunas plantas verdes para su ramo, se sentía contento al imaginar el resultado, pero inseguro ante la reacción del oso, después de todo no era alguien que le interese estas cosas, nunca en su vida vio a Spreen regalar flores o algún objeto a otra persona que no sea por algún cumpleaños, mucho menos era romántico, a veces Conter no sabía qué era lo que pasaba en la cabeza del híbrido de oso a través de esa personalidad adolescente que tiene.