La memoria de un sombrerero
Nunca olvidaré sus ojos. Verdes como las hojas jóvenes de la primavera, pero cargados con un peso que ningún niño debería llevar. Ella me devolvió el saludo. Fue solo un momento: un gesto breve, inocente. Y luego, al día siguiente, la cabeza de mi hermano colgaba de los muros del castillo.
Yo estaba allí. Lo vi todo. Mis piernas temblaban tanto que apenas podían sostenerme, pero no podía apartar la mirada. Mi hermano mayor, siempre lleno de vida, el que solía llamarme "Soñador" entre risas, ya no estaba. Solo quedaba su cabeza, un trofeo para mostrar el poder del rey.
Desde ese día, su voz dejó de resonar en nuestra casa. Su silla en la mesa quedó vacía, y el eco de su risa fue reemplazado por el silencio opresivo del miedo. Mi padre comenzó a trabajar más horas en el taller de sombreros, como si pudiera coser su dolor en la tela y dejarlo atrás. Mi madre, que siempre había sido fuerte, lloraba en secreto por las noches, pero yo podía escucharla desde mi cama.
Fue entonces cuando entendí que la felicidad no estaba permitida en este reino. No para nosotros, al menos.
Crecí bajo esa sombra, con los fantasmas del pasado siempre presentes. Mi padre me enseñó el oficio de sombrerero, aunque ya no lo hacía con el orgullo de antes. "Un sombrero puede contar una historia", solía decirme. Pero sus manos, antes firmes y hábiles, empezaron a temblar. Era como si cada puntada le recordara la vida que nunca pudo salvar.
Cuando él murió, su ausencia no fue un golpe repentino, sino un vacío lento que se había ido formando con los años. Mi madre intentó llenar ese hueco con trabajo, con palabras de aliento, pero cuando ella también nos dejó, quedé solo. Completamente solo.
El taller se convirtió en mi refugio y en mi cárcel. Había días en los que apenas hablaba con alguien, excepto con los sombreros que creaba. Podría sonar loco —y tal vez lo sea—, pero aquellos sombreros eran los únicos que me escuchaban. A veces les contaba historias: de cómo mi hermano solía correr por el campo, de cómo mi madre cocinaba el mejor pan del reino, de cómo mi padre reía cuando lograba un diseño especialmente complicado.
El mundo seguía girando a mi alrededor, pero yo estaba atrapado. Siempre trabajando para los nobles, haciendo coronas para los reyes. Cada pieza que salía de mi taller era un recordatorio de que no pertenecía a ese mundo. No a su mundo.
Todo cambió el día que volví a verla. La princesa Victoria.
No era la niña que recordaba. Había algo distinto en ella: una tristeza que se reflejaba en cada movimiento, una carga que la hacía parecer mucho mayor de lo que era. Vi cómo evitaba mirar a los demás, cómo mantenía la cabeza alta mientras todos los demás agachaban la suya. Me di cuenta de que ella también estaba atrapada, de una manera diferente a mí, pero atrapada, al fin y al cabo.
No sé por qué decidí quedarme allí, observándola. Tal vez porque en sus ojos vi un reflejo de mí mismo, de lo que había perdido y de lo que nunca pude ser.
Esa noche no dormí. Sus ojos volvieron a mí una y otra vez, junto con el recuerdo de mi hermano. ¿Y si ella no era como ellos? ¿Y si la princesa que había devuelto un saludo cuando era niña todavía existía, enterrada bajo capas de miedo y deber?
Fue entonces cuando tomé una decisión: si había una mínima posibilidad de que Victoria pudiera cambiar este reino, de que pudiera ser diferente a su padre, tenía que intentarlo.
Claro, soy solo un sombrerero. No tengo riquezas ni poder. Pero tengo algo que ellos no tienen: una memoria llena de heridas que me recuerdan por qué vale la pena luchar.
Cuando hablo con mis sombreros ahora, les cuento sobre ella. Sobre cómo tal vez, solo tal vez, podamos cambiar algo. A veces incluso imagino que mi hermano está escuchando, sonriendo desde donde quiera que esté.
Y si me equivoco, si estoy arriesgando todo por una esperanza inútil, al menos habré intentado. Porque vivir como he vivido, en silencio, no es vida.
La princesa Victoria no sabe quién soy, ni lo que planeo. Pero pronto lo sabrá. Este reino está cambiando, y aunque el sombrerero no sea más que un loco para algunos, sé que aún hay historias por contar. Historias que podrían devolverle la maravilla al País de las Maravillas.
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La heredera de corazones
FantasyVictoria nunca pidió ser la heredera del País de las Maravillas. Atrapada en un castillo que se siente más como una prisión, vive con el peso de un reino que teme mirarla a los ojos. Su vida está regida por reglas crueles, decisiones que nunca tomó...