Capítulo 5

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El castillo dormía bajo un manto de silencio, pero Victoria no podía conciliar el sueño. El eco de la música del baile aún resonaba en su mente, mezclado con las palabras del gato y las miradas del chico del sombrero. En su interior, una extraña inquietud crecía como una chispa, iluminando las partes de sí misma que había aprendido a ignorar.

Entonces, un leve sonido rompió la quietud. Un golpe suave en el cristal de su ventana. Al principio pensó que se lo había imaginado, pero volvió a escucharlo. Se levantó y, al abrir las cortinas, lo vio. Allí estaba él, de pie en la cornisa, con su inconfundible sombrero y una sonrisa que parecía un desafío.

—¿Qué haces aquí? —susurró, aunque el tono de su voz traicionaba su curiosidad.

—Ofreciéndote una oportunidad de escapar, aunque sea por esta noche. —Él le tendió una mano con elegancia teatral—. ¿Vienes?

—¿Escapar? —Victoria alzó una ceja, sorprendida—. ¿Siempre invitas a las chicas a escaparse de sus castillos?

—Solo a las que sé que están listas para ello.

Victoria vaciló. Una parte de ella sabía que esto era una locura, pero la otra —la que había permanecido en silencio durante años— gritaba que aceptara. Sin pensarlo demasiado, tomó su mano y dejó que él la ayudara a descender por una cuerda que había asegurado a la ventana.

El aire frío de la noche golpeó su rostro, pero se sintió extrañamente viva.
—¿Y ahora? —preguntó mientras se alejaban del castillo.

—Ahora, te muestro lo que realmente significa vivir en el País de las Maravillas.

A medida que avanzaban hacia el bosque, la vegetación se volvía más extraña y vibrante. Los árboles se retorcían como si estuvieran vivos, sus hojas brillaban con tonos de plata bajo la luz de la luna, y las flores gigantes murmuraban suavemente al paso de ambos. Victoria no podía evitar mirar a su alrededor con asombro.

—Por cierto, ya que estamos lejos de las formalidades del castillo, puedes llamarme Hatter. —Se detuvo y se inclinó en una teatral reverencia—. Aunque mi nombre real es Matthias.

—Matthias —repitió ella, probando el sonido en su boca. Era simple, pero al mismo tiempo le resultaba fascinante.

—Y tú puedes ser simplemente Victoria. Sin títulos, sin coronas, al menos por esta noche —agregó, mirándola con una calidez que la desarmó.

—Creo que puedo acostumbrarme a eso —dijo, esbozando una leve sonrisa.

—¿Es siempre así? —preguntó, tratando de procesar lo que veía.

—Depende de dónde mires —respondió Matthias, guiándola por un estrecho sendero iluminado por hongos que resplandecían en tonos azulados—. Pero esta noche, voy a mostrarte el corazón de las Maravillas.

De repente, un destello blanco cruzó frente a ellos, acompañado por un leve tintineo. Victoria se detuvo en seco, su corazón acelerado.
—¿Qué fue eso?

Matthias sonrió, como si esperara la pregunta.
—No te preocupes, es un viejo amigo. Vamos, te lo presentaré.

Siguieron el rastro hasta un claro donde un conejo blanco, vestido con un elegante chaleco y un reloj de bolsillo que colgaba de una cadena dorada, discutía acaloradamente con una ardilla pequeña que sostenía una taza de té.

—¡Es intolerable, Tock! ¡La puntualidad es esencial para el orden del mundo, y tú siempre llegas tarde! —protestaba el conejo, agitando su reloj en el aire.

—La puntualidad es un concepto aburrido —respondió la ardilla, bebiendo su té con una calma exasperante—. El tiempo viene y va como quiere, Blanco. Yo solo lo sigo.

Matthias carraspeó, llamando su atención.
—Señor Blanco, Tock, espero no interrumpir su brillante debate, pero tengo alguien que quiero presentarles.

El conejo giró la cabeza rápidamente, ajustando sus pequeños lentes para observar a Victoria. Al reconocerla, sus ojos se abrieron de par en par.
—¡Por las agujas de mi reloj! ¡La futura Reina de Corazones!

Victoria retrocedió, incómoda con la formalidad.
—Por favor, no me llames así. Esta noche no soy reina, solo soy... Victoria.

Blanco parpadeó, desconcertado, pero luego hizo una reverencia exagerada.
—Como ordenéis, señorita Victoria. Soy Blanco, servidor del tiempo y guardián de los relojes.

Tock soltó una risa burlona.
—Y esclavo de ellos.

Victoria no pudo evitar sonreír. Había algo en este par que hacía que la tensión que llevaba dentro empezara a desvanecerse. Matthias le ofreció un asiento en un tronco caído, y Blanco se acercó con entusiasmo, sacando de su chaleco un reloj dorado que parecía brillar con una luz propia.

—El tiempo es caprichoso aquí en las Maravillas —explicó Blanco, sosteniendo el reloj con orgullo—. Este, por ejemplo, marca las horas que aún no han sucedido.

Victoria lo tomó con cuidado, fascinada.
—¿Y cómo sabes qué hora será?

—No lo sé —admitió Blanco, sus bigotes temblando de emoción—. Pero ese es el misterio, ¿no es maravilloso?

Mientras Blanco seguía hablando, Tock se sentó junto a Victoria y le ofreció una taza de té que olía a miel y lavanda.
—No te dejes intimidar por él —dijo la ardilla con un tono más suave del que había usado con Blanco—. Tiene un buen corazón, aunque esté obsesionado con esos artefactos.

Victoria agradeció la taza y dio un sorbo, encontrando el sabor reconfortante. Matthias, sentado cerca, la observaba con una sonrisa tranquila.

—¿Siempre es así de extraño? —preguntó Victoria, mirando a su alrededor.

—No extraño. Maravilloso —corrigió Tock con un brillo en los ojos—. Es la esencia de este lugar.

El claro parecía lleno de vida. A lo lejos, un grupo de pequeños zorros con alas luminosas danzaba al ritmo de una música suave que provenía de ningún lugar en particular. Un gato que ya conocía me miraba desde la sombra, sonriendo ampliamente antes de desaparecer.

Victoria no pudo evitar reír. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió libre.
—Es... increíble. Nunca pensé que el País de las Maravillas pudiera ser así.

Matthias se inclinó hacia ella, su expresión más seria de lo habitual.
—Así es como debería ser, Victoria. Pero hay partes de este mundo que no son tan hermosas. Esa es la razón por la que estamos aquí.

—¿A qué te refieres? —preguntó, su tono volviéndose cauteloso.

—Pronto lo descubrirás —respondió Matthias—. Pero por ahora, disfruta de esta noche. Es solo el principio.

Victoria lo miró, intentando descifrar el misterio en su voz. Mientras las criaturas del claro reían y conversaban, sintió algo que no había sentido en años: esperanza.

La noche avanzó, pero cuando Blanco sacó su reloj y miró la hora con urgencia, anunció:
—¡Es tarde! ¡Muy tarde! Señorita Victoria, debe regresar antes de que alguien note su ausencia.

—No quiero irme aún —confesó Victoria, casi en un susurro.

—Tendrás más noches como esta —le prometió Matthias, poniéndose de pie y extendiéndole la mano.

De regreso al castillo, el camino pareció más corto. Al llegar al túnel secreto, Matthias se detuvo.
—Gracias por confiar en mí esta noche —dijo, inclinando ligeramente su sombrero.

Victoria lo observó con una mezcla de gratitud y curiosidad.
—Gracias a ti. Por mostrarme esto.

Mientras él se alejaba, Victoria regresó a su habitación sintiéndose diferente, como si algo dentro de ella hubiera despertado. Una chispa que ya no estaba dispuesta a apagar.

La heredera de corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora