VI

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La mañana de la fiesta comenzó temprano para Arabelle, quien, sin ánimos de afrontar los preparativos, decidió visitar a su madre. Los pasillos de la mansión aún permanecían en penumbra, iluminados apenas por los primeros rayos de sol que se filtraban por los ventanales. Sus pasos resonaban suavemente sobre el suelo de madera pulida mientras avanzaba hacia la habitación maternal.

Al entrar en su habitación, se sorprendió al encontrarla despierta, organizando con delicadeza un joyero de caoba que Arabelle recordaba haber admirado desde niña. Aunque el rostro frágil de su madre seguía presente, con aquella palidez que la enfermedad había dejado como huella indeleble, verla activa le provocó una mezcla de alegría y alivio que iluminó su propio semblante.

La luz matutina bañaba la habitación en tonos dorados, haciendo brillar las joyas que su madre manipulaba con dedos temblorosos pero decididos. El aire olía a lavanda, el perfume favorito de su madre, mezclado con el aroma del té de la mañana que aún humeaba en la mesita junto a la cama.

—"Buenos días, madre—, susurró Arabelle, no queriendo romper la paz del momento. —No esperaba encontrarte despierta tan temprano.— Su madre levantó la vista del joyero, y una sonrisa suave se dibujó en sus labios

—El sueño me ha abandonado temprano hoy—, respondió con voz serena, —y pensé que era un buen momento para poner algo de orden en estas viejas joyas.—

Arabelle se acercó y se sentó en el borde de la cama, observando cómo su madre separaba con cuidado los collares de perlas de los broches de oro. El silencio entre ellas era cómodo, lleno de la familiaridad que solo años de amor pueden construir.

Tras un breve intercambio sobre los preparativos de la mañana, Arabelle se animó a preguntar, con un destello de esperanza en su voz que no pudo ocultar:—¿Crees que podrías... quizás... acompañarnos esta vez?—

Su madre detuvo por un momento el movimiento de sus manos sobre las joyas. La luz que entraba por la ventana dibujó sombras suaves sobre su rostro mientras negaba con una sonrisa tranquila.

—No, querida—, respondió con aquella gentileza que siempre había caracterizado su voz, —aún no estoy en condiciones para eventos de esa naturaleza. El doctor insiste en que debo mantener el reposo un tiempo más.—

La respuesta le arrancó a Arabelle un murmullo de resignación que no pasó desapercibido.

—Al menos tú te salvaste— dejó escapar, arrepintiéndose instantáneamente al ver cómo el semblante de su madre se tensaba ligeramente.

—¡Arabelle! —el tono de su madre la hizo enderezarse de inmediato—. No puedo creer que estés siendo tan desconsiderada. La familia Leagan ha tenido la cortesía de invitarte a ti, a tu hermano y a tu padre a su casa, ¿y así es como respondes?

—Pero...

—Nada de peros —la interrumpió—. En esta familia nos han educado mejor que eso. No puedes ir por la vida evitando relacionarte con la gente. ¿Qué clase de futuro esperas tener con esa actitud? Ya no eres una niña para comportarte así.

Arabelle permaneció en silencio, sorprendida por la reprimenda. Había olvidado lo severa que su madre podía ser cuando se trataba de modales y comportamiento social. Su madre suspiró, suavizando su expresión.

—Ven aquí —le indicó, palmeando el espacio junto a ella en la cama—. Sé que no es fácil para ti, pero a veces debemos hacer cosas que nos incomodan. No porque los demás lo esperen, sino porque es parte de crecer. Arabelle se sentó junto a su madre, sintiéndose como una niña pequeña nuevamente. Luego, suspiró profundamente.

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⏰ Última actualización: 4 days ago ⏰

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