Unos términos muy confusos

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Al día siguiente, nos despertamos enredados el uno en el otro. David tiene su brazo derecho en alto, justo por encima de mi brazo, con el que le rodeo. Mi cara está en el hueco de su cuello y su clavícula. Me pregunto qué clase de seres humanos somos para acabar durmiendo siempre así.

Por un momento, aunque la vergüenza me recorra entera, me permito disfrutar de la calidez de su cuerpo. David se despereza, se gira y me mira con una sonrisa adormilada. Nuestros labios se encuentran a escasos centímetros. Me obligo a salir de la cama, incómoda ante tanta intimidad, y preparo café para los dos. Ofrezco a David todo lo que se me ocurre para desayunar, pero al abrir la nevera, solo encuentro restos de las pizzas de ayer.

—Hay cosas que no cambian.—David ríe.

Soy un auténtico desastre. Eso solía sacarle de quicio. Meto los trozos de pizza en el micro y se los ofrezco junto al café. David se queda observándolos.

—¿Qué he hecho mal ahora?—pregunto, sintiendo una punzada de inseguridad.

—Nada. Es solo que...no es pizza margarita.

—Iba en serio cuando dije que solo la podía pedir contigo—río, tratando de recordar que me he prometido abrirme más con él.

—Y yo que pensaba que estábamos hablando de otra cosa—me mira de forma intensa, y siento un escalofrío recorrerme la espalda. Vale, quizá no abrirme tanto.

No pienso contestar.

—David, deberías escribir a tus padres. Quizá estén preocupados—inquiero, cambiando de tema para evitar la incomodidad.

—Ya les he escrito. Les he dicho que no volvería hasta la noche—responde, con un tono despreocupado.

—¿Y qué tienes que hacer hasta entonces?

—Estar aquí, contigo.

Trato de evitar contestar. Me inquieta que David y yo pasemos tanto tiempo juntos, pero al final, el día se hace muy corto, entre su somnoliencia, consecuencia de la medicación que he comprado, y los ratos que compartimos. No recordaba lo agradable que era estar con él sin la presión del trabajo. Casi echo de menos su aroma a vainilla cuando se va. 

A la mañana siguiente, me despierto sola, en el sofá, con la estridencia del timbre sonando repetidas veces. Desubicada, busco mi móvil. Son las 10 de la mañana. ¿Quién será un maldito domingo a las 10 de la mañana?

Aunque la respuesta a la pregunta no me sorprende.

—¡Felicidades Alba!—dice, levantando una bolsa de papel con su brazo bueno—. He traído  chocolate con churros. —No espera a que le invite para pasar a mi casa — Pensé que podríamos compartirlos.

—No, gracias. No me gustan—respondo, tratando de sonar indiferente. Ya he tenido suficiente de él por el resto de mis días.

David me mira con una ceja levantada y una sonrisa divertida.

—Anda ya. Sé que te encantan—dice—. Es un detalle que quiero tener contigo por lo del hospital.

Sus palabras me desarman un poco, pero la incomodidad persiste. Me siento en el sofá, observándolo mientras saca los churros y el chocolate de la bolsa. Un aroma delicioso llena la habitación, y no puedo evitar sentirme tentada. Cojo uno y lo pruebo. Delicioso.

—Ahora que estás relajada, necesito que me escuches, tengo un trato para ti.

Suspiro, sintiendo una mezcla de frustración y curiosidad. David y sus malditos juegos.

—Está bien, habla. —digo, cruzando los brazos.

—Quiero que teletrabajemos desde tu casa. —dice David, con voz firme—. Ya he hablado con nuestros jefes y me han dado el visto bueno. Así puedo descansar y llevar al día mi trabajo sin tener que preocuparme por ir a la oficina.

La propuesta me toma por sorpresa. No puedo evitar sentirme decepcionada y utilizada. ¿Es esto todo lo que significo para él? ¿Una solución conveniente para su problema?

—¿Es esto todo? ¿Quieres usar mi casa como tu oficina?—La decepción se deja notar en mi voz. David parece desconcertado por mi reacción.

—Alba, recuerda lo que hablamos. Mientras dure nuestro antiguo trato, nuestra relación solo puede ser estrictamente laboral.—Algo se rompe dentro de mí.—Siento si he dicho algo que te haya llevado a pensar otra cosa.

Sus palabras me dejan confusa. ¿Cómo puede decirme eso después de todo lo que ha compartido conmigo? Todo lo de que solo puede quererme a mí. Este chico me está volviendo loca. ¿Realmente significo algo para él? ¿O solo me está utilizando para su conveniencia?

—No puedo darte una respuesta ahora, pero puedo pensármelo. —respondo finalmente, tratando de mantener la compostura.

David asiente, con una expresión de comprensión en su rostro.

—Tómate el tiempo que necesites.

Cuando David se va después de un rato, siento un alivio inmediato. La tensión en mi pecho se disipa y puedo respirar con más facilidad. Me siento mareada y confusa, pero también hay una pequeña chispa de claridad. Tal vez esta sea una oportunidad para aclarar mis propios sentimientos y decidir qué quiero realmente.

Paso el resto del día pensando en su propuesta. La idea de trabajar con David desde mi casa me incomoda. ¿Realmente le importa resolver nuestras diferencias o está buscando la forma de incomodarme? Aunque no confíe plenamente en David, decido dar a esto una oportunidad, dármela a mí misma. Demostrarme que estoy por encima de esto. Que mi trabajo se me da bien y que puedo avanzar en él. Sean cual sean las consecuencias.

Le escribo un mensaje a David: "Vale, acepto el trato. Trabajaremos desde mi casa. Pero habrá condiciones."

Su respuesta no tarda en llegar.

No te enamores de tu jefe [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora