La carga invisible

1 0 0
                                    

Clasificación: Estrés

Atrapado en la espiral de pensamientos rotos,
el reloj no deja de marcar la cuenta regresiva.
Cada segundo que pasa pesa como plomo,
y la mente, agitada, se desborda en incertidumbre.

No hay paz en el aire que respiro,
solo el zumbido constante de la ansiedad.
El peso de mil responsabilidades cae sobre mi pecho,
y mi alma, ahogada, pide liberación.

El tiempo se derrite, se disuelve en gotas de sudor,
el reloj se convierte en mi enemigo,
su tic-tac retumba en mis oídos,
y cada tarea parece una montaña inalcanzable.

Miro al frente y veo la lista interminable,
una fila de pendientes que crece sin fin.
El miedo no se disfraza, se muestra desnudo,
y cada pensamiento es un grillete que me ata más fuerte.

Mis manos tiemblan, las palabras se me escapan,
el caos interior me consume, me ahoga.
La cabeza late con la furia de mil tormentas,
y la calma parece una ilusión que nunca llega.

Cada paso que doy es vacilante, inseguro,
el peso de la duda aplasta mis sueños.
Mis pasos, al final, se sienten como caídas,
¿hasta cuándo seguiré arrastrándome?

La mente se fragmenta, se pierde en sí misma,
las preocupaciones se amontonan, se hacen montañas.
El agotamiento mental recorre mis venas,
y el cansancio no tiene rostro, pero se siente profundo.

Las horas pasan y yo sigo aquí, parado,
donde el estrés se convierte en monstruo sin forma.
Espejos de mi fragilidad me observan,
y cada vez que intento respirar, me ahogo un poco más.

Las expectativas me arrastran,
las voces en mi cabeza gritan, demandan.
Y aunque trato de callarlas, son más fuertes,
más insistentes, llenas de condena.

Mi cuerpo clama por descanso, pero el deber lo ahoga,
como un río que arrastra todo a su paso.
No hay consuelo, solo ese interminable sentir,
como si fuera el último día y aún no tuviera tiempo.

Los rostros a mi alrededor se desdibujan,
las palabras se vuelven eco de un lugar lejano.
Mi visión se nubla, el cansancio me embriaga,
pero no puedo rendirme, no puedo dejar de luchar.

El futuro parece lejano, incierto,
y el presente se disuelve en un mar de preocupaciones.
Cada decisión es un peso, un riesgo, un callejón sin salida,
y siento que nunca será suficiente.

La ansiedad se alimenta de mis miedos,
crece, se expande, se instala en mi pecho.
El pánico acecha como sombra fría,
y me empuja a avanzar, pero no sé hacia dónde.

El corazón late rápido, demasiado rápido,
como si el miedo estuviera a punto de estallar.
Cada latido es un recordatorio de lo frágil que soy,
de lo fácil que podría romperse todo en un instante.

Pero aún respiro, aún resisto,
aunque mi cuerpo pida rendirse,
aunque la mente se disuelva en caos,
sigo aquí, atrapado entre mis propios miedos.

La noche cae y el peso no se aligera,
las preocupaciones siguen su ciclo, interminables.
La oscuridad no es consuelo, sino espejo,
reflejo de lo que soy: un ser que lucha contra su propia mente.

Y cuando creo que todo se apaga,
el miedo susurra de nuevo y caigo.
Un suspiro, un grito ahogado en la quietud,
la promesa de la calma nunca se cumple.

La ansiedad se convierte en un monstruo familiar,
y yo, un prisionero que no sabe cómo escapar.
Cierro los ojos, pero los pensamientos no cesan,
se multiplican, se entrelazan, me devoran.

No sé si es el cansancio o el miedo,
pero en este ciclo sin fin, solo queda la lucha.
La batalla no es contra el mundo, sino contra mí,
y aún así, sigo caminando, a pesar de todo.

Voces de alma  #1 volumen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora