[Primer Libro]Jungkook es un corredor de autos ilegales cuya vida está marcada por la adrenalina y la oscuridad. Pero cuando Aera entra en su vida, una obsesión enfermiza lo consume. Su deseo de control se convierte en algo peligroso, llevándolo a c...
La vi salir nuevamente. Cada vez que lo hacía, sentía esa punzada en el estómago, como si todo lo que estaba a su alrededor fuera mío por derecho. Cada paso que daba, cada mirada que dirigía hacia otros, me carcomía por dentro.
¿Por qué? ¿Por qué no me veía? ¿Por qué su mente no estaba completamente en mí, como debía ser?
No entendía por qué parecía ignorarme, por qué su vida seguía adelante mientras yo me sumergía más en la mía, todo centrado en ella. Estaba tan cerca, pero nunca lo suficiente.
La vi conversar con un chico en el café. No era nada especial, un tipo común, pero la forma en que se reía, cómo se inclinaba hacia él, esa cercanía me hizo hervir la sangre. ¿Cómo podía ella sonreírle así a alguien que no fuera yo?
¿A él le había mostrado la misma mirada que me mostró a mí cuando la conocí? ¿Ese brillo en los ojos que me decía que me deseaba, que era mía? No podía soportarlo.
Cada día, el control se me escapa un poco más. La observo, la sigo sin que lo sepa. La veo cuando no lo nota, cuando cree que está sola. Porque yo siempre estoy cerca. Siempre.
Hoy, en su apartamento, algo cambió. Ya no podía conformarme con solo verla. No. Quería más. Sabía que estaba allí, sola, y mi corazón comenzó a latir con fuerza mientras pensaba en lo que podía hacer. Ella no lo sabía, pero todo lo que tocaba, todo lo que le pertenecía, me pertenecía a mí.
Cuando entré a su habitación, el aire olía a ella, a su perfume, a su esencia. Mis manos temblaron de ansiedad mientras me acercaba al cesto de ropa. Era un paso más, un paso hacia ella, hacia su mundo. Y cuando toqué esa prenda, su prenda, sentí que el control estaba de nuevo en mis manos.
Cuando me fui, me aseguré de dejar todo como estaba. Pero no pude evitar sonreír al saber que ya tenía algo de ella. Algo que nadie más tenía. Ese trofeo me recordaba que, aunque ella no lo supiera, ya estaba mía, de una forma u otra.
Ahora, cada vez que la veo, cada vez que la sigo en silencio, el deseo y la ira se mezclan. Cada palabra que dice, cada gesto, lo tomo como una señal. No puedo dejar que nadie más se acerque a ella. Nadie más puede tenerla. Ni siquiera un poco.
El miedo me consume. No quiero perderla. ¿Qué haría si alguien más se le acercara demasiado? No puedo soportarlo. La idea de que otro pueda robarle una sonrisa, que otro pueda sentir su perfume en su cuello...
-No lo permitiré-
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