3. Lo que Leo encontró en el bosque

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Leo contemplaba absorto la inmensidad del bosque: no era lo mismo verlo por fuera que adentrarse en su interior. Parecía que los troncos de los árboles abarcaban todo el paisaje hasta el infinito. Sentía el crujir de la tierra bajos sus pies en cada paso, y el ambiente húmedo acariciaba suavemente su rostro. El color verde de aquel panorama y la fragancia de los abetos le daban más valor a Leo, que aferraba su peluche mirando al frente mientras caminaba. Un ruido extraño alertó a Leo y todo su valor se esfumó. Era el sonido de un ave. Dirigió su mirada hacia allí. Era un picamaderos, un hermoso pájaro de color negro y algo de rojo por encima de su cabeza, familia de los pájaros carpinteros, que picoteaba la madera de un árbol. No parecía amenazador. Respiró hondo para recuperarse del susto y pensó: «No corro peligro, solo es un paseo por el bosque, no hago nada malo». Miró un buen rato embobado cómo trabajaba el picamaderos negro.

—¿No te parece alucinante, Tommy? —le habló a su peluche como si fuera su gato.

Él se imaginó que el peluche le maullaba. Leo corrió por el bosque emocionado por lo que acababa de descubrir, dispuesto a encontrar más hallazgos. Mientras correteaba, un gorrión alpino se cruzó frente a él y se dispuso a seguirlo. El tiempo se le pasó volando, explorando cada rincón del bosque. Se encontró con un montón de plantas y animalitos, al cual más curioso. No se sentía tan emocionado desde antes de la muerte de Tommy. Cansado se sentó en un tocón y se comió algunas de sus chocolatinas. El sabor dulce recorrió su paladar y lo saboreó con gusto. Tiró los envoltorios sin preocuparse de recogerlos. Le encantaba sentirse un auténtico explorador y aventurero.

—¿Quieres que te lea un cuento? —le preguntó al peluche.

Sacó de la mochila uno de sus libros favoritos: El Principito. Comenzó a leer en voz alta, como había hecho varios meses atrás con su gato. Leo realmente se sentía como si Tommy estuviese junto a él. Acabó cansándose de leer porque le estaba entrando sueño. Guardó el cuento y se recostó en la tierra, dispuesto a dormirse abrazando a su muñeco.

* * *

Los padres de Leo avisaron a Xabier, y juntos se dirigieron al bosque. No era difícil seguir su rastro porque se percibían sus huellas. Estaban muy preocupados por él, en especial su madre. El bosque no era un lugar seguro para un niño.

—¡Leonardo! —gritaba su madre angustiada.

—Si no ha pasado mucho tiempo desde que se escapó, lo más probable es que lo encontremos pronto. Además, es pleno día. —Xabier trataba de animarlos.

* * *

Un ligero cosquilleo despertó a Leo de su pequeña cabezada. Una cría de jabalí le lamía las mejillas, pegándole un buen susto. Había otra cría lamiendo los envoltorios de las chocolatinas que tiró antes al suelo. Eran criaturas bastante monas y adorables: las curiosas líneas de su pelaje le fascinaron y sus pelajes parecían muy suaves. Leo intentó acariciar a uno de los pequeños jabalíes, pero este se apartó, reacio. Un fuerte gruñido lo alertó de que la madre de las crías se encontraba cerca. Recogió su peluche deprisa, estaba cada vez más nervioso. La madre jabalí apareció de repente, persiguiendo una pequeña bola plateada. Leo se fijó mejor: se trataba de un cachorro. Él creyó que era un lobezno, pero en realidad se trataba de un husky siberiano. La jabalina embistió al pequeño husky y la pobre criatura gimió. Leo, a pesar de estar asustado, se acercó impulsivamente a ayudar al «pequeño lobo», pero al mirar al frente se percató de que la madre de los jabatos se aproximaba para arremeter contra ambos. Si no fuera porque estaba paralizado por el miedo, hubiese oído que gritaban su nombre.

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⏰ Última actualización: Jul 21, 2015 ⏰

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