7. Viaje demoniaco y mensajes malditos

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7. Viaje demoniaco y mensajes malditos

El chico al volante soltó un bostezo mientras giraba a la izquierda y salía de Atlanta sin molestarse en mirar atrás. Llevaba únicamente una mochila con cuatro mudas de ropa y dos pares de zapatos. En la cartera llevaba aproximadamente doscientos dólares y una caja de chicles de menta. No sabia cuánto tiempo estaría fuera y tampoco cuanto tardaría en llegar a su destino. Es más, ¡ni siquiera sabía dónde quedaba Lovegood! Payton le había comentado varias veces que vivía en una granja de los alrededores del pueblo más cercano a Nashville. Andrew no se había puesto a pensar en eso antes de salir como alma que lleva el Diablo tras la chica.

Quizás esa era una de las cosas que más problemas le daba de su personalidad: Él jamás pensaba en las consecuencias de sus actos y solo se daba cuenta de que muchas de sus acciones habían perjudicado a los demás cuando ya el mal estaba hecho.

Pero bueno, no estaba haciendo algo precisamente malo, ¿verdad? Solo necesitaba una explicación. Solo deseaba ver a Payton y saber por qué había hecho como si su relación con él jamás había existido. Solo deseaba saber si existía acaso la más mínima oportunidad para obtener indulgencia. La venganza de Payton había sido cruel y lo había hecho dudar sobre su estabilidad mental. Andrew sabia que había cometido errores, sabia que no era justo haberle sido infiel a su novia sin motivo alguno. Sabia que no había justificación válida para aquello. Pero, ¿qué podía decir a su favor? Quería a Payton. Sí, la quería muchísimo y le gustaba salir con ella. ¿Pero no eran acaso jóvenes aún? ¿La vida no se trataba acaso de vivirla sin restricciones y no pensar en el futuro? ¿O era solo él quien lo veía de aquel modo?

De cualquier manera, Andrew había sabido toda su vida que sus impulsos eran más fuertes que los de los demás. Sabia que era diferente. Que era el tipo de persona que no se amargaría la vida sufriendo por un amor perdido. Y, sin embargo, allí estaba; manejando por la transitada carretera en busca de una segunda oportunidad. A menudo se había preguntado por qué en las grandes ciudades no importaba la hora que fuera, siempre había un gran tráfico que te hacia meditar sobre si existía algún día en el cual las calles y las carreteras descansaran.

Andrew le echó una ojeada al reloj de la radio y vio que eran las ocho de la noche. Aún no había oscurecido por completo, pero el azul pálido del cielo ya había dejado de existir y había sido intercambiado por diferentes tonalidades de azul oscuro y en algunos puntos pinceladas negras. Las nubes estaban grises y parecían cargar con todos los pesares del mundo sobre ellas. Solo esperaba que no lloviera, y también que el clima en Tennessee fuera más cálido. Volvió a bostezar y se maldijo por no haber dormido cuando tuvo la oportunidad. Últimamente el insomnio se había apoderado de él y las noches se las pasaba en vela, leyendo o escribiendo algo para matar el tiempo.

Además, había viajado en la mañana desde Nashville hasta Atlanta y solo había logrado tumbarse un rato, para luego alistarse en menos de cinco minutos, coger una manzana y la foto que tenía de Payton en el salón de su casa, y volver a internarse en la carretera rumbo al sitio del que había planeado no saber nada hasta unos días después, cuando tuviera que volver a la universidad y seguir con la tediosa carrera que debía estudiar.

Al tercer bostezo lo decidió, definitivamente debía pararse en algún sitio a descansar. Quizás a comer algo teniendo en cuenta que no había probado bocado desde el día anterior a excepción de una manzana y chicles. Amaba los chicles. Llevaba ya treinta minutos manejando y no hacía más que pensar en lo mucho que le faltaba por conducir. Si mal no calculaba, de Atlanta a Nashville eran cuatro horas de viaje, más el tráfico y teniendo en cuenta que no sabía dónde quedaba Lovegood, para cuando llegara a la capital de Tennessee ya sería medianoche.

Perdiendo el rumbo ©️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora