Cruces del Destino

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Capítulo 2: Cruces del Destino

Las horas transcurrieron con el ritmo pausado que acompaña a las noches silenciosas. Andrea, recostada en su cama, miraba el techo mientras las palabras de su abuela seguían resonando en su mente. "Jerza". Un nombre que ahora parecía tener peso propio, un eco que se mezclaba con sus pensamientos. Intentó no pensar en ello, pero cada vez que cerraba los ojos, imaginaba cómo sería su vida si ese compromiso se hiciera realidad.

A la mañana siguiente, el sol se asomó tímidamente por las ventanas. Andrea se levantó con una determinación que no reconocía en sí misma. Algo en su interior le decía que no podía dejar que otros decidieran su destino sin su consentimiento.

"Si tengo que conocer a Jerza, lo haré a mi manera. Quiero saber quién es, pero también quiero que él me conozca como soy, sin las expectativas que nuestras familias han creado."

Con esta resolución en mente, Andrea se dirigió a la escuela. La rutina de las clases fue su refugio temporal, pero todo cambió durante el almuerzo. Alicia, siempre perceptiva, notó que algo andaba mal.

—¿Andrea, estás bien? Tienes una cara como si hubieras visto un fantasma —preguntó Alicia, inclinándose sobre la mesa.

Andrea dudó un momento antes de responder. Sabía que Alicia sería honesta, pero no estaba segura de cómo abordar el tema.

—No es nada grave, solo... cosas familiares. Mi abuela me contó algo que me tiene confundida.

Alicia arqueó una ceja, dejando su jugo de lado.

—¿Confundida? Eso no suena a ti. ¿Quieres hablar de eso?

Andrea suspiró y miró a su amiga directamente a los ojos.

—Alicia, ¿qué pensarías si te dijera que estoy comprometida con alguien que ni siquiera conozco?

El silencio que siguió fue interrumpido únicamente por el murmullo de los demás estudiantes en la cafetería. Alicia la miró con incredulidad antes de estallar en una carcajada.

—¡Andrea! Por un segundo casi te creo. ¿De qué estás hablando?

Andrea, con seriedad, negó con la cabeza. La sonrisa de Alicia se desvaneció al darse cuenta de que su amiga hablaba en serio.

—¿Es en serio? —preguntó Alicia, ahora más preocupada.

Andrea asintió. Durante los siguientes minutos, le contó todo lo que su abuela le había revelado. Alicia escuchó atentamente, interrumpiendo solo para expresar su indignación.

—Esto es ridículo, Andrea. No estamos en una novela histórica. Tienes que hacer algo.

Andrea asintió con firmeza.

—Voy a enfrentar esto, Alicia. Quiero conocer a este tal Jerza, pero no como la "prometida perfecta". Si hay algo que debo decidir sobre mi vida, será bajo mis propios términos.

Alicia, con una sonrisa cómplice, le dio un golpe ligero en el hombro.

—Sabía que dirías eso. Y sabes que puedes contar conmigo para lo que sea. Si ese tipo no es lo que parece, lo sabremos juntas.

Andrea se sintió más tranquila con el apoyo de su amiga, pero sabía que lo más difícil estaba por venir. La idea de enfrentar a Jerza, a sus padres y a las expectativas familiares la intimidaba, pero también encendía en ella una chispa de desafío.

Esa misma tarde, al llegar a casa, Andrea encontró a su abuela esperándola en la sala. Sin preámbulos, le entregó un sobre con un sello elegante.

—Este es un mensaje de la familia de Jerza. Quieren que se conozcan en un ambiente neutral. Será una cena formal este sábado. No tienes que ir si no quieres, pero creo que deberías considerar esta oportunidad.

Andrea tomó el sobre, mirándolo como si pesara más de lo que debería.

—Iré, abuela. Pero no voy a fingir ser algo que no soy. Quiero que me conozcan a mí, no a lo que esperan que sea.

La abuela sonrió con orgullo, aunque sus ojos mostraban una ligera preocupación.

—Esa es mi Andrea. Siempre valiente, siempre auténtica.

Mientras Andrea subía a su habitación, una mezcla de nerviosismo y curiosidad la invadía. Esa cena sería el inicio de algo que aún no comprendía del todo. Pero una cosa era segura: no dejaría que nadie decidiera su destino sin antes luchar por él.

El sábado llegó más rápido de lo que Andrea hubiera deseado. Vestida con un sencillo pero elegante vestido azul, se miró en el espejo antes de salir. "Un paso a la vez," se dijo. Al bajar las escaleras, encontró a su abuela esperándola con una mirada que combinaba orgullo y melancolía.

—Es hora, Andrea.

Mientras se dirigían al lugar de la reunión, Andrea no podía evitar preguntarse quién era realmente Jerza. ¿Un aliado en este enredo o un reflejo de las expectativas que tanto detestaba?

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El destino, como un hilo invisible, comenzar a tejer los caminos de dos desconocidos que, sin saberlo, estaban a punto de cambiarse la vida mutuamente.

El tiempo lo es todo .Donde viven las historias. Descúbrelo ahora