El Resto Es Nada

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Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, la historia es mía.

Como prometí, aquí estoy con el capítulo.

A leer.

Capítulo 4: El Resto Es Nada.

¿A caso Esme no te lo dijo?

¿Decirme qué?

Yo voy a llevarte a tu casa.

–¿Qu... Por qué? –es lo único que puedo decir.

Él sonríe con plena diversión y la alegría le llega a los ojos.

–Te dejaría que fueras sola a casa pero... se nota que aún estás confundida. Te han dado un buen golpe ¿eh? –estira su brazo y las puntas de sus dedos tocan apenas mi moratón. Él se lleva los dedos a la nariz y hace un gesto de desagrado–. El olor es un poco fuerte, pero ayudará.

Siento el rubor cubrir mis mejillas... y no es por la terrible hinchazón en mi sien, es por el uniforme. Jamás había sentido vergüenza de portar el uniforme de animadora, y ahora... Cruzo los brazos a la altura de mi abdomen para cubrir mi piel desnuda.

–Muy bien, vamos –dice atropelladamente y me pasa el brazo por la espalda.

Con seguridad él puede notar el latido desmandado de mi corazón a través de mis músculos... ¿Qué es lo que pasa conmigo?

A un ritmo lento, llegamos a mi auto, en donde él me abre la puerta del copiloto y me da la mano para ayudarme a subir. Él coloca mis cosas en el asiento trasero e introduce las llaves al contacto; el motor ruge bochornosamente.

–Tú me vas diciendo por dónde ¿bueno?

–Sí –murmuro– Y gracias. Lamento que la doctora haya tenido que sacarte de clase...

–No te preocupes por eso –levanta los hombros– pasa a menudo.

Aprieto los labios– ¿Cómo?

–Bueno es que... Esme es mi madre, y cuando alguien de la escuela tiene accidentes como el tuyo... yo soy el conductor designado.

–Uh, ¿de verdad? Eso es... ¡genial! –mi tono suena extraño hasta para mis oídos, y eso es porque no puedo evitar sentir cierta desilusión. Por un momento pensé que yo... que él... En fin, no soy nada especial, y éste chico me lo demuestra.

«A propósito» digo, tratando de aprovechar este tiempo que tengo con él, pues la carretera está despejada y es cuestión de minutos para que lleguemos a mi casa. «No nos hemos presentado. Soy Isabella Swan» le doy la mano, como se supone que debe hacerse, pero él solo me mira de reojo y asiente con una sonrisa franca. Yo recojo mi mano en un puño y la escondo debajo de mi pierna.

–Me llamo Edward Cullen –dice con una voz profunda– Y perdona que no pueda darte la mano, pero estoy conduciendo.

Debo aceptar que eso me consuela. Había llegado a pensar que yo simplemente no... le agradaba.

«Tú eres la capitana de las animadoras ¿cierto?»

–Sí –me apresuro a responder.

–¿Y eso... –apunta hacia mí– ...te ha pasado mientras bailabas?

Tuerzo la boca– Algo así. Alguien del equipo de fútbol me golpeó con el balón de americano y...

–Te desmayaste. Sí... sucede con frecuencia.

Nos quedamos callados durante los siguientes cinco minutos, hasta que él pregunta la calle en la que debe entrar.

–La segunda a la izquierda –indico.

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