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Sopor.

Es la primera palabra que mi enmarañada mente me permite procesar.

Hace exactamente dos horas ha acabado todo... O quizás no.

Sí, ya acabó... Pero... No, no, no, no, no... Céntrate, Santiago.

Tres años fueron suficientes para que se diera algo entre nosotros y ahora, que todo esto se fuera al demonio... pareciera que a ella no le importa. Simplemente fui un peón de su juego, un salvavidas. Un peor es nada, como diría la sabia de la abuela.

En una simple estocada hizo un hoyo en mi corazón, en mis ensoñaciones, en las risas secretas y en mi ávida mente.

Ella nunca ha sido de ambages, y precisamente en esta ocasión ha sido la persona más evasiva que he podido leer en mis veinticuatro años.

Me sentía como si me hubiera dado de bruces en el pavimento, como aquella vez, cuando tenía alrededor de dieciséis y quise probar que mi ineficacia en los deportes era relativa y una simple autoflagelación de mi ser inseguro y escuálido de esa época, intentando aprender el misterioso arte de patinar sobre una tabla con cuatro ruedas, o skate. Lo cual... no resultó fructífero. Recuerdo que mis padres me llevaron hacia Urgencias y que el doctor me enyesó la pierna, el brazo y me hizo unas puntadas en la cabeza, que dolieron penetrantemente e hicieron que soltara lágrimas como un crío.

Básicamente era lo que este desabrido anochecer me está haciendo sentir, junto con la chillona pantalla de mi computador, mostrándome esas perfectas y beligerantes oraciones que me había escrito ella, para irse, para marcharse y abandonarme con un sentimiento de impotencia. Las lágrimas escocían en mis ojos. Era la enajenación personificada. No podía seguir sentado en mi escritorio, así que decidí tomar mi abrigo y salir a la frugal vida nocturna que se desenvolvía en la ciudad. Era la víspera de año nuevo. El momento perfecto para besar a tu amante, hacer promesas idealistas, sentir que vuelves a nacer y que el mundo, por un segundo, se une en un solo cuerpo. Esta vez, eso no me sucedía. La persona que se robaba los más bajos de mis deseos y el más puro de los amores, se había ido. Todas las promesas rotas en ello podrían quitarle el aliento a cualquiera, me notaba inerme, como si me hubieran asesinado a sangre fría y el mundo era un caos de gente, falsedad, huestes consumistas y superficialidad. Lo que cualquiera pensaría cuando tiene el corazón roto. Pero a mí no sólo me han roto mi corazón: me han roto el alma, la existencia y los sueños.

Sacudí la cabeza. Estaba haciendo de mi ruptura una herida más extensa y estaba matándome. Necesitaba con vehemencia una copa de vino y catarsis física. Salí a la fría noche y me encaminé hacia la fiesta que mi amigo Ricardo había organizado hace semanas y a la que me negué rotundamente a asistir. Mi programa para esta noche era pasar un rato agradable con Aldana por Skipe, mientras conversábamos y brindábamos por un año próspero y romántico para nosotros. Después le daría la noticia de que, en una semana iría a verla a su tan lejano lugar de residencia. Por cuestiones de trabajo, tiempo y del soberbio que se hacía llamar mi (hasta hace dos semanas) editor en jefe, no había tenido la oportunidad de volver a pisar sus provincianas tierras para visitarla por segunda vez y que le tenía una sorpresa para cuando la tuviera en mis brazos: la primer copia de mi libro... pero lo importante no era eso, sino la dedicatoria que tenía... Suena como un plan de fiesta de un adolescente desbordado por la emoción del primer amor... Todo era a raíz de hacer a Aldana parte de mi vida. Fue... ¿un error?

Mi lúgubre discurso continuó hasta que tomé conciencia de que no había pedido un taxi y me las arreglé para llegar a la casa de mi querido compañero. El ambiente era pletórico y la música alucinante. No soy un gran partidista de las fiestas, drogas y sexo desenfrenado, pero, siendo sincero, disfrutaba de ese ambiente... y hoy más que nunca, no podía postergar una oportunidad tan prometedora de obtener dos de tres cosas de las antes mencionadas. Pagué el viaje y entré al edificio donde vivía mi compañero de guerra: era algo lujoso y, por supuesto, estaba diseñado para la gente que necesitaba las grandes fiestas en su vida con vertiginosa frecuencia. Tomé el elevador y, al llegar a su piso, descubrí que no traía las llaves de repuesto que me dio hace algunos meses... pero por lo visto, no serían necesarias. La puerta estaba abierta a todo el que quisiera entrar.

Canción Número SieteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora