Parte 10... Carta 7.

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Lloré. Grité. Pataleé. Había leído las cartas sin detenerme a pensar en nada. El sopor había vuelto y mi café estaba esparcido por todo el suelo mientras mi impotencia me consumía. Su pasión, su dolor, su amor, su elocuencia... Me desarmaban. Él sabía manejar las palabras de una manera extraordinaria que lograba derrumbar todos los muros que había hecho explícitamente para que su recuerdo no escociera. Gimoteando, me hice un ovillo y grité aún más. Mi garganta se cerraba y no podía dejar de berrear. De alguna manera, se las había arreglado para que mi corazón se rompiera de nuevo. Las cosas no funcionarían a distancia. Eso lo sabía.
Sería como si hiciéramos las cosas de nuevo: necesitábamos del calor del otro para que esto se sintiera real: ese fue el punto que resaltó más: el tacto. ¿Sería yo quien le negara el placer de tenerme en sus brazos? Si me iba de intercambio... podría funcionar. Incluso podría intentar quedarme allá para estar con él... y, de todas maneras, el vendría a visitarme alguna vez ¿cierto? Con mucha voluntad, cariño y esfuerzo, saldría adelante la situación. ¿Quién sabe? Incluso estaba la posibilidad de que tuviéramos un lugar en donde vivir juntos cuando terminara la carrera...
Sacudí la cabeza. Tomé el sobre que estaba enterrado que iba leyendo y lo abrí. Tenía una hoja dentro. Me limpié los ojos y respiré hondo. La decisión estaba tomada. Me levanté y tomé un lapicero de mi escritorio. Tenía que hacerlo antes de que el sentido común me convenciera de tomar el otro camino. Dejé que las palabras fluyeran fuera de mí. Era hora de darle rumbo a esta historia.

Entré al andén donde abordaría mi autobús de vuelta. Aldana no se había presentado en ningún momento. Creo que el plan no había surtido efecto. Mi idea romántica sobre las cartas y un regreso victorioso eran simples falacias dentro de mis ensoñaciones. Solté un suspiro largo. Así que todo había acabado... Sostenía la primera copia de mi libro "Sobre ella y mis otras grandes experiencias" en mi mano. Por lo visto, no sería necesaria. Se lo daría a alguien. O lo tiraría a la basura. Realmente no necesitaba verlo. Al menos hasta el siguiente junio, cuando sería lanzado por la editorial. Oí como una voz en los altavoces llamaban a los pasajeros de la próxima salida. Resignado, tomé mis cosas y procedí a tomar mi maleta, mi mochila y mis esperanzas destrozadas. Tomé mi lugar en la fila hacia la revisión, cuando noté que todos giraban a ver hacia donde alguien corría. Estaba haciendo mucho alboroto, por lo visto.

-¡¡ESPERA!! ¡¡SANTIAGO, TE ESTOY HABLANDO A TI, CARAJO!!- gritó una voz esperanzadoramente familiar. Aldana.

Giré inmediatamente y la vi corriendo como alma que lleva el diablo hacia mí. Traía el sobre en la mano. Mi corazón se hinchó de esperanza y nerviosismo. Todo podía pasar a partir de este momento. Paró justo frente a mí con la respiración entrecortada y me tendió el texto aun sin recuperarse por completo. Su piel morena estaba sonrojada por el esfuerzo.

-¿No te ibas a ir sin la respuesta, cierto?- dijo ella con la voz entrecortada.

No pude contestar. La respuesta era obvia.

-Gracias, bonita.- dije solamente y, sin más, salí de la fila y le planté un beso del que estaría orgulloso hasta mi abuelo.

-Recuerda que te quiero. I'll do it. Always. Y estás aquí – señaló el lugar donde estaba su corazón-. No importa cuánto tiempo pase.

-Toma-le di el libro-. Esto es para ti. Después entenderás.

Asintió y, con lágrimas en los ojos que no pude distinguir si eran de emoción o de melancolía, dio media vuelta y se fue corriendo de nuevo. El corazón me latía a mil por hora. Lo último que me dijo podría interpretarse de incontables maneras.

Canción Número SieteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora