Parte 4. Carta 1.

3 0 0
                                    


Me giré y solté un grito ahogado. Era el mismísimo Santiago Condado Ramírez el que estaba frente a mí de nuevo. Mis ojos estaban abiertos de par en par.

-Hey, tranquila. No vengo a hacerte ningún espectáculo ni mucho menos- dijo con una sonrisa ladeada-. Sólo... necesitaba entregarte esto.

Extendió su mano y me mostró siete sobres en lo que parecía un pequeño paquete sujeto con un pedazo de cuerda de las que encuentras en las manualidades.

-¿Qué--- Qué son?- pregunté con la voz entrecortada y en un susurro apenas audible. Aclaré mi garganta. En verdad tenía mucho efecto sobre mí. Recibí el paquete y lo miré nuevamente. Vestía un suéter de color vino, una camisa blanca dentro de él, unos jeans y zapatos casuales. Se veía... mayor. Maduro.

-Cartas, bonita- me miró a los ojos-. Son para ti, quiero que sepas cada una de las palabras que ahí están escritas y veas que hay mucho más de lo que piensas en esta historia. Es imprescindible que leas todas. Mañana mismo me iré para presentarme a mi nuevo trabajo en una nueva revista. Independientemente de la respuesta que me des después de que agotes todo lo que está escrito en esos papeles.

-Yo...- dudé, pero sabía que la respuesta ya la tenía desde un momento antes. Siempre tendría una entrada en mi vida.- De acuerdo. Leeré lo que tengas que decirme. Pero... no te puedo prometer nada.

-Nunca lo hemos hecho, Aldana. Esa es la parte atrayente ¿recuerdas?- se acerca hacia mí y me planta un pequeño beso. Me hago hacia atrás instintivamente, sorprendida.

-No te haría daño, linda- ríe un poco, pero veo como mi sobresalto le había dolido un poco-. Sabes en qué lugar y en qué habitación encontrarme... Estaré aguardando tu respuesta.- me susurró y, acto seguido, dio media vuelta y se dirigió de nuevo al hotel.

-¡Santiago!- grito y, antes de que cruce la calle, corro hacia él y me lanzó en sus brazos. No importaba si decidía intentar algo de nuevo o no, las oportunidades en esta jodida vida eran pocas. No iba a permitir que se fuera sin antes haber probado una vez más (o probablemente la última) sus dulces labios. Nos besamos lentamente, estirando un poco ese momento donde no había corazones adoloridos ni obstáculos entre nosotros. Nos separamos. No había nada que decir. Jamás había creído en el destino, lo veía como una idea idealista para justificar las acciones que nos habían llevado hasta donde estábamos, independientemente de si había una recompensa o un sufrimiento en ese lugar. Sin embargo, en ese instante, en esos preciosos segundos donde tuve su rostro frente al mío, con sus ojos brillando y nuestros alientos mezclados, creí en que había una fuerza superior que nos había puesto ahí, en ese preciso instante.

Al terminar el pequeño encuentro, me dirigí a tomar el transporte público para regresar a mi casa. No tenía cabeza para seguir vagando por la ciudad, ni tenía razón para ello. El viaje fue difuso y, cuando menos lo imaginé, estaba frente a la puerta de mi morada. Entré y me dirigí a la cocina para prepararme un café muy cargado. Necesitaba algo que me diera una señal de que esto era real. Tomé mi improvisado capucchino, mi bolso donde tenía las cartas y subí por las escaleras hacía mi cuarto, donde me encerré y me acomodé en el pequeño sillón que estaba en la parte baja de la ventana que daba a la calle. Llovía de nuevo. Mi corazón estaba latiendo al mil por hora y, con un abierto suspiro, tomé el simpático paquetito y tomé la primera carta. Admiré las letras que estaban escritas encima del sobre que decían:

"Aldana...léeme. Como siempre lo has hecho"

Abrí el sobre y, con el corazón en la mano, comencé a leer lo que decía.

Carta Número Uno.

Al principio de nuestro tiempo.

Hola, Aldana.

¿Alguna vez te he mencionado que tu nombre se me hace una verdadera delicia oral?
Lo es. Pronunciar ese bello conjunto de sílabas ha sido lo más placentero que he podido paladear en estos meses. Has sido lo más maravilloso que he podido tener el privilegio de conocer. Tal vez sigas sorprendida por lo que pasó hoy. Si estás leyendo esto, obviamente te he visto y te he dicho para qué escribí estas seis cartas. Necesito que sepas mi versión de las cosas, antes de que tomes una decisi
ón. Y he armado mi amplio mensaje en dos partes en cada uno de mis escritos: tendrás el texto como el que ahora mismo tienes en tus manos traviesas y suaves, pero, añadido a ello, al final de cada una de las lecturas, necesitas escuchar lo que tengo que decir con una pequeña intervención musical.

Así es. Hay una canción para lo que, en los seis apartados que hay, entiendas un poco de lo que me haces sentir y que, de alguna manera, sepas de que manera estás representada en mi mente y en mi corazón. Escucha un poco de mi mundo.

Te quiero. Comienza el discurso de mi corazón que, al igual que estas cartas, son todos tuyos, si así lo deseas.

Pasión- Rodrigo Leão

Dios. Las lágrimas se desbordaban de mis ojos. En verdad había hecho circo, maroma y teatro por venir a darme este hermoso regalo. Oí la canción y grité. Era la primera carta y ya me había hecho entrar en conflicto... ¿le daría la oportunidad? Tomé la siguiente carta y la abrí. Tendría que hacerme a la idea que él me haría llorar todo lo que no me había permitido ayer en la fiesta de año nuevo.

Canción Número SieteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora