Capítulo 1

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"Solo es un día más en este aburrido mundo; miles de cosas que hacer y a la vez no tengo que hacer nada. Todo lo que hago está mal."
Esas frases me atormentan cada día de mi vida, como una astilla, es molesta e innecesaria y no puedo soportarla más.

Me levanto de la cama, dispuesta al matutino griterío de la persona a la que llamo "madre". Me dirijo al baño y me pego la ducha más rápida de mi vida. En ese momento escucho los porrazos en la puerta.
- ¡¡Samanta Rodríguez, sal de la ducha, ahora!!- me gritaba sin cesar mi querida madre.
Me visto lo más oscura que puedo y salgo del baño. El pelo negro me cae sobre la espalda, húmedo y frío, haciendo que mi ropa se humedezca.
Siento la mano de mi madre en el pelo, tirando sin piedad, esperando a que salga de casa.
Arrastro hacia fuera la maleta mientras mi madre pega un portazo detrás de mí, no sé como puede estar así a tan tempranas horas de la mañana. Mis botas militares resuenan en el vacío pasillo con cada paso que doy; mientras me pongo la maleta a la espalda entro en el ascensor.
Me inspecciono en el espejo, estoy hecha una mierda, y por si faltara poco, tengo la espalda empapada.

Salgo del enorme edificio beige mientras la nieve cubre la calle. Cuando llego a la parada del autobús, Jordan está sentado en uno de los bancos con un cigarro encendido en la mano. Sus ojos grises se clavan en mí, son profundos, tanto que casi le puedo ver el alma. El flequillo le cubre gran parte de la cara, dejando a la vista solo uno de sus preciosos ojos.
- Hola pandita.- una amplia sonrisa le cubre la cara en un momento dejando ver sus perfectos dientes blancos. Me ofrece un cigarro.
- Hola petardo.- digo guiñandole un ojo a la vez que lo acepto.
Fumamos y charlamos sobre diversos temas sin importancia hasta que llega el autobús vacío, que raro.

Nuestra parada, el instituto. Dirigiéndome a gran velocidad a la cafetería tropiezo con varias personas a las que no conozco, así que me da igual. Pido lo primero que veo y me dirijo a clases, acordando el lugar de encuentro a la salida con Jordan.

Las clases se me hacen pesadas y eternas. Mi único entretenimiento son los dibujos de mi cuaderno. Empiezo a dibujar cosas que se me pasan por la cabeza, sin orden alguno y sin sentido, algunos me asustan.
- Samanta, ¿puede contestarme usted?- me pilla el profesor por sorpresa, supongo que da mucho el cante de que no estoy atendiendo.
- Claro, pero ¿puede repetir la pregunta? No la he escuchado muy bien.
- Me lo temía. Déjelo.- dice apuntando algo en su gastada agenda.

Suena el timbre, señal de ir a casa; libertad para los presos.

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