Narrador
El rugido de los motores era ensordecedor incluso desde el Paddock, donde Harriet ajustaba la chaqueta de su uniforme corporativo. El aire olía a caucho quemado y adrenalina. A su alrededor, ingenieros corrían de un lado a otro con tablets y herramientas en mano, mientras los miembros del equipo Ferrari se movían con precisión militar.
Harriet se sentía como una intrusa. "Esto no es lo mío", pensó mientras revisaba por enésima vez la agenda de Jean para ese día: reunión con los patrocinadores, entrevista con medios, después de la carrera.
-¿Nerviosa, princesa? - La voz burlona de Jean la sacó de sus pensamientos. Estaba apoyado despreocupadamente contra la pared del hospitality de Ferrari, con su casco colgando de una mano y una sonrisa que Harriet ya detestaba.
- No. Pero gracias por preguntar - respondió secamente, sin levantar la vista de su Tablet.
- Qué profesional. ¿Seguro que eres hija de tu padre? Pensé que estarías acostumbrada a esto.
Harriet apretó los labios, ignorando el comentario. Había prometido a su padre ser profesional, y eso incluía no perder los estribos con un piloto insoportable.
- Escuché lo de los fusibles en Mercedes. ¿Todo bien o vas a explotar tú también? - soltó con burla, inclinándose ligeramente hacia ella.
Harriet levantó la vista con paciencia forzada.
- Sí, todo perfecto. Solo me encanta que me saquen de mi lugar cómodo para escuchar tonterías de alguien que debería estar concentrado en no estrellarse.
Jean rio, divertido por su respuesta.
- Pensé que eras valiente, pero parece que prefieres esconderte en una oficina.
- Prefiero eso a aguantar tus comentarios inútiles. - Harriet le lanzó una mirada fría-. ¿Algo más o ya terminaste?
Jean alzó las manos en señal de rendición.
- Siempre un placer hablar contigo, jefa.
Harriet lo siguió con la mirada mientras él se alejaba hacia su monoplaza, preguntándose cómo alguien podía ser tan irritante.
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El calor se sentía sobre el asfalto del circuito de Bakú mientras los motores rugían a máxima potencia. Harriet observaba desde el pit wall, incómoda entre las decenas de ingenieros vestidos de rojo Ferrari que hablaban en códigos técnicos incomprensibles para ella.
No era su mundo, y se notaba.
Jean, en su monoplaza rojo brillante, se mantenía en la segunda posición, persiguiendo de cerca al líder de Red Bull. Harriet no sabía mucho de estrategia de carrera, pero incluso ella podía ver lo desesperado que estaba el equipo por conseguir esa victoria.
- Mantén la calma, Jean. El podio está al alcance - dijo uno de los ingenieros con voz tensa.
Jean se encontraba en la segunda posición, persiguiendo ferozmente al líder de la carrera, un piloto de Red Bull que había mantenido una defensa impecable durante las últimas vueltas.
A lo lejos, el rugido de los motores resonaba entre los edificios de la ciudad. Solo quedaban tres vueltas.
- Mantén el ritmo, Jean. No cometas errores - sonó una voz firme por radio.
Jean no respondió. Harriet se preguntó si el piloto siempre ignoraba a los demás o si simplemente pensaba que nadie estaba a su altura.
Última vuelta.
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