El dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional.
- Haruki MurakamiDesde que mi padre murió, el boxeo fue mi refugio. Nadie lo sabía. Para todos, yo iba a la biblioteca, pero la verdad era otra. No lo hacía porque me gustara la violencia, al contrario, la odiaba. Pero golpear un saco de arena, sentir la adrenalina recorrer mi cuerpo y escuchar el sonido seco de mis puños chocando contra los guantes de un oponente me ayudaba a respirar.
Lo descubrí a los catorce años. Un día, caminando sin rumbo, me encontré con un viejo desván que antes había sido un gimnasio. No tenía cartel, ni horarios, ni normas escritas. Solo un grupo de personas que entendían que, a veces, golpear era la única forma de calmar lo que llevabas dentro. Ahí, nadie me llamaba Paula. Todos me conocían como Luna.
El nombre venía del colgante que llevaba al cuello, una luna menguante que mi padre me regaló en mi último cumpleaños con él. Desde entonces, nunca me lo quité.
Y ahora, después de semanas de caos, con Lluis sin responder mis llamadas y con todo el instituto murmurando a mis espaldas, supe que debía volver.
Cuando empujé la puerta del desván, el olor a sudor, madera vieja y cuero me golpeó como un recuerdo que nunca se había ido. Las luces parpadeaban, las paredes seguían llenas de marcas y el sonido de los guantes chocando contra los sacos de arena era el mismo de siempre.
- Mírenla, la estrella ha vuelto -la voz de Nicolás llegó desde el fondo del lugar.
Apoyado contra el ring, con los brazos cruzados y una sonrisa de medio lado, me miraba con ese gesto entre burla y orgullo que siempre tenía.
- Has tardado demasiado, Luna. Pensé que ya nos habías olvidado.
- Tenía cosas que hacer -respondí sin darle más explicaciones.
- ¿Y ahora?
- Ahora quiero pelear.
Nicolás asintió con la cabeza y me lanzó unos guantes.
- Vamos a ver si sigues siendo la mejor.
Me até los guantes y subí al ring. Alrededor, algunos se detuvieron a mirar. No porque yo fuera alguien importante, sino porque en este lugar, cuando alguien subía al ring después de mucho tiempo, todos querían ver si aún lo tenía en las venas.
Nicolás se puso frente a mí, moviendo los hombros con relajación. No era mi entrenador ni nada parecido, pero siempre había sido con quien más me gustaba practicar. Sabía cómo presionarme sin hacerme daño, cómo hacerme mejorar sin tratarme con condescendencia.
- No te contengas, Luna -me dijo, levantando los puños en guardia.
Tampoco pensaba hacerlo.
Empezamos a movernos en círculos, estudiándonos. Él lanzó el primer golpe, un directo al centro, pero lo esquivé girando hacia la derecha. Sabía que solo estaba probándome, viendo cuánto había perdido en este tiempo.
- Sigues rápida -comentó.
- Y tú sigues hablador.
Soltó una carcajada y atacó otra vez, pero esta vez respondí con un gancho corto que lo hizo retroceder un paso.
- Vaya, parece que tenías cosas acumuladas.
- No tienes ni idea.
Seguimos golpeando, esquivando, midiendo fuerzas. Mis brazos ardían y el sudor ya resbalaba por mi frente, pero no quería detenerme. Por primera vez en semanas, no pensaba en nada más que en este instante. No había murmuros de pasillo, ni miradas llenas de juicio, ni mensajes ignorados. Solo Nicolás y yo, el sonido de los guantes chocando y la respiración entrecortada por el esfuerzo.
Después de varios minutos, dimos un último intercambio y nos detuvimos al mismo tiempo. Ambos jadeábamos, con las manos en las rodillas.
- No estás oxidada, Luna. Pero te falta resistencia.
- Lo recuperaré -respondí, sin dudarlo.
Nicolás me miró, aún sonriendo, pero con un destello de curiosidad en los ojos.
- ¿Qué te trae de vuelta?
Me quedé en silencio por unos segundos.
- Necesitaba recordar quién soy.
Él asintió lentamente, como si entendiera más de lo que yo estaba diciendo.
- Bienvenida de nuevo.
Y en ese momento, supe que había tomado la decisión correcta.
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El escritor demodé
Teen Fiction"Demodé". Una palabra que, como Pablo, el chico que escribía poesía a mano en la revista del instituto, parecía vivir en otro tiempo. Él, con su aire misterioso y sensible, soñaba con ser escritor, mientras yo, Paula, me sentía perdida en un mundo q...