Capitulo 5, Parte 2

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—No sé a qué te refieres con eso —repuso Ciardis sin vacilar.

Serena frunció el ceño y cambió la frase al tiempo que movía la mano de un modo alentador.

—¿Cuáles son las cosas que se te dan bien?

—Leer —contestó Ciardis enseguida.

Serena descartó la respuesta.

—Oh, eso es muy aburrido. La contestación correcta es: "cazar, lanzar dardos y montar a caballo".

Ciardis la miró con expresión horrorizada. Serena se echó a reír.

—Vamos, querida, tenemos que comprarte un sentido del humor. Era una broma. Pero en serio ahora, tendremos que pensar una lista mejor que solo "leer".

Serena se quedó muy quieta, mirando por encima del hombro de Ciardis. Esta se volvió. Se puso una mano a modo de visera para protegerse los ojos del resplandor del sol. Los brillantes rayos producían la impresión de que el castillo resplandeciera con olas rosas, pero no se dejó engañar. Aquel brillo resultaba de mal agüero, como si las paredes de piedra guardaran secretos que la se apoderaban poco a poco de ella mientras la cegaban con su belleza.

Un hombre pequeño y delgado caminaba por la arena hacia ellas. Llevaba pantalones grises de seda y un chaleco marrón sobre una camisa blanca de manga larga. Era fácil notar que Serena miraba con aprobación el físico del hombre.

"Debe tener mucho calor con esa ropa", pensó Ciardis.

—Te presento a Damias Lancer, el instructor que te preparará para la Caza del Padrino —le dijo Serena cuando él llegó a su lado. El hombre hizo una pequeña reverencia inclinando la cabeza—. Damias es el mejor instructor del Gremio. Si alguien puede prepararte para la Caza del Padrino en tres meses, es él.

El aludido sonrió.

—Lady Serena exagera, pero haré todo lo que pueda para convertirte en la mejor candidata que se presente este año a la Caza del Padrino —juntó las manos con una palmada—. Y ahora, ¿podemos salir de esta horrible arena? Empezaremos la clase de baile dentro.

Cambiaron la playa por un salón de baile vacío, donde Ciardis procedió a aprender los primeros pasos de baile durante lo que le parecieron horas. La lección resultó sorprendentemente agotadora y los bailes no se parecían nada a las danzas briosas de pueblo que ya conocía. Cuando terminaron, después de varios comentarios alentadores por parte de Damias, aunque Ciardis habría jurado que había oído a Serena murmurar algo sobre patos mareados que eran incapaces de bailar, pasaron a la clase de defensa.

Esa clase de defensa consistió básicamente en aprender a ocultar objetos puntiagudos en la ropa y hacer reverencias sin apuñalarse con ellos, pero resultó bastante divertida. Repasaron cómo esconder navajas en distintas prendas de ropa, cómo guardar agujas afiladas con la punta impregnada de veneno en el pelo y, lo que más le gustó a Ciardis: cómo usar un abanico con pinchos que se extendían al pulsar un botón. Damias le advirtió de que el abanico era un último recurso en la lucha y solo se lo darían cuando hubiera dominado los katas, los bailes militares formales asociados con su uso.

—La clase de modales la daremos durante el almuerzo —dijo cuando hubieron terminado—. Serena y yo te enseñaremos la etiqueta de las comidas nobles mientras consumimos algunos de los mejores platos que se ofrecen en el Gremio.

Tomó dos copas transparentes y las puso delante de ella. A continuación colocó cinco utensilios de comer y dos servilletas.

—Las servilletas lo entiendo, ¿pero para qué necesito dos copas y cinco cubiertos?

Él tomó ambas copas. Sostuvo una en cada mano.

—La copa más estrecha siempre será para vino. Las más grande es para el agua que bebes durante la comida. Si quieres indicar a un sirviente que ya no deseas que la llene más, solo tienes que colocar la servilleta más pequeña encima del cristal.

—Y, por supuesto, cada uno de esos cubiertos cumple una función —intervino Serena. Los tomó uno por uno y los fue explicando—. Estos son el tenedor de la ensalada, el de la carne, el del postre, el cuchillo de cortar y el de untar mantequilla. Si necesitas una cuchara, te la servirán con el plato que la requiera.

—En Vaneis solo teníamos un cubierto y una navaja —dijo Ciardis mientras procuraba memorizar bien el nombre y la colocación de cada utensilio—. La parte de abajo era curva y tenía tres dientes.

—Aquí también tenemos esos —repuso Damias con una sonrisa—. Aunque casi nunca los verás en la casa de un noble y solo en las cocinas más inferiores. Son una mezcla de cuchara y tenedor.

—¡Qué noción tan ridícula! —musitó Serena.

—Otra cosa —continuó Damias, limpiándose cuidadosamente la boca con la servilleta—. Ten siempre mucho cuidado con lo que bebes. Acepta solo bebidas de padrinos en potencia o de sus servidores.

—En el pasado, algunas aprendizas de compañeras llegaban hasta límites insospechados con tal de asegurarse un emparejamiento exitoso —explicó Serena—. Y recurrían a extremos que nosotros consideramos deplorables, entre ellos el uso de venenos para librarse de rivales en potencia.

Hizo una pausa.

—Aparte del uso de métodos convencionales como veneno, varias aprendizas, que desde entonces han sido ya expulsadas del Gremio de Compañeros, hechizaron un pasillo usando su magia en las paredes para que otra aprendiza tuviera alucinaciones al pasar por allí. Esas alucinaciones eran tan vívidas visual y mentalmente, que creyó que se estaba ahogando. Hasta tal punto lo creyó, que dejó de respirar porque sus pulmones no podían retener aire suficiente aunque el pasillo estaba perfectamente normal.

Damias apretó los labios con disgusto.

—Espero que jamás tenga que oír nada semejante de ti, Ciardis.

—No, claro que no.

Después del almuerzo, Serena acompañó a Ciardis a la Estación de Trueque de la ciudad. La llevó hasta un hombre de ojos legañosos, que llevaba una ropa indescriptible y se apoyaba en un bastón.

—Este es el único copista registrado en diez millas —dijo Serena—. Es sordo.

Se inclinó, tomó un trozo de pergamino que tenía algunos garabatos y escribió en él: La lengua Sahalian.

Cuando terminaron de negociar y llegaron a un acuerdo sobre el precio, pagó al hombre ciento cincuenta chelines por dos años de conocimientos. Él le tocó el hombro a Ciardis y esta sintió la misma sacudida eléctrica que había sentido la noche anterior y de pronto se encontró pensando en la lengua de Dragonkin.

Cuando se alejaban, Serena murmuró:

—Es ciego, está prácticamente sordo y empieza a dar muestras de senilidad. Estoy deseando que la recluta Stephanie termine de dominar su talento para copiar. Espero que sea pronto.

—¿Que domine el talento? —repitió Ciardis con aire casual—. ¿No tiene ya ese talento?

—Oh, sí lo tiene —le aseguró Serena—, pero necesita el sello de aprobación del Gremio de Compañeros antes de poder practicar y vender su habilidad en la Estación de Trueque o a clientes privados. Aunque solo le quedan dos semanas para su examen de talento, ya que fue elegida por un padrino magnífico en el otoño pasado.

Ciardis decidió no mencionar la transferencia no aprobada que Stephanie le había hecho la noche anterior.

—Cuando a ti te haya elegido un padrino como compañera, irás también ante el Gremio de Talentos —dijo Serena.

A partir de ese momento, el tiempo pasó rápidamente, con más clases de baile y de defensa, medidas para vestidos de fiesta, clases sobre cómo preparar fiestas y banquetes y otras sobre apreciación artística, organización de una casa y artes decorativas.

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Juramento de Crianza (Libro 1 Luz de la Corte en Espanol)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora