¿Quien lo soño?

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–Su Roja Majestad no debiera de ronronear tan fuertemente –dijo Alicia, frotándose los ojos y dirigiéndose al gatito, respetuosamente pero con alguna severidad–. Me has despertado y, ¡ay, lo que estaba soñando era tan bonito! Y has estado conmigo, gatito, todo este tiempo, en el mundo del espejo, ¿lo sabías, querido?

Los gatitos tienen la costumbre, muy inconveniente (había dicho Alicia en alguna ocasión) de ponerse siempre a ronronear les digas lo que les digas. –Si tan sólo ronronearan cuando dicen «sí» y maullaran cuando dicen «no», o cualquier otra regla por el estilo –había dicho– lo que sea para poder conversar. ¡Pero no! ¿Cómo puede una hablar con una persona que se empeña en decir siempre la misma cosa?

En esta ocasión el gatito sólo ronroneó y era imposible saber si estaba diciendo que «sí» o que «no».Así que Alicia se puso a rebuscar por entre las figuras del ajedrez hasta que encontró a la Reina roja; entonces se arrodilló sobre la alfombra delante de la chimenea y colocó al gatito y a la Reina uno frente a la otra:

–¡Ahora dime, minino! –exclamó batiendo palmas–. ¡Confiesa que te convertiste en ésta!

(–Pero no quería ni mirar a la figurilla –decía luego Alicia cuando se lo estaba contando todo a su hermana. –Volvía la cabeza y pretendía que no la veía; pero parecía que estaba algo avergonzado de sí mismo, así que creo que tuvo que ser él quien se convirtió en la Reina roja.)

–¡Siéntate un poco más derecho! –le gritó Alicia riendo alegremente–. ¡A ver si haces una reverencia mientras piensas qué es lo que vas a…, lo que vas a ronronear! Ya sabes que así se gana tiempo. –Y lo levantó en brazos para darle un besito. –En honor de quien ha sido una Reina roja.

–¡Copito de nieve! ¡Mi favorito! continuó mirando por encima del hombro y viendo al gatito blanco, que se sometía aún con paciencia al meticuloso acicalamiento de su madre–. ¿Y cuándo, me pregunto, acabará Dina con su Blanca Majestad? Por eso será que estabas tan desgreñada en mi sueño… ¡Pero Dina! ¿Te das cuenta de que estás fregoteando nada menos que a una Reina Blanca? ¡Francamente, qué falta de respeto!

–¿Y en qué se habrá convertido Dina, me gustaría saber? –continuó parloteando Alicia mientras se acostaba sobre el suelo, poniéndose cómoda, con un codo apoyado sobre la alfombra y la barbilla descansando sobre una mano, para observar a los gatitos.

–Dime, Dina: ¿te transformaste en Humpty Dumpty? Pues yo creo que sí… Sin embargo, será mejor que no se lo digas a tus amigos por ahora porque aún no estoy segura.

–A proposito, gatito; si de verdad estuviste conmigo en mi sueño, hay algo con lo que desde luego lo habrías pasado muy bien…, toda esa cantidad de poemas que me recitaron y, ¡todos sobre peces! Mañana por la mañana te daré algo que te guste mucho: mientras te comes el desayuno te recitaré La morsa y el carpintero, ¡para que puedas imaginarte que te estás zampando unas ostras! Ahora, veamos, gatito: pensemos bien quién fue el que ha soñado todo esto. Te estoy preguntando algo muy serio, querido mío, así que no debieras de seguir ahí lamiéndote una patita de esa manera… ¡Como si Dina no te hubiera dado ya un buen lavado esta manana! ¿Comprendes, gatito? Tuve que ser yo o tuvo que ser el Rey rojo, a la fuerza. ¡Pues claro que él fue parte de mi sueño!…, pero también es verdad que yo fui parte del suyo. ¿Fue de veras el Rey rojo, gatito? Tú eras su esposa, querido, de forma que tú debieras de saberlo… ¡Ay gatito! ¡Ayúdame a decidirlo! Estoy segura de que tu patita puede esperar a más tarde. Pero, el exasperante minino se hizo el sordo y empezó a lamerse la otra.

¿Quién creéis vosotros que fue?

FIN

Alicia a través del espejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora