Querida Manhattan:
Fue hace exactamente un año cuando fui a visitarte. Pensé en que no encontraría nada igual, en que jamás tendría el placer de visitar unas ruinas tan preciosas. Pensé que tus edificios estaban hechos de ladrillo u hormigón; pero si lo miras con otros ojos, ves que si los tocas te cortas con el fijo del papel. Pensé que jamás vería unos cielos tan oscuros, y pensé, que esperaría a que amaneciese, aunque esperara un año. Aunque estuviera un año sin ver llover, querida, yo esperaría por ver como son en realidad esos cielos. Y los logré ver, no recuerdo el día exacto, pero vi las obras del Bosco en ellos, y escuchaba las suites de Bach en un amanecer sin prisas y corriente. Mis ojos se enamoraban; tuve el honor de presenciarlo. Querida Manhattan, cuando me di la vuelta, vi que aun el cielo estaba oscuro, que tus farolas se fundían con las esperanzas, y que las grietas de tus suelos eran las marcas que tu gente te había dejado. Pensé en que nunca vería esos suelos en tales condiciones, y tuve el honor de ponerles una tirita y mandarlos de regreso a casa. Tuve también el honor de devolverte la vitalidad, y pude cubrir tus edificios y monumentos de papel con otras tantas capas.
Querida Manhattan, jamás pensé en que estaría tanto tiempo sin verte llover, y era demasiado bonito para ser cierto. Pensé en tumbarme al abrigo y calor de tu ciudad y ver en qué se convertían las nubes. Tuve el honor de ver mil maravillas y de conocer cada metro de tus cielos. Pensé que no volvería a ver llover, pero llegó. Pensé en que me esconderia debido a mi soledad y terror, pero una vez cayó la primera gota, vi que era impermeable ante ellas, volví a tumbarme, y te ví llover. Realmente, tus cielos tronaban melódicamente, y se cubrían de un gris desesperante. Y de hecho pensé en que no podría hacer nada más que esperar, pero se me ocurrió envolverte con mi piel impermeable, y dejaste de estar mojada. Tuve el placer y el honor de ver hasta tus atardeceres, y ver a ese Dios griego que desde su carro me vacilaba y teñía el cielo de un azulón característico. Pensé que no vería tus estrellas, pero tus tantísimas luces y vociferios llenaron en ambiente. Fue agradable el poder pasar 365 noches viendo tus tantísimas estrellas y todas las caras del dado redondo que era tu luna. Pensé que jamás llegaría a sentirme cómodo en ti, y llegué a compararte con mi querida Valencia, pero, vamos...realmente, ni yo soy capaz de darme cuenta del por qué lo haría. Realmente, ¿Podía alguien ver las alegrías que trae New York en fin de año estando cegado y al lado la maravillosa Manhattan ardiendo en rayos de sol? Dudo que alguien eligiese un fin de año, porque tus tantísimas noches y tus tantísimos días, se han basado en mil noches de fin de año y momentos en los que te dan las vacaciones. Ha llovido en este tiempo y nos hemos conseguido calar. Ha venido la calma después de la tormenta, y fin de año ha vuelto a llegar. Y esa eres tú Manhattan, la mayor reina entre todas las villas, los condados, las ciudades. La que pensé que no esperaría y desesperia, pero solo tuve que esperar en ti y arreglar las cosas, para un año más tarde, ver que no solo puede llenar mi corazón una persona de mi sexo opuesto o idéntico, o un deporte, o una por ejemplo mascota. Ahí, no lo pensé, simplemente me di cuenta, de que pasen los días y se conviertan en años, tú eres ese amor de mi vida, y ese alguien que me llena. Te quiero, querida Manhattan.