El chico de los ojos azules

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-Venga niña, entra en el coche.

Le dirigí una mirada de desprecio a ese hombre, y a regañadientes entré en el vehículo que me conduciría a mi nuevo hogar, si así se le podía llamar.

Mi destino era el correccional o cárcel de menores "Zambrana", en la que por orden del juez me quedaría dos años y tres meses.

El coche arrancó, dejando atrás mi casa, al igual que todos mis recuerdos del pasado. Tan solo pude llevar conmigo un par de fotos con mis amigos de la infancia, los cuales al enterarse de la noticia me habían abandonado, al igual que mis padres, como si nunca hubiese significado nada para ellos. En parte me alegraba de ello, es mejor deshacerse de los falsos amigos cuanto antes, pero lo de mis padres me había dejado destrozada.

Eché un último vistazo a mi casa, ya la echaba de menos. Tras el coche no había nadie que llorase mi marcha, ni siquiera alguien que se hubiese despedido de mí tal como pensaba en un principio que pasaría. Estaba sola, y en realidad siempre lo había estado. Recordaba mis últimos cumpleaños, todo eran sonrisas forzadas y falsos buenos deseos. ¿Cómo podía haber estado tan ciega?

-¿Cómo te llamas, muchacha?-rompió el silencio el conductor.

-Annie-susurré desganada.

-Bonito nombre.

Muy típico, todos los nombres son bonitos cuando se los dices a alguna persona. Qué tío más pelota. Guardé silencio.

-Eres de pocas palabras.

Asentí. De verdad ahora no tenía ganas de hablar.

-Bueno, hemos llegado. Espero que tengas suerte, Annie.

-Gracias-forcé una sonrisa.

Sí que necesitaría mucha suerte para tratar con niños problemáticos, aunque supuestamente fuesen como yo.

Me bajé del coche junto con el hombre que me había obligado a entrar en el vehículo y que había viajado junto a mí, levanté la vista y observé aquél sombrío lugar rodeado por una inexpugnable muralla de ladrillo que estaba coronada por varias tiras de alambre. Era tan desolador pensar que tendría que vivir aquí más de dos años...

-Sígueme, te guiaré a tu habitación.

Pasamos a través de una pequeña puerta de acero que nos llevó a un patio repleto de chicos y chicas de mi edad que me miraban de arriba abajo. Atravesamos el patio y entramos en un local altamente iluminado en el que estaba una señora sentada tras un mostrador.

-Rosario, necesito las llaves de una habitación vacía en el pabellón de las chicas.

El hombre rodeó el mostrador para buscar la llave junto a la mujer.

-Tardaremos un rato en encontrar la llave, Rosario tiene esto hecho un desastre-la miró con desaprobación-. Será mejor que salgas un rato al patio y vallas conociendo a tus nuevos compañeros.

Salí de la sala y me quedé sentada en una esquina observando a los que serían mis nuevos compañeros durante más de dos años. Bajé la mirada, era deprimente, pero sabía que no encajaría, no encajaba en ningún sitio, y menos con chicos problemáticos, seguramente se iban a reír de mí, sobre todo cuando les contase por qué estaba ahí.

Levanté la mirada y me encontré con unos ojos azules mirándome fijamente.

-Hola. ¿Qué quieres?-pregunté.

El chico siguió callado.

-¡Oye, que te estoy hablando a ti!

-No quiero nada, sólo miraba-bajó la mirada hacia mis pechos.

Él: mi perdición (Dean Ambrose fanfic)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora