Muerte a las mariposas

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Debía haber mucha gente en ese centro de menores, porque en el escaso tiempo que pasé apoyada contra la pared pasaron al menos cincuenta personas. La mirada interrogante de cada persona que cruzaba frente a mí no se hacia esperar, yo sólo les miraba con enfado. ¿No podían seguir su camino y dejarme en paz?

-Oye, tú, no puedes quedarte en medio del pasillo, aparta- ordenó una chica de pelo verde que se encontraba cruzada de brazos frente a mí.

-Que te jodan- musité mientras me levantaba lentamente, mirándola con suficiencia.

La pelo-mocos se quedó maldiciéndome desde la lejanía mientras volvía a la recepción a encargarme de esa tal Rosario.

En un primer momento me costó situarme, pero en cuanto encontré el patio pude visualizar la recepción. Entré, pero esa señora no estaba, así que llamé al timbre. Cinco minutos y todavía seguía sin aparecer... Llamé nerviosamente al timbre, pero nada, no se daba por aludida.

-¡Rosario!- grité lo más fuerte posible.

-¿Qué quieres, niña? ¿No entiendes que tengo cosas más importantes que hacer?

Suspiré para intentar calmarme, no quería darle una mala contestación, eso sólo jugaría en mi contra.

-Sólo será un momento, necesito que me cambies de habitación.

-Las habitaciones no se cambian- se dio la vuelta para marcharse.

-¡Por favor! No podré aguantar a esa chica.

-Lo siento- dijo claramente sin sentir nada.

Salí precipitadamente de la recepción antes de que hiciera algo de lo que me pudiese arrepentir. ¡Maldita Rosario! Se iba a enterar esa vieja...

Volví a atravesar el patio, pero algo me llevó a girar la cabeza hacia la parte izquierda de éste, con tan mala suerte de que un balón de baloncesto impactó contra mi cara. Claramente el mundo estaba en mi contra.

-¡Lo siento!-se acercó un chico guapillo- ¿Estás bien?

-Sí... En realidad ahora estoy mejor, hoy no ha sido un gran día.

-No te había visto antes por aquí, ¿Eres nueva?

No sabía por qué, pero ese chico tenía algo que me hacía relajarme, y como por arte de magia el enfado se me había pasado.

-Sí, es mi primer día -susurré cabizbaja.

-El primer día siempre se pasa mal, pero ya verás como pronto te acostumbras.

-No lo creo...

Noté que algún tipo de líquido caliente se deslizaba desde mi nariz, me pasé la mano y ésta quedó roja.

-Oh, estás sangrando.

-Sí, me suele pasar habitualmente cuando me golpeo.

Sacó un pañuelo de su bolsillo y me lo colocó sobre la nariz. Su roce me hacía sentir algo especial y ahora la sangre no era lo único rojo que tenía en la cara.

-Gra-gracias- sonreí avergonzada.

-Por cierto, me llamo Finn.

-Yo soy Annie.

-Encantado- dijo mientras abría sus brazos, ofreciéndome un abrazo.

Lentamente me coloqué entre sus brazos, notaba como si un millón de mariposas revoloteasen salvajemente por mi estómago, si estuviese en mi mano las hubiera matado a todas en ese instante.

-¿Quieres que te acompañe a tu habitación?- se separó suavemente

En un momento me había hecho recordar por qué estaba enfadada. Bueno, en algún momento tendría que volver para enfrentarme a esa choni, y si tenía a alguien a mi lado sería más llevadero.

Él: mi perdición (Dean Ambrose fanfic)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora