Parte dos; No estamos solos.

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El nerviosismo de Guillermo aumentó al seguir escuchando ruidos en la cocina, cuando ellos estaban a un par de metros de ella en la estancia.

--Samuel-- susurró, sin siquiera atreverse a iluminar hacia allá --, dime que tenemos ratones en la cocina.

De pronto se escuchó como se abría un cajón, al parecer el de los cubiertos, por que se escuchó como varios de estos caían al suelo --Los ratones no abren cajones Guille-- murmuró --, ni siquiera las ratas.

A pesar de los extraños sonidos, Samuel sonreía un poco emocionado, estaba funcionando.

Más ruidos, la alacena era abierta tirando unos vasos y platos al suelo, estrellándolos --¡Detén esto Samuel!-- Guillermo quería irse corriendo del apartamento, los ruidos le abrumaban.

--Vamos a ver que está pasando en la cocina.-- el mayor iba a caminar cuando sintió como era firmemente detenido por la parte trasera de su camisa.

--Ni te atrevas a dejarme solo-- susurró Guillermo molesto, y asustado --¿O sabes que? Me largo.

El pelinegro se dio la vuelta dispuesto a salir de su hogar, alumbrando su camino con el móvil en mano --¡Hey espera!-- Samuel le pidió dispuesto a ir tras él cuando, algo inusual sucedió.

Al alumbrar la puerta, y aún con los ruidos de la cocina presentes, vieron con asombro como esta se abría lentamente. La pareja observó como la puerta no se abrió en su totalidad, tan solo un poco. Guillermo sintió un terrible escalofrío por su piel al oír todas y cada una de las puertas de su hogar abrirse, con una lentitud mortificante y resaltando sus rechinidos como si fuese una competencia.

Luego un silencio abrumador, donde Samuel apuntaba con la linterna hacia la puerta blanca, que sin mas se cerró de golpe al igual que las demás. Después de los fuertes portazos se escuchó un grito femenino, que hizo temblar al menor.

Al de ojos achinados se le llenó le cuerpo de una extraña mezcla de miedo y cólera, temía por su vida y Samuel había sido quien había iniciado todo. Se giró para encararlo, encontrándose con solo la fuerte luz de la linterna apuntando hacia él --¿¡Se puede saber a quién invocamos exactamente?!-- cuestionó con un tono demandante, que hizo sonreír a Samuel.

--A los Creepypastas.-- respondió con un tono divertido.

--¿¡A los Creepypastas?!-- gritó asombrado, pero por la tontería de Samuel --¿¡Esas absurdas historias de Internet que narra Town?! ¡NO EXISTEN PARGUELA!

Samuel solo sonrió al ver el estado de su compañero, quien debía mantener sus ojos más cerrados de lo normal debido a la luz que le cegaba --¿Y si existen? Tal vez estén aquí ahora.

--¡Tal vez te reviento a hostias chaval!-- otro ruido, ahora más cercano y tétrico, un quejido. Guillermo estaba muy asustado, por todos los acontecimientos, pero no se lo iba a demostrar --¿Me estás diciendo que los personajes de los cuentos de terror en Internet, han venido a nuestro apartamento a asesinarnos?

--No nos van a asesinar.-- susurró Samuel, atento a lo que decía el pelinegro.

--Eres un idiota.

Caminó solo unos pasos hasta el interruptor, para intentar encender la luz de la estancia pero, no funcionaba.

Guillermo frunció el ceño, y con desesperación intentó encenderlo un par de veces más --¿Todo bien?-- cuestionó Samuel, aparentemente divertido con la actitud del menor.

--¡Genial! Como en las malditas películas.-- murmuró alejándose de la pared, para volver a hacia la luz, hacia Samuel.

Al estar frente al hombre, percibió una risilla desde la cocina, harto por la situación y terriblemente nervioso le arrebató con sus manos temblorosas a Samuel la linterna para guardar su móvil en el bolsillo trasero.

--¿Qué haces Guille?-- interrogó Samuel confundido por la inesperada acción de Guillermo.

--Bien Samuel, crees en fantasmitas y todo eso, pues te voy a demostrar que solo son trucos de la mente para asustarnos.-- habló mostrando seguridad, aunque por dentro suyo no paraba de temblar del miedo.

Caminó hasta la cocina, a la cual sin siquiera dudar iluminó. Ambos se sorprendieron al ver allí a un hombre de pie, probablemente de la misma estatura que ellos dándoles la espalda.

Estaba encorvado, moviendo las cosas del interior de uno de los cajones. Vestía un pantalón negro, bastante sucio con lo que parecía ser lodo, una sudadera blanca que igual permanecía sucia. Pero con una sustancia roja. Su cabellera negra era un poco larga, y caía por sus hombros.

Cuando sintió la luz iluminar sus espaldas, se giró con lentitud, mostrando su horrible rostro.

La pareja quedó petrificada del terror, observando al extraño frente a ellos. Este sonreía con maldad, sobre su rostro pálido una sonrisa que se extendía más de lo que debería y con sus ojos enormes con solo la pequeña pupila en su interior negra, atentos a cualquier movimiento que se atrevieran a hacer. Mostró sus dientes, divertido con tan solo ver las expresiones de Guillermo y Samuel, si que se iba a divertir.

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Publicado el 9 de Octubre.


La fiesta del terror ¤ WigettaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora