El hecho de que Andrew me hubiese pedido ayuda, aun estando enfadado conmigo, me había sorprendido bastante. Aunque no tanto como que Thomas me hubiese dicho que le invitara a la fiesta hacia unos días. Eso había sido impactante.
En cuando comprendí lo que tenía que hacer, me puse manos a la obra. No tenía tiempo que perder.
No me había costado encontrar a Ezra. Al parecer, su mensaje era falso. No estaba comprando hielo. Estaba abrazado a una botella de ron, escondido en la bañera. No parecía estar muy bien, pero en ese momento no pude pensar con claridad. Abrí el grifo y le di una ducha con agua fría. Eso, a parte de enfadarle, pareció espabilarle.
No le expliqué muy a fondo por qué me iba, pero le dije que ahora era el responsable de cuidar la casa y pareció comprenderlo. También le dije que buscara a Brooke y a Olivia, para que le ayudaran. Solo obtuve un gruñido por respuesta.
De vuelta a la fiesta, solo me quedaba coger las llaves del coche y bajar a Thomas de la mesa. Lo primero era fácil. Lo segundo hacía que quisiera pegarme un tiro en la cabeza.
Thomas había evolucionado. Ya no cantaba en plan sexy y provocador. Ahora bailaba a lo Channing Tatum en Magic Mike.
Intenté hablar con él y explicarle que teníamos que irnos ya, pero al final tuve que subirme a la mesa con él. Intentó conseguir que bailara, fallando en el intento. Varias veces.
Mi paciencia se acabó al séptimo movimiento pélvico.
Tras un fuerte bofetón de mi parte y un par de gritos, pareció reaccionar. Y su cara pasó de representar la felicidad máxima a la mayor de las preocupaciones.
A partir de ese momento, todo fue más fácil. El trayecto en coche fue silencioso. No sonaba ni la radio. Thomas evitaba mirarme y yo evitaba pensar en lo que estaba a punto de hacer. Aunque pareciese correcto. Mis ojos estaban fijos en la carretera.
Fue por eso por lo que vi las luces parpadeantes de una gasolinera. Y decidí parar. Había algo que tenía que hacer.
Aparqué el coche en un lugar que no estorbase a la gente que necesitara reponer gasolina, eché el freno de mano y le ordené a Thomas, como si fuese un niño pequeño, que no se moviera.
A la dependienta no le pareció raro que un chico de diecisiete años comprara helado y un café a las cuatro de la mañana.
A Thomas le hizo sonreír.
Le tendí el café para que se lo tomara y, con suerte, se despejara. También le nombré guardián del helado.
Ya solo quedaban un par de minutos. Que se convirtieron en segundos. Que pasaron a ser un presente.
Y aquí estaba. Con una tarrina de helado entre mis brazos, frente a las puertas de un hospital. Aunque parecían más las puertas del infierno que otra cosa.
No estaba seguro de que esto estuviera bien. No estaba seguro de que me necesitaran aquí.
—Si no entras ya, el helado se va a derretir —comentó Thomas, sacándome de mis pensamientos —. Tu bonito gesto acabará siendo una pérdida de tiempo.
Alcancé a ver cómo tiraba el vaso del café y entraba al hospital. Decidí seguir sus pasos.
Al fin y al cabo, no tenía nada más que perder.
Dejé que me guiara por los interminables pasillos blancos. Él se dedicaba a preguntar en recepción, a enfermeras, doctores y todo el personal que se cruzaba por nuestro camino. Solo obtuvo indicaciones sobre cómo llegar a urgencias, pero nadie contestaba a sus preguntas.
Al final, acabamos llegando a la zona de urgencias. Había ancianos, matrimonios, adolescentes, niños y bebés. Algunos claramente heridos.
¿No resultaba curioso cómo los hospitales nunca estás vacíos?
Curioso y triste.
—¡Thomas!
No había visto a Karma llegar, pero con solo oír su voz me quedé petrificado detrás de Thomas.
—¡Karma! ¿Estás bien? —preguntó mientras la apretaba entre sus brazos —. ¿Qué ha pasado?
Fue entonces cuando se apartó, permitiendo que ella me viera.
Llevaba unas pintas desastrosas, con unos vaqueros rotos y la camiseta manchada. Su pelo le caía en forma de rizos desordenados por su espalda. Pero lo que de verdad me rompió el corazón fue ver que estaba llorando. O que lo llevaba haciendo mucho tiempo.
Un susurro escapó de entre sus labios.
—Drew...
Había pensado que se enfadaría. Que me gritaría. Que no me hablaría.
Nunca habría imaginado que lo que haría sería apartar a Thomas de un empujón para poder lanzarse a mis brazos. Y que yo la recibiría con estos abiertos, aunque eso significase que el helado acabaría desparramado por el suelo.
Los brazos de Karma rodearon mi cuello, sin intención de soltarse. La escuché llorar contra mi hombro y por cada sollozo mi corazón se rompía más y más. Pasé mi mano por su espalda y su pelo, en un intento por consolarla. No sabía qué decirle, ni siquiera sabía qué había pasado.
Solo sabía que estaba en mitad de la sala de urgencias de un hospital, con un charco de helado a mis pies, abrazando a la chica de la que estaba enamorado.
Y que estaba muy jodido. Y que ella también lo estaba.
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