En la cornisa

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Estaba recapacitando y ponderando sus opciones; podía volver y enfrentar su castigo. O podía quedarse allí hasta el anochecer. También podía escapar e irse a lo desconocido.

Siempre quiso conocer la Torre de los Siete Demonios, donde había estudiado y refugiado su padre. Capaz ésta era la mejor oportunidad que tendría. ¡Capaz era una señal!

Miró por sobre el muro, si corría al norte, siguiendo las rutas de las mulas por la cordillera, muy seguramente después de días de caminata llegase a ver los picos, aunque sea los picos de la torre. Sacó el mapa que siempre llevaba con ella en el morral. Allí estaba... a unos diez centímetros... Claro que su mapa era continental... Podrían tratarse de cientos de kilómetros.

Concentrada en sus cálculos, sin bases en particular, y subestimando altura y dimensiones, la interrumpió una sombra obscureciendo los dibujos en el mapa. Levantó la vista asustada, nerviosa de haber sido encontrada tan pronto. Pero solo se encontró con un halcón que la miraba con curiosidad.

Era del tamaño de un perro grande, prácticamente, sus plumas eran plateadas y brillaba bajo la luz de la tarde. La observaba con sumo interés, elegante por sobre las piedras. Alas quedó fascinada ante su belleza, pero luego recordó, que era un niña sola en el páramo, pequeña, y esa era un ave enorme y de presa. Lentamente guardó el mapa en su morral y levanto una piedra del suelo.

— ¡Vete!— le tiró la piedra, pero el ave apenas reaccionó, sus ojos brillaban con interés y se acomodaba, como si estuviera pensando que hacer con ella—. ¡Vete! Soy muy grandota para ser tu almuerzo— al menos eso ella pensaba...

La triste realidad era que Alas era una niña flacucha y pequeña. Dio unos pasos atrás, mirando de reojo a sus espaldas.

— Me iré, no soy tu comida.

Aunque la muerte a garras y pico de un halcón no era nada en comparación con la ira de sus padres, no estaba dispuesta a ser la comida de un pájaro. En un instante le dio la espalda y se dio a la fuga.

Tenía que esconderse entre las piedras, pero no había nada que le proporcionara refugio. El Páramo era solo pastizales, rocas solitarias y cielo.

Escuchó al halcón llamando tras ella, con su grito agudo y alarmante. Podía escuchar su aleteo elevarse. Sin parar de correr con todas su energías, su aliento faltándole más por el miedo que por el apuro, vio en el césped la silueta del ave sobrevolándola.

Antes de poder gritar, o siquiera darse cuenta, el halcón ya la había atrapado y la llevaba por los aires. Alas intento escabullirse del agarre, pero solo logró que la criatura la aferrara más. Sus garras atravesando la tela de su ropa y raspándole la piel.

Por debajo, divisó dos personas caminando en el senderó. Les gritó por ayuda, pero sobrevoló tan rápido que no pudo alcanzar a notar si la habían oído. Dejó de esforzarse en escape alguno cuando ya estaba demasiado lejos del suelo, las piedras se volvieron distantes, y el camino desapareció, ahora solo era un fino y casi inexistente hilo a la distancia.

Intentando calmarse, calculaba en su cabecita como escapar una vez que el ave la llevara hasta su nido. Justo recién ahí tendría su chance de escapar. Pero para su sorpresa, no parecía dirigirse a ningún nido o rocas o nada que ella pudiera imaginar que fuese el hogar de dicha criatura. Estaba siendo llevada de regreso al castillo, su largo recorrido, que llevó horas, siendo burlado en minutos.

Ya divisaba la estructura de piedra del castillo de su familia.

— ¡Me estás llevando a casa!— exclamó la pequeña sorprendida—. ¡No hagas eso! ¡No quiero volver aún!

La criatura la depositó sin cuidado en uno de los balcones y se acomodó ceremoniosa al borde el balcón, observándola expectante. Intentó abrir la puerta que llevaba a la habitación pero estaba cerrada. Entonces procedió a forzarla y darle patadas, buscando la forma de entrar al lugar, alejarse lo más pronto posible del ave. Al ver que no había forma de abrirla, se volvió para reencontrarse con el halcón pero solo vio el simple vacío.

Al parecer, había decidido irse.

Qué maravilla, suspiró, ahora estaba atrapada en uno de los tantos balcones de las habitaciones vacías del castillo. Concéntrate, se dijo así misma. Primero debía saber dónde estaba, en qué parte del castillo se encontraba.

No tardó demasiado en saberlo, al mirar al costado ya vio a unos metros el amplio balcón que daba al estudio de su padre. ¡Excelente! , musitó y se preparó para llegar hasta ahí.

Estaba al menos a unos treinta metros de altura, la cornisa que cruzaba de un balcón a otro tenía unos buenos veinte centímetros para poder caminar sobre ella y llegar al otro balcón. En cual ya se veía que tenía las ventanas abiertas. Eran solo unos seis metros de distancia, en unos pasos llegaría... Estaba segura.

No es distinto a trepar árboles, se convencía a sí misma, es un paso tras otro y sin mirar abajo.

Pero, por si las dudas, nunca estaba de más estar precavida; sacó de su morral una soga y ató un extremo al balcón y el otro a su cintura. Aquello le generó más seguridad y con cuidado se deslizó por la cornisa, tomando aire profundamente.

...Avanzó con suma cautela y calma. Debía llegar a la primer columna que la separaba de su objetivo. Ese sería el paso más difícil, pero al menos la estructura la ayudaría a mantener el balance. Apenas tocó la columna, tomó aire. Ni sabía que había estado conteniendo la respiración. Desgraciadamente tuvo que mirar abajo para saber a dónde estaba acomodando los pies.

Un mini ataque de vértigo casi la sorprende, y se obligó a sí misma una vez más a concentrarse. Enfocándose en la última columna siguió avanzando. Un paso, otro paso, dos pasos más, ya faltaba poco.

— ¡Lo hice!— exclamó sin aire, sujetándose de la piedra.

Nunca había estado tan feliz de dar unos pocos pasos en su vida entera. Solo seis más y ya estaría a salvo.

— ¡No puedo creer lo que me estás diciendo, Sayer!

La Bruja del PáramoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora