En el abismo II

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Solo le dije "No te casarás con lady Rita. Te casarás con Ilumina". Se lo dije tres veces.

Impuso una orden tres veces en la voluntad emocional de un ser humano común. Una vez implica consideración, dos veces es una orden en norma y tres veces significaba el cumplimiento de la orden sin mesura. Todo era la receta al desastre.

Apenas Alas soltó aquellas palabras, Mairé ya estaba corriendo a la puerta. Debían hallar a Aldren pronto antes de que el desastre ocurriera.

Cuando llegó a la sala del trono que habían improvisado en la planta baja del castillo, Mairé se encontró con los tres príncipes, el rey y su esposo, todos juzgando a un joven hombre que los guardias sostenían con cadenas. Estaba golpeado, sucio de barro y toda su ropa cubierta en sangre. Se acercó con lentitud, cuidadosa, no sabía que estaba pasando. Supuso que era un desertor de las fronteras que habían atrapado.

Era relativamente común que eso ocurriese, siendo capturados una vez pasando por otros puntos de guardia del Páramo y castigados por desertores.

Los caballeros lo tiraron al suelo, al frente, a los pies de Sayer y Héctor. El ruido de su peso y las cadenas se mezclaron con su gemido al golpear el piso. La voz le pareció familiar y entró en pánico, cuando el prisionero levantó la vista, unos conocidos ojos celestes que una vez estaban llenos de inocencia y compasión ahora la observaban con frivolidad y locura.

—... Es Aldren...— musitó parándose junto a su esposo—. ¿Qué ocurre aquí, Héctor?

Su marido siguió con la vista en frente, su ceño fruncido. La habitación estaba en silencio, solo se escuchaban los ruidos de la cadena a la vez que Aldren se acomodaba, poniéndose de rodillas ante el rey y el señor que tenía delante. Vio también al doctor Marques a un costado con los demás caballeros presentes, estaba en llanto pero su semblante era de decepción. Decidió entonces mejor sentarse en su lugar, a la derecha de su esposo.

— Testigos, hablen— indicó Héctor en voz profunda, vestido de negro por el luto y con sus ojos grises, parecía la misma parca.

Dio un paso adelante el posadero del Cardón Dorado. Jasón era un hombre viejo pero fuerte como el acero. Nadie sabía exactamente qué edad tenía, pero bien que ya sus tataranietos estaban en edad de tener sus propios hijos. Era un anciano encorvado pero testarudo, con él estaba su nieto y su bisnieto que trabajaban para él en la posada.

— La señorita Rita Montenegro se hospedó en mi posada hace poco tiempo y era sabido que estaba comprometida con Aldren Castellis— habló el aciano con impresionante claridad—. Ella nos había contado que desde niños estaban enamorados y que se casarían cuando Aldren obtuviera su título de médico. Aldren venía muy seguido a la posada, siempre fue un muchacho estupendo y amaba a la señorita. Nunca dio indicios de que quisiera hacerle daño hasta que ya era tarde.

"Tarde"... ¿Qué había pasado? Mairé estaba pensando en lo peor.

— ¿Cómo están seguros de qué Aldren cometió el crimen?— interrogó Héctor, siempre el acusado merecía el beneficio de la duda hasta que se demostrara que era culpable. Mairé ya no tenía dudas, Aldren había hecho algo terrible.

— La noche después de la celebración, lady Rita regresó llorando y no la acompañaba su prometido— está vez habló el nieto de Jasón, Jared—, supusimos que habían tenido un pleito común entre jóvenes. Así que no nos preocupamos. Hoy a la tarde Aldren volvió, entró a la habitación de Rita y escuchamos gritos— el hombre tomó aire y apretó los puños—, parecía otra pelea pero los gritos de la mujer se volvieron más fuertes y desesperados. Ahí decidimos intervenir, con mi hijo empezamos a golpear la puerta pero cada vez los gritos eran más profundos y de dolor, parecían ahogarse. Cuando tiramos la puerta abajo usando uno de los bancos del pasillo, vimos una escena grotesca.

Jared se detuvo, no pudo continuar, se tapó el rostro. Mairé tragó saliva, no podía creer lo que estaba escuchando.

— ¡Ese monstruo!— gritó el biznieto del posadero, señalándolo con un dedo y lleno de ira—. ¡Ese desgraciado asesinó a lady Rita! La apuñaló hasta matarla. Cuando abrimos la puerta ahí estaba él, aun apuñalando... el cuerpo... que ya no respiraba, ya no pedía auxilio— el joven tomó aire, estaba claramente enfurecido y traumado por lo que había atestiguado—, la seguía apuñalando aun cuando lo separamos de ella.

Todos los presentes estaban mudos, era increíble. El buen Aldren, el tímido y ridículo chico de anteojos, mejor alumno del doctor Marques y el joven que todos adoraban... había matado a sangre fría a su dulce y gentil prometida.

Y Mairé sabía porqué.

— Aldren Castellis— llamó Héctor al acusado—. ¿Qué tienes que decir en tu defensa?

Por un momento Mairé pensó que Aldren no diría nada. Allí estaba; sucio de barro tras haber sido arrastrado por todo el pueblo, repudiado por la multitud. La multitud que escuchaba gritar por justicia, por la muerte del asesino desde el otro lado de la puerta de roble.

— Yo quiero casarme con su hija Ilumina, mi lord— dijo y su voz era ronca, no era la voz simpática del Aldren que una vez contaba chistes junto al fuego. La respuesta alteró a Héctor, quien si hubiera tenido la otra pierna se hubiera parado a golpearlo—. Pero Rita no entendía eso, no quiso cooperar con la anulación del compromiso... Entonces tuve que matarla.

Su respuesta provocó desorden en los caballeros, en Sayer y en Héctor. Jamás había manifestado atracción alguna hacía la hija del Señor del Páramo.

— ¿¡Qué dices?!— bramó Héctor y las paredes retumbaron—. ¡Justificas haber asesinado a una inocente y pura mujer haciendo uso del nombre de mi hija!

— Fue culpa de Rita...— musitó el joven, su cabello rubio y sucio tapándole casi completamente los ojos. No obstante, Mairé estaba segura de que no lo había visto parpadear ni una sola vez en todo el tiempo que estuvo allí de rodillas.

— ¡Llévenlo a las mazmorras! ¡Enciérrenlo y encadénenlo!— ordenó Sayer antes de que a Héctor le diera un ataque de ira—. Mañana antes del amanecer recibirá la justicia del rey.

La Señora del Páramo escuchó el clamor de la gente en el exterior, todos aprobando la decisión del rey y de su señor. Pero había un detalle que Héctor no sabía y que Sayer seguramente sospechaba. Un hombre noble y gentil como Aldren no cambiaba de un día para otro de esa forma. No estaba en su naturaleza. Miró de soslayó al rey y él le devolvió la mirada.

Sí, él lo sabe...

La Bruja del PáramoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora