2.El despertar

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La lluvia caía con fuerza contra la ventana, las gotas de agua se hacían pedazos al impactar en el cristal. Cada cierto tiempo un rayo de luz iluminaba la habitación. Ya había amanecido, pero el día era tan oscuro que no lo parecía. Alex dormía profundamente, de su mano, una señora que aparentaba tener unos cincuenta años la miraba esperando que en algún momento despertase de su profundo sueño, sus ojos reflejaban cansancio, en parte por las ojeras, en parte por la mirada, que también albergaba algo de tristeza. De fondo un intermitente "pi" y los pasos procedentes del pasillo de médicos y enfermeras. Poco a poco, abre los ojos y se encuentra con el triste blanco apagado de la pared del hospital, se da la vuelta y ve que su madre está ahí. "Ha dejado de trabajar un momento, increíble" fue lo primero que pensó al ver la cara envejecida de la señora.

-¿Qué demonios estabas pensando, hija? Casi me matas del susto, no quiero ni pensar en que hubiese pasado si no se me hubiesen olvidado los papeles de la reunión de la tarde en casa.

-Déjalo mamá, sigue pensando en tus reuniones e inversiones, yo estaré bien.

- ¿Cómo estarás bien? ¿Tu idea de estar bien es estar muerta? ¿Pretendes que me quede tranquila después de esto?- Dice alzando la voz. Un hombre de pelo blanco, gafas y bata también blanca aparece en la sala y esta se calla.

-Señora, a la niña no le viene bien que le grite. Entiendo por lo que ha pasado pero espere a que se recupere del todo para reñirle. Y tú ¿Cómo te encuentras?-Dijo mirándola.

-Decepcionada.

-En una hora verás a la psicóloga del centro médico, si sigues con esa idea en mente no podemos darte el alta ni dejar que vuelvas a casa.-Dice el médico que tras comprobar los aparatos y máquinas de dicha habitación, se va.

Se produce un silencio incómodo que aunque solo dura 15 minutos parece interminable para las dos, silencio que conocía muy bien en realidad puesto que el último año había estado lleno de momentos como este. Hubo tiempos en los que madre e hija compartían secretos, se decían lo mucho que se querían y eran felices, aunque parecía que ninguna de las dos recordaba aquello, se habían alejado tanto que no sabían absolutamente nada la una de la otra. Y cuando ya se habían acostumbrado al silencio se escucha una voz masculina y familiar que llega desde la puerta. Su padre la vio con ojos preocupados, pero aun así se podía apreciar que de los tres él era el más feliz. Se acercó a la cama y dio un beso a su hija en la frente.

-¿Cariño, qué tal estás?- Pregunta de forma demasiado afectuosa para los meses que llevaban sin verse.

-Bien, supongo.-Responde ella de forma fría.

-Suzanne, tengo que hablar contigo, vayamos fuera y dejemos que la niña descanse.- Dijo refiriéndose a la mujer que seguía sentada mirando a la nada.

Cierran la puerta de la habitación y salen al pasillo, aunque da igual, los gritos del hombre se escuchan perfectamente.

-Ha sido culpa tuya, ¿A caso no prestas atención a lo que le sucede a nuestra hija? Ya perdimos a Eddie, ¿quieres perderla a ella también?

-Venga ya, ¿y tú qué? Hace más de tres meses que no te veíamos el pelo. Por no decir que apenas llamas. Pasas completamente de ella y aún por encima me echas la culpa a mí. Y ni te atrevas a mencionar a Eddie.

Ella, harta de escuchar discutir a sus padres se levanta, abre la puerta y dice:

-Mamá, no quieres que papá mencione a Eddie porque no te atreves a afrontar la realidad, prefieres centrarte en trabajar aunque eso suponga olvidar a tu hija, si mamá, tu hija, que está viva y necesita atención. Y respecto a ti, papá, no te atrevas a echarle la culpa a mamá cuando tú lo único que haces por mí es pasarme dinero, dinero que no necesito, necesito a mi padre. Así que, callaos ya, que se os escucha en toda la planta.

La chica de la sonrisa rota.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora