4. El mechero

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Cuando salió de la cafetería, estaba tan ensimismada, tan metida en su propio mundo que ni si quiera notó el frío. Una vez en su planta, observó con odio el pasillo inmensamente blanco, con las luces fosforescentes alargadas emitiendo aquel zumbido sordo que la hacía enloquecer. Sin duda, si no están locos lo acaban estando al estar aquí internos, pensó. Se dirigía a su habitación, cuando de repente, de una puerta de la izquierda salió la voz de Suzanne.

-Alexandra, te estaba esperando- Dijo ésta con una sonrisa notablemente fingida.

-Sabes que odio que me llames Alexandra. ¿Qué haces aquí mamá?

-Es sábado, te dije que vendría.

-Ah, sí, es que no esperaba que fuese cierto.

-Me duele que esperes tan poco de mí.- Dijo la madre, una vez sentadas en uno de los sofás de la sala de espera de la que había salido con anterioridad.

-¿Y qué quieres que espere después de este último año?- La mujer se limitó a bajar la vista, mirando al suelo en un gesto de arrepentimiento.

-Lo siento...-Levantó la cabeza, miró a su hija a los ojos y con la intención más sincera dijo- Prometo que lo voy a intentar, te haré más caso. Quiero que hables conmigo, que me cuentes cómo estás, cómo te sientes.

-Es muy triste que tu hija haya tenido que estar a punto de morir para que tú le prestes un poco de atención. ¿No crees?- Y con estas palabras se hizo el silencio en la sala. Se mantuvieron así un rato hasta que la música de ambiente que sonaba acabó por desquiciar a Suzanne, que intenta restablecer la conversación de nuevo.

-Nía me ha preguntado por ti.

-¿Cómo? ¿Se ha enterado?

-Sí, he tenido que ir al instituto para avisar y explicar por qué vas a faltar durante una temporada y...-Es interrumpida por su hija, que enfadada grita.

-Espera, ¿Todo el instituto sabe esto?

-No, solo se lo dije a Nía porque me la encontré cuando salía y como erais amigas pensé que querrías visita, aquí te debes aburrir mucho.

-Si me prestaras más atención sabrías que ya no tengo amigos.

-Pero hija, no puedes aislarte del mundo, tienes que relacionarte con la gente.

-Estoy harta de que todos me digáis lo que puedo o no puedo hacer y de estas conversaciones estúpidas y sin sentido en la que está claro que ninguna de las dos está cómoda hablando con la otra.

-No te decimos lo que puedes o no hacer, te aconsejamos porque la vida que estás llevando no es propia de una adolescente como tú.

-Ah, porque la vida que llevas tú es la adecuada ¿no mamá?- Se echa a reír irónicamente

-Bueno, el caso es que Nía me dijo que se pasaría a hacerte una visita pronto.

-Me encanta como cambias de tema cuando se trata de ti.- Dice haciendo uso de nuevo de la ironía.

Y después de otro silencio que parece eterno, la mujer se despide de su hija con un abrazo frío, de esos que se dan por compromiso y sin amor.

Ya en su habitación, la 315, se deja caer sobre su cama y se queda mirando al techo pensativa. Odiaba a su madre por trabajar tanto, pero deseaba que cumpliera su promesa y por una vez le hiciese más caso. En el fondo la echaba de menos, pero a la de antes, no a la mujer con cara demacrada que decía ser su madre. También pensó en Nía, su mejor amiga, o eso era antes de que ésta se enfadase con ella por pasar e ignorar a toda la pandilla. Nía tenía razón, pensó, ya no era la misma desde lo de Eddie, no tocaba, no leía, sacaba malas notas, dejaba de lado a sus mejores amigos. Sí, su vida se había derrumbado por completo.

Cuando se giró, se encontró con la cama de su compañero de habitación hecha y ni rastro de sus cosas. Así que, salió al pasillo, preguntó a la recepcionista que qué había ocurrido y ésta respondió que se había intentado prender fuego con un mechero y que se estaba investigando de dónde había salido, puesto que él no tenía acceso a ningún material que pudiese dañarle. "Mierda" pensó, el mechero lo cogió de mi mesilla.

-¿Pero está bien?

-Si, por suerte un enfermero pasaba por allí y lo vio.

-Bien.- Dijo aliviada.

Volvió a la habitación, más pensativa todavía. "Alguien casi muere por mi culpa" se sentía la peor persona del mundo. Solo quería desaparecer de allí, que se la tragara la tierra o algo así, pero por desgracia para ella eso no ocurrió. Y con este pensamiento se quedó dormida sobre la cama, hasta que petaron a la puerta y se despertó.

-Hoy no comeré nada, gracias.- Gritó sin tan siquiera levantarse.

-No soy ningún enfermero.- Se escuchó al otro lado de la puerta.

La chica de la sonrisa rota.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora