Mi primer curso en España se basó en aprender a hablar, como un recién nacido. Ana fue la que me ayudó muchísimo. A parte de las clases normales según horario, tenía clases extras con ella en las que aprendía a escribir, leer, hablar, recordar, sumar, restar, multiplicar, dividir. Era mi mejor amiga. Yo tenía una mejor amiga y un mejor amigo en Bulgaria, pero allí se quedaron. Eran hijos de los mejores amigos de mis padres. Recuerdo que me llevaba muy bien con el chico pues yo era sólo un año mayor. Y la chica me sacaba dos años, pero en esa época no era nada, éramos niños. Recuerdo que los hermanos se pegaban mucho y yo era la que siempre estaba en medio y nunca sabía a quién apoyar, me caían igual de bien los dos.
Ana ocupó su puesto y eso parecía no importarla, me encantaba esa profe. La debo mucho.
Pero eso no solucionaba nada de lo que Sofia me hiciese, ella se empeñaba en dejarme en ridículo. Siempre. Era como si tuviese miedo a que le quitase todas las amigas o algo por el estilo, en realidad nunca supe porqué la caigo mal hasta día de hoy. Se pasó el año e igual cuarto. En cuarto recuerdo que aprendí del todo el idioma, y ahí llegaba la mala noticia, al dominar el idioma, su escritura y su lectura eso implicaba que tendría que dejar de asistir a las clases extras de Ana. Esas horas eran sin duda las mejores del día, de la semana, del mes, del año. Supliqué sin éxito poder volver a sus clases, pero no sirvió. Dejé de asistir a esos momentos mágicos y aprendí a ser una más de la clase, una niña que sólo escucha, sin opinar, sin hablar, volví a la soledad.