La Loba que quiso ser Oveja

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Tal vez entrar al mercado no fue tan buena idea. Hacía años que había vivido en el bosque, cazando sola, y si bien contra osos nunca bajaría la frente, frente a un tumulto de personas el estómago se le daba vuelta. 

Se mordió el labio, nerviosa.

-¿Eres la chica nueva, no? -Preguntó un tendero, al ver que la joven no paraba de mirar sus verduras, intentando decir algo, aunque parecía demasiado tímida. Tal vez los nórdicos despreciarían su aparente debilidad, pero él era un imperial, y sabía respetar a una mujer así.

-¿Ah? S-Si... -La de cabellos cortos hizo una pausa, dándose cuenta que seguramente debería de haber dicho algo más por la mirada del preocupado tendero.- Rhae. Rhae Khain. Un gusto.

Él también dio su nombre, pura simpatía, e incluso le tendió una mano, pero la bajó inmediatamente al notar que la jovencita no la tomaría, a juzgar por su gesto atemorizado.- ... Un gusto también.

Ella carraspeó, incómoda.

-Tres tomates, dos zanahorias, un saco de harina, y... Uhm, dos potes de sal, por favor. -Intentó sonreír. Digamos que le salió, para no hacerla sentir peor.

Pasándole de a uno los artículos pedidos, el imperial intentaba entablar conversación con ella. Era nueva, nadie sabía nada de ella, y al parecer estaba sola. ¿Cómo no sentir lástima por tal pequeña cosita? Debía de haber sufrido a causa de la guerra civil, eso lo tomó como conclusión casi inmediata, por el dolor que lograba percibir en sus ojos, pero intentaría no prejuzgar. Quizás simplemente era otra huérfana de la gran guerra.

Pero ella no contestaba mucho. No dejaba a nadie pasar por su barrera. Sonreía, temblorosa, e intentaba terminar la conversación lo más rápido posible. Pagó y se fue, dejando a un curioso hombre detrás suyo. 

Y él no era el único.  

¿Por qué alguien tan joven se mudaría a la ciudad que tenía el más grande cementerio en toda la comarca? Sólo había una respuesta; Alguien murió, o esperaba morir ella.

Rhae se alejó, intentando respirar tranquila, ya alejada de la parte más poblada de la ciudad. La noche era preciosa. 

¿Cuando se había vuelto tan arisca? Las primeras veces que había caminado entre humanos después de la conversión no había podido evitar convertirse. Ahora, cada vez más acostumbrada al contacto, le era más fácil controlarse.

Su casa, una pequeña granja lúgubre, era su único refugio. Si no era porque debía ganar el dinero para comer, seguramente estaría encerrada todo el día.

Por que era eso, o correr por el bosque en la forma que más odiaba y amaba al mismo tiempo.

¿Estaba asustada? Claro que lo estaba.

La mano temblorosa de Rhae aún fallaba al intentar entrar la llave en la cerradura cuando iba a dormir. 

Entró, y puso los víveres en una pequeña mesa junto al fuego que tenía.

Hora de dormir. 

Por suerte su tío, que hacía tanto había fallecido, había sido un buen herrero, y le había enseñado al menos en parte su oficio; Le sería extraño pedirle a alguien que pusiese grilletes en la cabecera de su cama. Es que no la entenderían. ¿Qué pensarían de ella? ¿Que tenía extraños gustos? ¿Que quería secuestrar a alguien? Cuando, a la única que quería retener allí, era a si misma. 

Todavía oía a Hircine, el dios de la caza, susurrándole que dejara salir a la bestia. Su sangre hervía al ver niños jugar. Víctimas pequeñas, fáciles. Quería pensar que ella no era así. Que era la enfermedad. Que la licantropía tenía una cura. Pero cada día, cuando despertaba de una pesadilla, la piel del lobo la dominaba.

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⏰ Última actualización: Aug 02, 2015 ⏰

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La Cazadora de Vvardenfell [¡Editada!]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora