Capítulo 5

22 0 0
                                    

Al contacto de su mano me siento, diferente. Como si estuviera cómoda con él, y tal vez así es. Él es diferente, es especial. Y rayos, ni lo conozco. Hace menos de 5 segundos supe su nombre. Pero algo dentro de mi paso, aunque no sepa que.

Y luego, recuerdo que el sigue aquí, de pie, tomando aun mi mano, y al parecer hablándome.

-Eh...- pregunto, totalmente perdida.

El muestra una sonrisa. Pero que sonrisa. Es perfecta. Sus dientes son perfectos. -Te preguntaba, que clase te tocaba- me responde.

-Ahorita me toca Humanidades-. Y ya no sé qué más decir.

-A mi igual- dice con otra de sus sonrisas perfectas.

-Pero...ayer no fuiste- digo, frunciendo el ceño porque no tiene sentido lo que dice.

-Como podrás notar, soy nuevo así que ayer estuve haciendo todo el papeleo y no pude ir a la primera clase-. Bueno, eso tiene sentido. -Y, al parecer, vamos muy tarde.- dice mirando un reloj que lleva en la muñeca.

Tomo mis cuadernos, el los suyos, y nos encaminamos al salón.

Jamás me hubiera imaginado que yo, Madison Owens, estaría caminado al lado de un chico, no de nuevo.

Conforme nos acercamos al salón, el temor empieza a hacerse presente. ¿Qué me dirá el profesor por llegar tan tarde? ¿Qué le diré? Todos me miraran. No puedo hacer esto. No puedo llamar la atención.

Noto que ya me he parado en seco y mis pies se arrastran lentamente hacia atrás.

-¿Madison?- Es la voz de Philip. Había olvidado que seguía aquí. Está parado a unos pasos de mí, con el ceño fruncido. No sé qué decirle y el pánico aumenta. Mi cuerpo se tensa más y muevo mis pies más rápido hacia atrás. Philip extiende su mano hacia mí en un vago intento de detenerme. -¿Estas bien?- me pregunta acercándose cada vez más. Pero claro que mi mala suerte llega y hace que me tropiece con mis pies por caminar hacia atrás. Me preparo para sentir el suelo debajo de mí, pero no pasa. Philip me tiene por la cintura y me mira a los ojos. Estamos demasiado cerca y otro tipo de miedo me asalta. No sé qué paso pero se dio cuenta al parecer. -Vamos, hay que salir de aquí-. Sigue rodeando mi cintura y me saca de la escuela.

-Espera, ¿a dónde vamos?- pregunto, aun dejándome arrastrar. Pero no responde, hasta que me abre la puerta de una camioneta blanca. -¿Qué haces?- pregunto, y me detengo en seco.

-No creo que te quieras quedar aquí-

-P...pero...yo...- tartamudeo, porque no sé qué decir. No quiero entrar a esa clase, pero esto es mucho.

-Vamos, volveremos después del almuerzo-. Eso es en como 3 horas.

-¿Y...a donde...mientras que...?-

-...haremos?- me dice mirándome con una leve sonrisa. -Pues debes conocer algún lugar rico para desayunar por aquí-.

-La verdad, es que no- respondo, agachando la mirada. Llevo aquí ya un año y creo que jamás he ido a comer fuera de mi casa.

-Pues es genial-. ¿Qué? Prácticamente le acabo de decir que habito en una cueva solitaria ¿y él dice que es genial? -así podremos buscar uno que nos agrade- dice con una sonrisa y señalándome la puerta. -Después de ti-. Me rindo y me subo con la ayuda de su mano. Rodea la camioneta, se sube, la enciende, y nos largamos de la escuela.

Por la ventana veo los arboles enormes que hay a nuestro alrededor. Luego de ver hacia afuera un tiempo, me giro para mirar al frente. La verdad es que no se a donde nos dirigimos. Y de repente, siento su mirada de reojo. Mis mejillas se encienden y me empiezo a sentir incomoda.

-Me agrada tu auto- digo, para que me deje de mirar.

-Fue un regalo de cumpleaños de mis padres- me responde, mirándome por un momento antes de volver la vista al frente.

-Y...¿qué marca es?- pregunto con curiosidad.

-Una Tacoma- dice sonriéndome. Y ahí se va mi tema de conversación. Ya no sé qué más decir. Así que asiento una vez y miro al frente. Después de varios minutos el habla. -¿Qué te parece ahí?- me pregunta señalando hacia una pequeña cafetería que se ve acogedora y asiento.

Él se estaciona y apaga el motor. Espero a que quite el seguro de la puerta pero no lo hace. Se endereza en su asiento y quita el seguro de mano y abre su puerta. Rodea la camioneta y, cuando creo que me dejara aquí, quita el seguro con las lleves, me abre la puerta y me ayuda a bajar. Iba a preguntarle que había sido eso, pero decidí callar. Empezamos a caminar hacia la cafetería cuando hablo.

-Ibas a abrir la puerta- dice.

-¿Qué?- pregunto, sin entender.

-Por eso no quite tu seguro, porque ibas a abrir la puerta por tu cuenta- me dice, mirándome. -Deberías de saber que aún quedan caballeros en este mundo- me dice, mientras abre la puerta de la cafetería. Y cuando paso por su lado para entrar, me guiña un ojo.

Santo Dios, puedo morir ahora.

¿Qué me está pasando?

IraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora