Memorias

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Una semana y dos días después exactamente pisé mi casa nuevamente.

En esa semana estuve muy bien acompañada, mis padres no se alejaban de mí y los "chicos" venían casi todos los días. Al final comencé a tomar un poco más de confianza con ellos. Eran simpáticos, sin embargo no los veía como el tipo de personas con el que solía juntarme.

Mi casa también estaba un poco cambiada, había más muebles de los que recordaba. Los sillones los habían cambiado y la casa tenía más plantas. De algún modo esos cambios le daban un poco más de vida.  Después de que mis padres se separaran mi madre se despreocupó de todo y las pocas plantas que teníamos se secaron, por lo que al final las tuvimos que sacar. Ahora que estaban juntos se notaba el cambio.

Caminé directo a mi habitación y me sorprendí al ver que no estaba tan cambiada como esperaba. Fue un alivio.

Las paredes seguían siendo de color calipso y las cortinas naranja suave. Mi cama estaba en el mismo lugar que hace dos años antes, pero ahora tenía algunas imágenes pegadas en la pared. Mayormente eran de revistas de moda y alguna que otra con Annabeth y con Nate.

Me fijé en una en la que salíamos en la playa Annabeth y yo. Parecíamos realmente felices.

Me senté en la cama y miré el escritorio que se encontraba justo frente a mí. Tenía una laptop  sobre él, una lámpara roja y una lapicera que rebosaba de lápices. Probablemente ninguno funcionara.

Mi madre apareció en la puerta de mi habitación y me sonrió. Le sonreí de vuelta.

–¿Muy cambiado? –preguntó.

–Solo un poco –susurré como respuesta.

Cruzó los brazos y miró a su alrededor.

–Te gustaba estar aquí, casi no salías. Te gustaba estar sola –dijo y luego rió, recordando algo–. A excepción de cuando venía Anna. Ambas siempre estaban muertas de la risa y las escuchábamos desde abajo.

Miré hacia el suelo y me mordí el labio inferior.

–¿Por qué volviste con papá? –pregunté sin mirarla. Esa pregunta me había estado carcomiendo desde que desperté, pero no me atrevía a decirla.

Mi madre entró en la habitación y se sentó a mi lado.

–Me lo encontré una noche que salí a un bar con unas amigas... –la interrumpí abruptamente.

–¿Tú en un bar? –­le pregunté sin poder creérmelo.

Ella se rió y se encogió de hombros.

–Fue tu idea –dijo, mirándome–. Creías que llevaba demasiado tiempo sola, que necesitaba a alguien. Pero me lo encontré a él. Estuviste feliz cuando te enteraste que íbamos a volver a vivir juntos.

¿Feliz? Yo habría dicho confundida, muy confundida.

Levanté la mirada y la miré a los ojos.

Mi madre suspiró y se puso de pie. Sacó algo de su bolsillo y lo colocó en mi mesita de noche.

–¿Qué es eso?

Pero ella no respondió, si no que me dejó ver que era nada más y nada menos que un teléfono.

Fruncí las cejas.

–Tengo una pregunta –le dije, mirando el aparato–. ¿Cómo es que yo tengo un accidente que me hace perder la memoria de mis dos años anteriores, sin embargo mi celular queda increíblemente  en perfecto estado? 

Mi madre soltó una pequeña risita.

–Nate lo salvó del accidente y nos lo dio –explicó–. Tenía solo daños exteriores, como la pantalla rota y cosas así, por lo que lo mandamos a arreglar. El hombre de la tienda dijo que todos los datos, la información, las fotos; todo eso estaba en perfecto estado. Incluyendo la contraseña.

ForgottenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora