Aunque no tenía autopsias programadas para ese día, Maura bajó a las dos y se cambió para ponerse el uniforme de trabajo. Estaba sola en el vestuario de mujeres y se tomó su tiempo para quitarse la ropa de calle. Dobló la blusa y los pantalones, y los colocó en un ordenado montoncito dentro de la taquilla. Notó la tela crujiente sobre la piel desnuda, como sábanas recién lavadas, y encontró consuelo en la rutina familiar de atarse la cinta del pantalón y meter el cabello dentro del gorro. Se sintió acolchada y protegida por el algodón limpio y por el papel que desempeñaba con ese uniforme. Echó un vistazo al espejo, a un reflejo tan frío como el de una desconocida.
Sintió todas las emociones blindadas contra su imagen. Abandonó los vestuarios, avanzó por el pasillo y empujó la puerta de acceso a la sala de autopsias. Rizzoli y Frost ya estaban de pie junto a la mesa, ambos con bata y guantes, obstaculizándole con la espalda la vista de la víctima. El primero que vio a Maura fue el doctor Bristol.
Estaba de cara a ella y su generosa barriga llenaba la bata de cirujano extragrande. La mirada del forense coincidió con la de Maura al entrar en la sala. Frunció el entrecejo por encima de la mascarilla, y Maura adivinó el interrogante en sus ojos.
-He pensado en darme una vuelta por aquí para presenciar ésta -comentó ella. Entonces Rizzoli se volvió para mirarla. También ella frunció las cejas.
-¿Estás segura de que quieres estar presente?
-¿No sentirías tú curiosidad?
-Pero no estoy segura de que quisiera presenciarlo. ¿A ti te parece bien, Abe?
El doctor Bristol se encogió de hombros.
-Bueno, qué diablos, supongo que yo también sentiría curiosidad -dijo-.
Únete al grupo.Se colocó al lado de la mesa donde estaba Abe y, al ver por primera vez el cadáver sin impedimentos, la garganta se le secó. Había visto su cuota de horrores en aquel laboratorio, había contemplado la carne en todos sus estados de deterioro, cuerpos tan dañados por el fuego o por los traumatismos que apenas podrían calificarse de humanos. Pero la mujer que había encima de la mesa estaba, por lo que se refería a su experiencia, notablemente indemne. Le habían limpiado la sangre, y la herida por donde había entrado la bala, en el lado izquierdo del cuero cabelludo, aparecía oculta por el negro cabello. El rostro no había sufrido daños y el torso estaba sólo estropeado por las manchas naturales de la piel. Había marcas recientes de pinchazos en la ingle y en el cuello, donde Yoshima, el ayudante del depósito de cadáveres, había sacado sangre para los análisis del laboratorio. Pero, salvo esos detalles, el torso estaba intacto: el escalpelo de Abe aún no había realizado una sola incisión. De haber tenido ya el pecho abierto y expuesta la cavidad, la vista del cadáver no habría sido tan inquietante. Los cadáveres abiertos eran anónimos. Los corazones, pulmones y bazos no eran más que órganos, tan carentes de individualidad que se podían trasplantar como piezas de recambio de un automóvil entre un cuerpo y otro. Pero aquella mujer todavía estaba entera y sus rasgos eran perfectamente reconocibles y asombrosos. La noche anterior, Maura había visto el cuerpo vestido por completo y en sombras, iluminado sólo por el rayo de la linterna de Rizzoli.
Ahora sus rasgos estaban expuestos con dureza a la luz de las lámparas de la mesa de autopsias; la ausencia de ropa revelaba el torso desnudo, y aquellos rasgos le resultaban algo más que familiares.
«Dios mío, es mi propia cara, mi propio cuerpo lo que hay encima de la mesa.»Sólo ella sabía cuan exacto era el parecido. Nadie más en aquella sala había visto la forma de los pechos desnudos de Maura, la curva de sus muslos. Sólo conocían lo que ella les había permitido ver: su rostro, su cabello. Era imposible que supieran que las similitudes entre aquel cadáver y ella llegaban a la intimidad del tono castaño rojizo del vello púbico.
Observó las manos de la mujer, los dedos largos y estilizados como los de la propia Maura. Manos de pianista. Los dedos estaban ya manchados de tinta. También le habían hecho radiografías del cráneo y de la dentadura. Esta última radiografía estaba expuesta en la caja luminosa: dos blancas hileras de dientes relucían como en la mueca del gato de Cheshire. «¿Sería ése el aspecto de mi radiografía? ¿Somos idénticas incluso en el esmalte de nuestros dientes?
»-¿Habéis averiguado algo más acerca de ella? -preguntó con un tono de voz que le sorprendió por su falsa tranquilidad.
-Todavía estamos comprobando el nombre de Anna Jessop -dijo Rizzoli-.
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Doble Cuerpo Tess Gerritsen
Mystery / ThrillerAl regresar de viaje de negocios a París. la Dra. Maura Isles se encuentra su casa de Boston precintada como la escena de un crimen. La victima, para asombro de Isles, no solo es idéntica a ella, sino que todas las pruebas forenses confirman que pod...