Capitulo 6

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Maura abandonó el sol de la tarde para entrar en la fría penumbra de la iglesia de Nuestra Señora de la Luz Divina. Por un instante sólo consiguió ver sombras, el vago perfil de los bancos y la silueta de una feligresa sentada delante, con la cabeza inclinada. Maura se deslizó entre dos bancos y se sentó.
Dejó que el silencio la envolviera mientras su vista se adaptaba al oscuro interior.

En las emplomadas vidrieras de arriba, fulgurantes con sus tonalidades sombrías, una mujer de cabellera rizada miraba con veneración el árbol del que colgaba una manzana roja como la sangre: Eva en el Paraíso Terrenal. La mujer tentadora, seductora. Y destructora. Mientras observaba la vidriera experimentó una fuerte sensación de inquietud y desvió la mirada hacia la contigua. Aunque sus padres eran católicos, no se sentía cómoda en la iglesia.

Contempló las luminosas y coloreadas imágenes de los santos mártires enmarcados en aquellas vidrieras y pensó que, a pesar de que ahora se les venerase como santos, estaba convencida de que cuando eran de carne y hueso no podían ser tan perfectos. Que la historia de su estancia sobre la tierra sin duda estuvo empañada por pecados, yerros y deseos mezquinos. Ella sabía, mejor que muchos, que la perfección no era humana. Se levantó, se volvió hacia el pasillo y se detuvo. El padre Brophy estaba allí de pie. La luz de una de las vidrieras proyectaba un mosaico de colores sobre su rostro. Se había acercado con tanto sigilo que ni siquiera le había oído llegar, y ahora estaban uno frente a otro, sin que ninguno de los dos se atreviera a romper el silencio.

-Confío en que no te vayas aún -dijo él, al fin.
-Sólo he entrado para meditar unos minutos.
-Entonces me alegro de haberte encontrado antes de que te fueras. ¿Te gustaría que habláramos?
Maura miró las puertas que tenía a su espalda, como si contemplara la posibilidad de escapar. Entonces soltó un suspiro.
-Sí, creo que me gustaría.
La mujer del banco de delante se había dado la vuelta para observarles. «¿Y qué verá? -pensó Maura-. A un sacerdote apuesto y joven. A una mujer atractiva. Intercambio de cuchicheos controlados bajo la mirada de los santos.»

El padre Brophy dio la impresión de compartir el desasosiego de Maura. Echó un vistazo a la otra feligresa y dijo:
-No tiene por qué ser aquí.
Entraron en el Jamaica Riverside Park y avanzaron por el sendero que seguía el curso del agua, bajo la sombra de los árboles. En aquella cálida tarde, compartían el parque con aficionados a las caminatas, ciclistas y madres que empujaban cochecitos de bebés. En un sitio público como aquél, un cura que paseara con una apesadumbrada feligresa apenas despertaría chismorreos. «Así será siempre entre nosotros -pensó ella mientras se agachaban bajo las ramas colgantes de un sauce-.

Sin el menor asomo de escándalo, sin atisbo de pecado. Lo que más deseo de él es aquello que no puede darme. Y, sin embargo, aquí estoy».
«Aquí estamos los dos.»
-Me preguntaba cuándo vendrías a verme -dijo él.
-Quería hacerlo, pero ha sido una semana muy dura. -Maura se interrumpió y contempló el río. El rumor del tráfico procedente de la carretera cercana ahogaba el ruido del agua-. En estos días he experimentado mi propia mortalidad.
-¿No la habías sentido nunca?
-De esta manera, no. Cuando la semana pasada presencié aquella autopsia...
-Has visto muchas.
-No sólo las he visto, Daniel; las he practicado. Sostengo el escalpelo con la mano y corto. Lo hago casi a diario en mi trabajo y nunca me había turbado. Quizá signifique que he perdido contacto con los seres humanos. Me he distanciado tanto que ni siquiera me doy cuenta de que es carne humana lo que disecciono. Pero ese día, observándola, me resultó todo muy personal. La miraba a ella y me veía a mí sobre la mesa. Ahora no puedo coger un escalpelo sin pensar en aquella mujer, en cómo pudo ser su vida, en lo que sentía, en lo que pensaba cuando... -Maura se interrumpió y suspiró-. Ha sido duro regresar al trabajo. Eso es todo.
-¿Tenías que hacerlo?
Perpleja ante la pregunta, se quedó mirándolo.
-¿Tenía otra opción?
-Haces que suene como si fuera una servidumbre impuesta.
-Es mi trabajo. Es lo que sé hacer.
-Esa no es, en sí misma, una razón para hacerlo. Así que... ¿por qué lo haces?
-¿Y tú por qué eres cura?
Entonces le tocó a él quedarse perplejo. Pensó un momento en la pregunta, de pie, muy quieto a su lado; el azul de sus ojos parecía apagado por la sombra de los sauces.
-Hace mucho que tomé esa decisión -dijo él-. Ya no pienso demasiado en ello. Ni siquiera me lo planteo.
-Debías de creer en lo que hacías.
-Y todavía creo.
-¿Y eso no basta?
-¿De veras crees que lo único que se requiere es la fe?
-No, por supuesto que no.
Maura se volvió y echó de nuevo a andar a lo largo de un sendero moteado de luces y sombras, temerosa de encontrarse con la mirada de él, de que Daniel pudiera ver demasiadas cosas en la de ella.
-A veces es bueno enfrentarse a la propia mortalidad -dijo él-. Hace que reconsideremos nuestra existencia.
-Preferiría no hacerlo.
-¿Por qué?
-No soy muy buena en lo que respecta a la introspección. Me exasperaban las clases de filosofía: todas aquellas preguntas sin respuesta... En cambio, la física y la química me resultaban comprensibles. Me confortaban porque enseñaban principios reproducibles y ordenados. -Se interrumpió para observar a una joven con patines que pasó empujando un cochecito con un bebé-. No me gusta lo que no se puede explicar.
-Sí, lo sé; siempre quieres ver resueltas las ecuaciones matemáticas. Por eso lo pasas tan mal con el asesinato de esa mujer.

Doble Cuerpo Tess GerritsenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora