Cuando Rizzoli entró en J. P. Doyle's encontró a los sospechosos habituales en torno a la barra. La mayoría eran policías que intercambiaban las batallitas del día frente a una cerveza y cacahuetes. Situado justo en la calle donde estaba la subcomisaría de policía de Jamaica Plain, Doyle's era con toda probabilidad el bar más seguro de Boston. Si alguien llegara a hacer un movimiento en falso, una docena de polis saltarían sobre él como una horda de patriotas de Nueva Inglaterra. La detective conocía a aquellos parroquianos, y todos la conocían a ella. Se apartaron para dejar paso a la señora embarazada, y Rizzoli descubrió algunas sonrisas mientras avanzaba entre la gente. Su vientre abría la marcha como la proa de un barco.
—¡Jesús, Rizzoli! —le gritó alguien—. ¿Has engordado o qué?
—Sí —contestó riendo—. Pero, a diferencia de ti, en agosto ya habré adelgazado.
Se dirigió hacia los detectives Vann y Dunleavy, que la saludaron desde el fondo del bar. Sam y Frodo, así llamaban todos a la pareja.El hobbit gordo y el hobbit flaco, compañeros desde hacía tanto tiempo que actuaban como un viejo matrimonio y, con toda probabilidad, pasaban más tiempo el uno con el otro que con sus respectivas esposas. Raras veces Rizzoli los veía por separado, e imaginaba que era sólo cuestión de tiempo antes de que empezaran a vestirse con trajes que hicieran juego.
Le sonrieron y la saludaron con pintas de Guinness idénticas.
—Hola, Rizzoli... —dijo Vann.
—Llegas tarde —añadió Dunleavy.
—Ya vamos por la segunda ronda...
—¿Quieres una?
Jesús, cada uno concluía las frases que iniciaba el otro.
—Hay mucho ruido aquí —dijo ella—. Vayamos a la otra sala.
Se encaminaron al comedor, al reservado habitual situado bajo la bandera irlandesa. Dunleavy y Vann se sentaron frente a ella, muy cómodos uno al lado del otro. Rizzoli pensó en su colega Barry Frost, un tipo agradable, incluso simpático, pero con quien no tenía absolutamente nada en común. Al final de la jornada, ella seguía su camino y Frost el suyo. Los dos se caían bien, pero ella no creía que pudiera soportar más intimidad que ésa. Y, sin la menor duda, no tanta como mostraban aquellos dos tipos.
—Así que te ha tocado la víctima de una Black Talon —comentó Dunleavy.
—Anoche, en Brookline —contestó—. La primera desde tu caso... ¿Cuánto hace de eso? ¿Dos años?
—Sí, más o menos.
—¿Cerrado?
Dunleavy se rió.
—Sellado como un ataúd.
—¿Quién fue el autor del disparo?
—Un tipo llamado Antonin Leonov. Un inmigrante ucraniano, un elemento de tres al cuarto que jugaba a hacerse el importante. De no haberle arrestado nosotros primero, al final la mafia rusa se lo habría cargado.
—Menudo imbécil —bufó Vann—. No tenía la menor idea de que le teníamos vigilado.
—¿Y por qué le vigilabais? —preguntó Rizzoli.
—Nos llegó el soplo de que estaba esperando una entrega de Tayikistán —añadió
Dunleavy—. Heroína. Una entrega importante. Le pisábamos los talones desde hacía casi una semana y nunca nos descubrió. Así que le seguimos hasta la casa de su socio
Vassily Titov. Vimos cómo Leonov entraba en casa de su socio. Debió de cabrearse con él, o algo por el estilo, porque oímos disparos y luego Leonov salió.
—Pero nosotros le estábamos esperando —remató Vann—. Como ya he dicho, un imbécil.
Dunleavy levantó su Guinness para brindar.
—Caso abierto y cerrado. Asesino atrapado con el arma. Nosotros estábamos allí y fuimos testigos. No sé por qué se molestó siquiera en declararse inocente. El jurado tardó menos de una hora en regresar con el veredicto.
—¿En algún momento os dijo dónde había conseguido aquellas Black Talons?— preguntó Rizzoli.
—¿Estás bromeando? —inquirió Vann—. No podía decirnos nada porque apenas hablaba inglés. Aunque no cabe la menor duda de que conocía el término
«Miranda»,2 porque exigió que se le leyeran sus derechos.
—Mandamos un equipo para que registrara su casa y su negocio —explicó Dunleavy—. Encontraron ocho cajas de Black Talons guardadas en el almacén, ¿te lo puedes creer? No sabemos cómo consiguió semejante cantidad, pero era todo un alijo. —Se encogió de hombros—. Y eso es todo lo que hay sobre Leonov. Yo no veo nada que lo relacione con tu asesinato.
—Aquí sólo ha habido dos asesinatos con Black Talon en cinco años —dijo ella
—. Vuestro caso y el mío.
—Sí, bueno, es posible que queden todavía algunas balas por ahí, circulando por el mercado negro. Consulta la página de subastas de eBay. Todo cuanto te puedo decir es que cogimos a Leonov, y nada más. —Dunleavy se acabó la pinta de cerveza
—. Tendrás que buscar a otro asesino.
Una pista que ya podía dar por descartada. Unos cuantos mafiosos rusos de hacía dos años no parecían relevantes en relación con el asesinato de Anna Jessop.
Aquella bala Black Talón era un eslabón perdido.
—¿Me dejaríais ese expediente sobre Leonov? —preguntó—. Sigo interesada en echarle un vistazo.
—Mañana lo tendrás en tu escritorio.
—Gracias, muchachos.
Se deslizó fuera del banco y tuvo que apoyarse para ponerse en pie.
—¿Para cuándo piensas soltarlo? —inquirió Vann, al tiempo que le señalaba el vientre.
—No veo la hora.
—Los muchachos han organizado una apuesta. Sobre el sexo de la criatura.
—Bromeas.
—Creo que está a setenta pavos a favor de que es una niña, cuarenta a que es un chico.
Vann soltó una risita burlona.
—Y veinte pavos a que es... otra cosa.
Cuando Rizzoli entraba en su piso, sintió que el bebé le daba una patada.
«Estate quieto, pequeño —pensó—. Ya es suficiente con que me hayas golpeado como si fuera un saco de arena todo el día. ¿Piensas seguir así toda la noche también?» Rizzoli no sabía si llevaba encima un niño, una niña o cualquier otra cosa; todo cuanto sabía era que su bebé estaba ansioso por nacer.
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Doble Cuerpo Tess Gerritsen
Mystery / ThrillerAl regresar de viaje de negocios a París. la Dra. Maura Isles se encuentra su casa de Boston precintada como la escena de un crimen. La victima, para asombro de Isles, no solo es idéntica a ella, sino que todas las pruebas forenses confirman que pod...