Capitulo 7

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El reloj que colgaba de la pared de la cocina continuó con su tictac. Los cubitos de hielo se fundieron lentamente en los vasos que había encima de la mesa. El tiempo siguió su curso. Pero Maura seguía atrapada en aquel instante, con las palabras de
Rizzoli girando sin cesar en el interior de su cabeza.

Contempló el rostro de sus padres y pensó: «Qué suerte tuve de que me eligierais a mí. Os echo de menos. Os echo mucho de menos, a los dos». Cerró el álbum y, con lágrimas en los ojos, se quedó mirando la cubierta de piel.

«Si al menos estuvierais aquí... Sólo con que pudierais decirme quién soy...»

Se fue a la cocina y cogió la tarjeta de visita que Rizzoli había dejado sobre la mesa. Al frente figuraba impreso el número de Rick Ballard, del departamento de policía de Newton. Le dio la vuelta a la tarjeta y vio que él había anotado también el teléfono de casa, junto con una nota:
«Llame a cualquier hora, del día o de la noche. RB».

Se dirigió al teléfono y marcó el número del domicilio particular. A la tercera llamada, una voz contestó con un simple «Ballard». Sólo el apellido, pronunciado con claro tono de eficiencia. «Es un hombre que va directo al grano -pensó-. No recibirá con agrado la llamada de una mujer a punto de desmoronarse espiritualmente.» Al fondo escuchó un anuncio de televisión. «Está en casa, descansando, y lo último que debe desear es que le molesten.»
-¿Oiga? -preguntó él, ahora con una nota de impaciencia.
Maura carraspeó, aclarándose la garganta.
-Lamento telefonearle a casa. La detective Rizzoli me dio su tarjeta. Soy Maura Isles, y...
«¿Y qué? ¿Quiere ayudarme a pasar esta noche?»
-Aguardaba su llamada, doctora Isles.
-Sé que debería haber esperado hasta mañana, pero...
-No se preocupe. Tendrá un montón de preguntas para hacer.
-La verdad es que estoy pasando un mal momento. Nunca supe que tenía una hermana, y de repente...
-Todo ha cambiado para usted, ¿verdad?
La voz que momentos antes había sonado brusca era ahora tan apacible, tan comprensiva, que Maura tuvo que parpadear para reprimir las lágrimas.
-Sí -murmuró.
-Tal vez debiéramos reunimos. Podríamos vernos cualquier día de la semana que viene. O si quiere que nos veamos por la noche...
-¿Podría ser hoy?
-Tengo aquí a mi hija. No puedo salir ahora.
«Claro, tiene familia», pensó Maura, y soltó una risita de turbación.
-Perdone, lo he dicho sin pensar.
-¿Por qué no viene aquí, a mi casa?
Maura guardó silencio; el pulso le martilleaba en los oídos.
-¿Dónde vive? Ballard vivía en Newton, una acogedora zona residencial al oeste del área metropolitana de Boston, apenas a cinco kilómetros de la residencia de Maura, en Brookline. Su casa era como todas las de aquella tranquila calle, sin nada que la diferenciara, pero bien cuidada. Otra casa cuadrangular en un barrio donde ninguna de las viviendas tenía nada destacable. Desde el porche delantero vio el resplandor azulado de la pantalla del televisor y oyó las monótonas vibraciones de música pop.

No era en absoluto el canal que esperaba que viera un policía. Pulsó el timbre. La puerta se abrió y acudió una chica rubia, vestida con vaqueros azules rotos y una camiseta que dejaba el ombligo al descubierto. Un atuendo provocativo para una muchacha que no tendría más de catorce años, a juzgar por las estrechas caderas y los pechos apenas incipientes. La muchacha no dijo ni una palabra, se limitó a observar a Maura con mirada hosca, como si vigilara la entrada de cualquier vendedor a domicilio.
-Hola -comentó Maura-. Soy Maura Isles, vengo a ver al detective Ballard.
-¿La está esperando?
-Sí.
-¡Katie, es para mí! -llamó la voz de un hombre.
-Creía que era mamá. Se supone que debería estar aquí ya.
Ballard apareció en la entrada, dominando con su estatura a su hija. A Maura le costó creer que aquel hombre, con su corte de cabello conservador y su planchada camisa a rayas, fuera el padre de una adolescente con aspecto de furcia pop. El detective le tendió la mano y se la estrechó con firmeza.
-Rick Ballard. Entre, doctora Isles. Mientras Maura entraba en la casa, la chica dio media vuelta, regresó a la sala de estar y se tumbó delante del televisor.
-Katie, por lo menos saluda a nuestra invitada.
-Me estoy perdiendo mi programa.
-Puedes invertir un segundo en ser amable, ¿no crees?
Katie soltó un sonoro suspiro, dedicó de mala gana un saludo con la cabeza, soltó un «hola» y volvió a concentrarse en el televisor. Ballard miró a su hija un momento, como considerando si valía la pena el esfuerzo de pedirle un poco de cortesía.
-Bien, baja el volumen -le dijo-. La doctora Isles y yo tenemos que hablar. La chica empuñó el mando a distancia y, como si se tratara de un arma, apuntó al televisor. El sonido apenas disminuyó.
Ballard se volvió hacia Maura.
-¿Quiere un café? ¿Té?
-No, gracias.
Él asintió comprensivo.
-Usted sólo quiere saber cosas de Anna.
-Sí.
-En mi despacho tengo una copia de su expediente.
Si el despacho era un reflejo del hombre, Rick Ballard era tan sólido y fiable como el escritorio de roble que dominaba la estancia. Pero no eligió atrincherarse detrás de él; le indicó el sofá y él se sentó en un sillón frente a ella. Entre los dos no se interponía más barrera que la mesita de centro, sobre la cual había una única carpeta. A pesar de que cerró la puerta, seguía oyéndose el frenético golpeteo procedente del televisor.
-Debo pedirle disculpas por la descortesía de mi hija. Katie está pasando una mala época, y no sé muy bien cómo negociar con ella últimamente. Sé cómo enfrentarme a los delincuentes, pero con las chicas de catorce años... -y soltó una risa pesarosa.
-Confío en que mi visita no empeore las cosas.
-Esto no tiene nada que ver con usted, créame. Nuestra familia pasa por una etapa de transición en estos momentos. Mi esposa y yo nos separamos el año pasado y Katie se niega a aceptarlo. Esto provoca un montón de peleas, mucha tensión.
-No sabe cuánto lo siento.
-Un divorcio no es nunca agradable.
-El mío seguro que no lo fue.
-Pero ya lo ha superado.
Maura pensó en Víctor, que no hacía mucho había vuelto a entrometerse en su vida, y en cómo, por breve tiempo, la había persuadido para que considerase la reconciliación.
-Lo siento -dijo la detective-. No sabía de qué otra forma decírtelo. Pero he pensado que tenías derecho a saber que tienes... -Rizzoli se interrumpió.

Doble Cuerpo Tess GerritsenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora