Una lucesita menos.

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Era de noche, casi las nueve y media, las luces de la cuidad brillaban como siempre, pero esta vez tenían algo diferente, algo faltaba, una luz quizá, una muy pequeña y solitaria, como casi todas en la ciudad.

Zelanda bajaba las escaleras del parque a donde iba a ejercitar los domingos, tenía la mente en las nubes a causa de su hermana Janet, había estado teniendo comportamientos extraños últimamente y eso la preocupaba. Mientras caminaba, iba analizando cada uno de ellos, no quería dejar ir ni al más mínimo detalle. Pasados unos quince minutos, llegó a su destino, una casa esquinera blanca de dos pisos, no muy grande, pero cómoda, al menos para las tres personas que vivían ahí, o eso creía ella. Su padre era un alcohólico desde hace años, tanto así que llegó al punto de matar a su esposa y enterrarla en el patio. Su hermana, Janet, tenía quince años, era una chica linda, sus ojos azules se veían cansados, y su piel era tan blanca como la nieve recién caída, en sus brazos y párpados las venas se le veían como si de piel transparente se tratara, era muy alegre y sacaba siempre sus mejores sonrisas para hacer sentir bien a los demás, pero hace unos meses había estado muy callada, en las mañanas, antes de irse al colegio, apenas y saludaba a su hermana, ni hablar de su padre, tomaba un vaso de agua y se iba, y al regresar, lo mismo. Zelanda en cambio, era como su madre, callada y relajada, trataba de verle siempre lo bueno a todo, aunque no lo tuviera. Su nombre era parte importante en su vida, Nueva Zelanda era el lugar en el que su madre había nacido, y al mudarse a México se había prometido a si misma hacer lo posible para recordar a su lugar de origen, y como fruto de esto le puso su nombre a su primera hija.

Zelanda, entró a su casa, todo estaba oscuro, sentía que algo pasaba, algo faltaba. Se dirigió hasta la cocina y se preparó un bocadillo. Comió lentamente mientras leía unos folletos para universidad. Recién se había graduado del colegio y quería tener una gran profesión para darle a su familia una vida mejor. Pasados unos quince minutos subió a su habitación para tomar una ducha y finalmente irse a dormir. Cuando terminó la ducha se sentía ligera y más fresca, se vistió rápidamente para no resfriarse y se puso a estudiar. Media hora más tarde, la auscencia de Janet se hacía notable y Zelanda estaba empezándose a preocupar.

Empezó buscando en su habitación, nada. En la de su padre, nada. La cocina, nada. El baño, nada aún. A estas alturas Zelanda ya estaba llorando. Se sentó en la puerta del baño y colocó la cabeza entre sus piernas mientras lloraba, estaba muy angustiada como para pensar tranquilamente. Levantó la cabeza para tomar aire y se encontró con las escaleras que llevaban a la terraza. Lentamente se levantó para dirigirse al lugar al que nadie había ido desde hace mucho. Abrió la puerta y fue ahí donde encontró aquello que le había faltado durante horas.

Había una ventanilla que mostraba una vista hermosa. La ciudad se veía como un árbol navideño con bellas sus luces parpadeantes. Cada una de ellas con una vida, con un destino que seguir, con amor para dar, amor para recibir, y decisiones que tomar, buenas o malas una vez que las tomas no hay vuelta atrás, simplemente arrepentimiento o satisfacción.

Frente a la ventanilla había una silla. Sobre la silla una tabla que sobresalía del techo. Atada a la tabla había una cuerda. Colgando de la cuerda había una joven. Una de las tantas que cansada de arrepentirse por sus malas decisiones tomó el camino fácil.

Zelanda corrió hacia el cuerpo inerte y comenzó a llorar desesperadamente.

Ella era su ultima esperanza, su único motivo para seguir luchando por seguir adelante, y ahora ya no estaba, se había rendido y desapareció. La luz de su vida había desaparecido. Era una lucesita menos.

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⏰ Última actualización: Jun 08, 2016 ⏰

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Un suicidio desapercibido. [editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora