La mañana amaneció con una calma engañosa. La luz entraba suave por las ventanas de la de casa, y el olor del café recién hecho ya se deslizaba por los pasillos. Ian se levantó sin hacer ruido, con la camiseta medio levantada y el cabello aún revuelto, caminando en calcetines hacia la cocina. Todo pintaba para ser un día tranquilo... hasta que escuchó el portazo del baño.
—¡¿Dónde está mi crema de almendras, Ian?! —se escuchó la voz de Fede, aguda, potente, una mezcla de desesperación y tragedia griega.
Ian parpadeó. Estaba sirviendo dos tazas de café, y la cuchara tembló un poco entre sus dedos.
—¿Qué crema? —preguntó, ya sabiendo que su respuesta sería la incorrecta.
—¡La que estaba en la segunda repisa! La que me hidrata la panza y me hace sentir menos globo aerostático. ¡Te dije que no la tocaras!
Fede apareció en el umbral de la cocina con una expresión dramática, el cabello revuelto y un batín que apenas se sostenía por los hombros. Sus ojos estaban vidriosos, y su ceño fruncido parecía tallado por Da Vinci en modo telenovela.
—Yo... no toqué nada, te juro —dijo Ian, alzando las manos como si un francotirador le apuntara desde el techo.
—¡Entonces seguro fue el duende del refri! —Fede giró sobre sus talones, bufando como un gato. Luego, sin previo aviso, volvió a entrar solo para decir—: Y encima hiciste café... sabés que ahora me da asco el café, Ian. ¿Querés que vomite encima de tus pantuflas?
Ian se quedó en silencio, mirando las dos tazas humeantes como si hubieran cometido un crimen.
—Anotado. El café es enemigo —susurró para sí, antes de tirarlo al fregadero.
El embarazo de Fede había entrado en esa fase mística, casi apocalíptica, donde los síntomas se manifestaban como si fueran cambios de estación en un país tropical: impredecibles, intensos y, muchas veces, cómicamente dramáticos. Ian había leído libros, visto videos y hasta descargado apps con títulos como "Papás primerizos: sobrevivir sin morir en el intento", pero nada lo preparó para la intensidad hormonal que vivía a diario.
Uno de los retos más constantes eran los cambios de humor. Fede pasaba de la risa al llanto con la velocidad de un rayo. Y lo peor es que Ian no podía evitar encontrarlo adorable... hasta que dejaba de serlo.
Mediodía.
—No quiero comer nada —dijo Fede, recostado en el sofá, abrazando una almohada gigante en forma de aguacate.
—¿Y si te preparo el puré de papas con queso que te gustó ayer? —sugirió Ian, optimista.
—¡Ayer! ¡Ayer, Ian! ¡Eso fue ayer! Mi hijo no quiere eso hoy. ¡Está en modo gourmet, quiere mango con limón y tajín!
Ian respiró profundo. Contó hasta cinco. Aún así, murmuró:
—¿No dijiste ayer que el tajín te sabía a cemento?
Fede se sentó de golpe como un resorte.
—¡¿Estás dudando de mi paladar?! ¡Estoy embarazado, Ian! Mi cuerpo es un templo cambiante y misterioso. ¡No te metas con él!
—Claro, claro —respondió Ian, ya buscando en el refri el mango, como si de eso dependiera su vida.
Tres horas después.
Fede lloraba viendo un comercial de comida para perros.
—Es que... ese perrito tiene cara de huérfano —decía entre sollozos, mientras Ian lo abrazaba sin entender nada.
—No tenemos perros, Fede.
—¡Pero si tuviéramos, se vería igual! Tan chiquito... tan solo...
—Está bien, le compramos una casa al perro invisible. Tranquilo.
A veces Ian solo tenía que rendirse ante la lógica emocional de Fede. Había descubierto que no tenía sentido discutir con una persona embarazada y sensible, cuyo sentido del olfato podía detectar un pepinillo a tres habitaciones de distancia y cuyo sentido del humor era más volátil que dinamita.
Una noche, mientras veían una peli en la cama, Fede cambió de expresión cinco veces en veinte minutos: rió, se ofendió, se rió por haberse ofendido, lloró por reírse, y luego volvió a llorar porque "el personaje principal tiene cara de nuestro bebé si fuera caricatura". Ian no entendía cómo su cerebro seguía funcionando.
—¿Sabés qué? —dijo Fede mientras se acurrucaba más a su lado—. Sé que estoy insoportable.
—Nah... estás como un volcán a punto de hacer erupción. Hermoso, pero peligroso —respondió Ian, besándole la frente.
—Te juro que a veces ni yo me soporto. Pero cuando te veo... siento que todo vale la pena. Que si mi cuerpo va a explotar, que al menos lo haga mientras estás a mi lado —murmuró Fede, con una sonrisa agotada pero sincera.
Ian se quedó en silencio. Lo miró por unos segundos antes de decir:
—Yo no me voy a mover de tu lado, Fede. Aunque te enojes por el café, por la crema de almendras o por el tono de voz con el que te dije "buenos días". Estás creando una vida, loco. Es un milagro con patas lo que estás haciendo. Me siento tan orgulloso de vos que hasta se me olvida respirar a veces.
Fede se rió, emocionado.
—Ay no... ¡ahora me vas a hacer llorar otra vez!
—Ya lloraste tres veces hoy, así que una más no hace daño.
Y sí, lloraron juntos. Pero también rieron. Y luego se pelearon porque Ian trajo la almohada equivocada. Pero terminaron abrazados, como cada noche, con Fede apoyando su oreja sobre el pecho de Ian, escuchando el ritmo tranquilo de su corazón, como si con eso pudiera calmar la tormenta que su cuerpo vivía.
Porque, al final, por más explosiones hormonales que hubiera, por más cambios de humor y antojos extraños, había algo que no cambiaba: el amor que crecía con la misma fuerza que esa pequeña vida en camino.
·
·
·
·
·
·
·
·
·
·
Palabras: 896
ESTÁS LEYENDO
༄☆- ¿MAS QUE AMIGOS? -☆༄
FanfictionIAN X FEDE (Ianfed) LUKAS X CARLITOS (Carlukas) MAX X YANKEE (Maxyank) PARCE solo.... +18 no para menores de edad Mundo omegaverse Ian Lucas: Alfa Fede Vigevani: Omega Max (Guarura): Alfa Yankee: Omega Lukas Urkijo: Alfa Carlitos: Omega
