1. Aquello que nos hace humanos

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El peor día de su vida, el sol brilló en un encantador cielo azul. Ni siquiera podría contar, años más tarde, que su temperamento fue acompañado por el tronar de densas nubes grises, puesto que todo a su alrededor recordaba a un maldito día de primavera. Tampoco se escucharon por la radio de la aldea noticias de algún extraño suceso que presagiara desastres naturales o muertes por terribles epidemias. No, el peor día de su vida fue insultantemente normal, y mientras se subía su ropa interior con una mueca avergonzada en la monótona sala del hospital de Luna, solo pudo mascullar obscenidades que nadie escuchó.

-Felicidades, Xavier.

Volviéndose hacia la puerta, frunció el ceño en dirección a la mujer que le sonreía. Como si aquello tuviese algún sentido.

-Tiene que haber algún error, simplemente no es posible.

-Claro que lo es, los análisis son 100% fiables.

-Repítelos. No puede ser.

Solo que la repetición no desaparecería el problema por arte de magia.

-Xavier, estás embarazado. Felicidades.

-¿Tengo que recordarte que soy un alfa? Los alfa no pueden embarazarse.

-Eres un género regresivo, ya lo hemos hablado. Tu cuerpo se ha transformado para hacerlo posible.

-No.

-Xavier, tienes una vagina entre las piernas, no puedes negar lo innegable.

Claro que podía, a pesar de haber desarrollado órganos que no debían estar ahí.

-Todo esto debe ser causa de alguna droga que me metieron en esa estúpida fiesta. Los alfas no desarrollan órganos de reproducción femeninos.

-Sí que lo hacen si son recesivos. Pero no te preocupes que es temporal, solo estarán ahí hasta que cumplan su función.

Pero él no era recesivo. Nunca nadie le había dicho algo similar, por lo que parecía improbable que de la noche a la mañana su segundo género hubiese cambiado. Las cosas simplemente no se daban así. Elena, quien fungía como matrona además de como jefa de la aldea, lo miraba con una sonrisa en los labios, feliz de que uno de sus mejores guerreros fuese a aumentar la población del clan.

-No puedo hacer esto, Elena.

-Claro que puedes.

-No lo entiendes, ya sería bastante malo si solo me tuviese a mí, un alfa que por lo visto resultó no serlo, pero además de eso tendrá que cargar con el peso de su otro progenitor. No pienso tolerarlo.

-¿Quién fue?

Quién más que él, por supuesto, el mayor idiota de la maldita aldea. Como no era capaz ni de pronunciar su nombre, decidió cambiar de tema. La broma barata que les había jugado el destino iba a acabar con ambos en el manicomio.

-Eso no importa. ¿Qué vamos a hacer?

-¿Cómo que qué vamos a hacer?

-No puedo tenerlo -gritó exasperado.

-No creo que tengas muchas opciones, Xavier.

Claro que las tenía, pero aquel día había agotado toda su paciencia, por lo que decidió dejar aquella conversación para otro momento y terminó por despedirse de la matriarca con un formalismo fuera de lugar en aquella situación. No recorrió ni diez metros cuando se topó con ella. Porque, por supuesto, el karma debía pensar que aún no tenía suficiente. Ainhoa le miró con sus bonitos ojos verdes agrandados por la preocupación, y le observaba como si él fuese a desmayarse en cualquier momento. Sintió su toque sobre la tela de su chaleco, pero decidió mantenerse quieto.

Hermosos imprevistosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora