20 EL HOGAR FAMILIAR, EL HOGAR DE AMBOS

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Alexis se despertó de madrugada, desorientado y con un sudor frío cubriéndole la parte superior del cuerpo. Sabía que había estado soñando, aún guardaba el regusto amargo de la pesadilla en la boca, pero no podía recordar nada más allá de la esquiva sensación de angustia.

Agudizó el oído, por si acaso lo que le había sacado del sueño era el llanto de alguno de sus hijos, pero la mansión Lobos se mantenía en espectral silencio, ni siquiera dejándose escuchar el ligero viento que soplaba en el exterior. A su lado, la figura de Xavier se removió inquieta, pero el moreno no despertó, mostrando lo acostumbrado que estaba a la presencia de Alexis. Con una sonrisa, tapó con la sábana aquel cuerpo atlético que se mostraba en toda su gloría gracias a la luz de la luna que lograba colarse por la ventana. Se veía pálido, casi fantasmal, y aun así tan atractivo como siempre.

Tras lo que habían sido horas y horas de revolcones entre las sábanas, su cuerpo se encontraba adolorido donde debía estarlo, y aquella sensación extraña en su trasero no hacía sino recordarle que el Lobos no se había sentido proclive a permitirle ser el activo en aquella ocasión. No es que importase, porque el sexo con él era bueno estuviese en la posición que estuviese, pero Alexis echaba de manos la sensación de adentrarse en su interior y sentir como cada uno de los músculos de Xavier se empeñaba en absorberlo hacia sí, con presteza y desenfreno.

Bajó los pies de la cama y se puso en pie, necesitando llegar al baño para vaciar su vejiga. Ni dos minutos después, cuando estaba lavándose las manos, la presencia del Lobos tras de él puso cada uno de sus nervios en aviso. Volviéndose, le miró.

—¿Te he despertado?

—Sí.

—Lo siento.

La conversación escueta murió con la negativa simple de Xavier, que sacudió la cabeza mientras dejaba a sus ojos vagar por el cuerpo desnudo de Alexis. No había rastro del depredador en él, por lo que supo que no habría otra ronda de sexo al menos hasta después. Se secó las manos, dejándole espacio a sabiendas de que necesitaba tiempo para organizar lo que tuviera que decir. Y fue precisamente cuando llegó de nuevo a la cama, sentándose y dejando la espalda apoyada en el respaldo del cabecero, que habló.

—Vístete –exclamó mientras le tiraba una de sus camisas sin hombreras. Alexis se la pasó por la cabeza, siendo consciente de que no le llegaba siquiera a las caderas. Decidió entonces taparse el regazo con las sábanas —. He estado pensando. Por la noche.

—¿Y? –preguntó tras el tenso silenció que siguió a sus palabras. Xavier se crispó, pero finalmente todo su cuerpo se relajó, dejándose caer en la cama a su lado.

—Y está bien. –Ante la mirada perdida de Alexis, frunció el ceño, contrito—. Puedes volver a la casa.

Fue consciente de que aquella invitación conllevaba muchísimo más que una mera mudanza. Supo, tal y como esperaba Xavier, que estaba dando su consentimiento a empezar de nuevo con una relación.

—¿Por qué?

Y aunque no se esperaba ninguna respuesta por su parte, tuvo que ocultar su sorpresa ante las siguientes palabras del Lobos.

—Porque os echo de menos.

¿Era aquello una razón válida? Sí, seguramente a aquellas alturas era perfectamente válida.

—¿Y tus demás amantes?

—Puedo vivir sin mujeres mientras el tema del sexo esté cubierto.

—¿Y Ren?

—Si yo voy a dejarles, tú también.

—Sí, es lógico.

Se calló, sin saber muy bien qué se decía en aquellas ocasiones. ¿Debía abrazarle para demostrar la emoción que pugnaba por escapar de su cuerpo? Xavier no hubiese tomado aquello bien, por lo que sería mejor dejarle suficiente espacio. Después de todo comprendía que aquello respondía más a la necesidad de Lobos de volver a sentirse como una familia que a lo que suponía emprender de nuevo su relación.

Hermosos imprevistosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora