6. La nueva vida

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Exuberante y bienvenida era la luz que entraba a través de la pequeña ventana. Así como las suaves y frescas ráfagas de aire que de vez en cuando llegaban hasta él, desvaneciendo temporalmente el aire a desinfectante y antibióticos. No era capaz de sentir absolutamente nada, y eso, a juzgar por la cantidad de cables que veía salir de su cuerpo, no podía ser buena señal. Su brazo izquierdo zumbaba en un molesto hormigueo, pero el resto de su cuerpo permanecía quieto, laxo en su reposo y sin el agudo y continuado dolor que estaba seguro, debería sentir. Las voces se mezclaban, y como en un dejavu todo parecía formar parte de un puzle que su adormecido cerebro no era capaz de montar. Demasiado complejo, como piezas abstractas que se amontonaban unas junto a otras frente a sus ojos, sin significado real que le ayudase a comprender lo que le rodeaba.

Nunca sabría cuánto estuvo así, mirando la ventana mientras las figuras pasaban junto a él de forma extrañamente lenta y deforme. Mucho después, Xavier volvió a despertar de un intranquilo sueño, y esta vez sí que pudo reconocer a la persona inclinada sobre él. Elena le estaba intentando cegar a base de bien con una minúscula linterna que apuntaba directamente a su pupila derecha. Con un gruñido, levantó una mano para apartarla de un manotazo, pero cuál fue su sorpresa cuando, en vez de acertarla a ella, se pegó a si mismo torpemente.

—Estate quieto, Xavier.

—¿Qué demonios me pasa? —preguntó con un hilo de voz que le impresionó. Elena no se inmutó, sin embargo, y la maldita linterna asaltó su otro ojo.

—Acabas de salir de un mini coma inducido por el exceso de anestesia y pérdida de energía. Debes tener aún el cerebro de la consistencia de una papilla.

—Vaya, eso suena realmente genial.

De pronto, Xavier se tensó. Sus pulmones vacíos de todo oxígeno, sus manos aferradas temblorosamente a las sábanas.

—¿Dónde están? —siseó.

Elena no fingió ignorancia, cosa que Xavier agradeció en silencio.

—Ellos están bien.

—¿Dónde?

—Necesitan cuidados especiales, por lo que están en una sala con incubadoras para ellos. Pronto podrás verlos, pero aún no podemos moverlos.

Xavier se mordió la lengua. Eran tantas las cosas que quería preguntar. Que necesitaba preguntar, en realidad. Solo que no sabía por dónde empezar. ¿Qué había pasado? ¿De verdad estaban bien? ¿Los dos? Y Alexis, ¿qué había pasado con él?, ¿estaba con ellos?

Absurdamente, lo primero que pudo pensar fue que por primera vez en mucho tiempo, se sentía él mismo. No había barriga gigante, aunque Xavier no se atrevía a mirar bajó las sábanas para comprobar el estado de lo que antaño había sido un firme y musculado abdomen. Igualmente no quería ver su rostro, temeroso de encontrar de nuevo la piel macilenta que había tenido las últimas semanas de embarazo. Aun así, todavía quería ver a sus hijos. Necesitaba saber que estaban bien, y no cejaría hasta verlo con sus propios ojos.

—¿Y Alexis?

—Descansando. Lleva una semana en coma inducido, también, exactamente desde la operación de extracción.

Asintió, incapaz de decir nada más.

—¡Xavier!

Casi maldijo en voz alta al ver la figura de Ainhoa en la puerta. A decir verdad, no se encontraba en su mejor momento, y contra menos gente viese, mucho mejor. No iba a echarla, de todas formas, por lo que compuso su expresión lo mejor que pudo para recibirla, tomando su mano de forma cuidadosa cuando se acercó hasta la cama. Xavier miró el gestó con ambas cejas arqueadas, pero Ainhoa estaba tan emocionada que no se dio cuenta, y si lo hizo, lo dejó pasar.

Hermosos imprevistosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora