Si algo tenía claro Xavier en ese momento, era que su redondeada y recientemente torpe figura era el centro de atención de toda la maldita feria. Donde quiera que mirara, solamente podía notar pares de sagaces ojos osados en él, interrogantes, jueces de algo que ni siquiera entendían. Y le molestaba.
Enderezó aún más su espalda, ignorando el tirón que aquello causó en sus adoloridos lumbares. El incómodo hormigueo que en ocasiones sentía en su barriga le hizo fruncir el ceño, más preocupado sin embargo por mostrarse indiferente ante el escrutinio de los demás. A su lado, la estridente voz del idiota le distrajo momentáneamente, pudiendo vislumbrar su brillante cabellera rubia entre la masa de gente que se aglomeraba ante los puestos feriantes.
El distante sonido de los fuegos artificiales se escuchaba sobre el alarido general de la gente, iluminando el oscuro cielo con un abanico de brillantes colores que casi le cegaban. Se sentía cansado y hambriento. No, quizás no hambriento, pero los diferentes olores de los puestos ambulantes no paraban de causarle un antojo tras otro. Primero aquellos frijoles demasiado picantes para su condición. Después, ese enorme algodón de azúcar, que terminó comiendo a pesar de saber perfectamente lo ridículo que se vería con él.
Había evitado las conversaciones inútiles que los demás habían intentado entablar con él. Primero Sergio y su estúpida pregunta de cómo le iba llevando aquella enorme panza consigo. Suerte fue que Xavier estuviese comiendo un helado en ese momento y hubiera sido problemático agarrar al chico para pegarle una paliza sin que su helado de vainilla se cayese al suelo.
Después su antiguo maestro, Kai, había intentado animarle contando algunos chistes idiotas sobre guerreros ciegos y misiones tontas. Sobra decir que ninguno de ellos con gracia. Alexis se había puesto a su lado y hablado él solo durante unos incansables quince minutos. Más o menos el tiempo que tardó su paciencia en desaparecer por completo.
Finalmente, ante la frustrante sensación de agobio que le causaban los demás, Xavier terminó retrasando su paso, quedando así a una distancia prudencial del resto. Con un poco de suerte, no se acordarían de él en un buen rato.
—No deberías quedarte atrás —dijo Ainhoa, apareciendo de la nada y cogiéndole por un brazo. Xavier, acostumbrado a su contacto, no se separó. Ainhoa parecía mirar a su alrededor con ojos brillantes de satisfacción—. No sé qué demonios hizo Alexis para convencerte de que vinieses, pero si lo hubiese sabido antes, le hubiese pedido su ayuda mientras estábamos juntos. ¡Me fue imposible llevarte a ningún sitio!
Fue un alivio que en aquel instante no estuviese comiendo nada, si no seguramente se hubiera atragantado. Ainhoa, ajena a su evidente bochorno, señalaba uno de los puestos feriantes, que regalaba peluches del tamaño de personas a quien acertase con un cuchillo a las minúsculas figuritas que pasaban ante sus ojos a la velocidad de la luz.
—¡Mira esos peluches, Xavier! Deberíamos conseguir al menos un par para los bebés.
Xavier no veía el porqué. Pero tal y como pasaba frecuentemente en los últimos tiempos, fue ignorado por una excitada Ainhoa, que le arrastró sin miramiento alguno a través de la gente. Cuando ambos llegaron al puesto, todos a su alrededor se apartaron. Algunos con miradas intrigadas, otros simplemente con desdén.
—¿Cuál te gusta más? Te conseguiré ese y aquel cerdito de la esquina.
Xavier entrecerró los ojos al ver el cerdo que su amiga señalaba. Sus hijos deberían esperar años para alcanzar el tamaño de aquella cosa.
Ainhoa le tiró del brazo para llamar su atención, señalando los demás peluches.
—¿Cuál quieres?
Había más cerdos, muchas tortugas, delfines, pájaros de una especie aún por definir y perros de todo tipo. En el fondo se hallaban colgados un par de dragones. Obviamente, nada demasiado aterrador o creíble, y tenían unos ojos bien redondeados y abiertos que recordaban a los cuentos infantiles que tan poco había leído. Dentro de lo malo, aquello parecía ser lo mejor.
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Hermosos imprevistos
RomanceMás de veinte años atrás, la nieve se tiñó de rojo con la sangre de su familia. Ahora, bajo la presión de recuperar el linaje de su clan, todos esperan de él que cumpla con su papel como alfa: encontrar una omega, casarse y tener descendencia. A vec...