𝐃𝐢𝐯𝐞𝐫𝐬𝐚𝐬 𝐲 𝐩𝐞𝐪𝐮𝐞𝐧̃𝐚𝐬 𝐡𝐢𝐬𝐭𝐨𝐫𝐢𝐚𝐬 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐠𝐞𝐦𝐞𝐥𝐨𝐬 𝐤𝐚𝐮𝐥𝐢𝐭𝐳 𝐢𝐧𝐭𝐞𝐠𝐫𝐚𝐧𝐭𝐞𝐬 𝐝𝐞 "𝐓𝐨𝐤𝐢𝐨 𝐇𝐨𝐭𝐞𝐥"
-Algunas son traducciones al español
-Contenido 18,si no es de tu agrado puedes pasar a la siguien...
La lluvia caía con fuerza sobre el parabrisas, golpeando con un ritmo constante que hacía aún más tensa la atmósfera dentro del auto. El sonido de los limpiaparabrisas era lo único que interrumpía el silencio incómodo entre ellos, hasta que ___ lo rompió.
—Siempre es lo mismo, Bill. —Su voz estaba cargada de frustración—. No confías en mí.
Él apretó el volante con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos. —¿Y cómo quieres que confíe, si escondes cosas? ¡Si me entero por otros y no por ti!
___ giró el rostro hacia él, con lágrimas formándose en sus ojos. —¿Esconder? ¡No te dije porque siempre reaccionas así! ¡Con gritos, con enojo!
Bill golpeó el volante con la palma, frustrado. —¡Porque me importa! ¡Porque me vuelvo loco de solo pensar en que algo pueda pasarte!
Las luces de la carretera iluminaban sus rostros tensos, el aire denso dentro del auto era como una cuerda a punto de romperse.
Ella apartó la mirada, respirando entrecortada. —No quiero vivir con alguien que cree que cuidarme significa controlarme.
Esas palabras lo atravesaron como un cuchillo. Bill sintió que todo dentro de él ardía, pero antes de poder responder, la carretera les jugó en contra.
Un camión apareció de pronto, derrapando en el carril contrario por el asfalto mojado. Todo pasó en un instante: las luces blancas cegadoras, el chirrido de los frenos, el corazón de ambos golpeando sus pechos como tambores.
—¡___! —gritó Bill, girando el volante.
Las llantas patinaron, el coche dio un trompo, y el impacto fue brutal. El mundo se quebró en un estruendo de metal doblándose, vidrios explotando y un dolor punzante que lo sacudió todo.
El auto quedó destrozado en medio de la carretera. El olor a gasolina, humo y sangre impregnaba el aire.
Bill, aturdido, abrió los ojos con dificultad. Sentía un corte en la frente, la sangre resbalando, pero lo único que buscó con desesperación fue a ___.
—¡___! —gritó, arrastrándose entre los restos del auto.
Ella estaba atrapada, el cinturón de seguridad le había salvado la vida, pero su rostro estaba manchado de sangre y respiraba con dificultad.
—Bill… —susurró apenas audible—. Me duele…
El corazón de él se desgarró. Con manos temblorosas intentó sacarla, rompiendo pedazos de metal como podía. —No hables, por favor. ¡No cierres los ojos! ¡Mírame, cariño, mírame!
Ella parpadeaba con lentitud, luchando por mantenerse consciente. —Lo… siento…
—¡No! No digas eso —Bill lloraba, sus lágrimas cayendo sobre el rostro de ella—. Esto fue mi culpa, ¿me oyes? ¡Yo debía protegerte! No debimos pelear, no debí perder el control.
Las sirenas comenzaron a escucharse a lo lejos, pero cada segundo era eterno. Él presionaba su herida con las manos, rogando. —Aguanta, amor, por favor, aguanta. Si te pierdo, me muero contigo.
Cuando los paramédicos llegaron, tuvieron que apartarlo para poder sacarla. Bill se resistía, gritando, llorando como nunca lo había hecho. —¡Tienen que salvarla! ¡Por favor! ¡No la dejen morir!
Lo retuvieron mientras ella era subida a la camilla. La imagen de Rachel inconsciente, con tubos y oxígeno, lo perseguiría por siempre.
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En el hospital, Bill sintió que el tiempo se congelaba. Caminaba de un lado a otro en la sala de espera, con las manos ensangrentadas y el alma hecha pedazos. Cada minuto era un castigo.
"Si no despierta… si no vuelve conmigo… nunca me lo perdonaré."
El médico salió después de lo que sintió como una eternidad. —Está grave. Varias fracturas, una hemorragia interna, pero sobrevivió al accidente. Hicimos todo lo posible para estabilizarla. Ahora depende de ella.
Bill cayó de rodillas, cubriéndose el rostro. El alivio y el miedo lo atravesaban al mismo tiempo.
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Cuando por fin le permitieron entrar, la vio conectada a máquinas, con vendas y tubos. Parecía tan frágil que el simple hecho de tocarla le daba miedo.
Se sentó a su lado, tomó su mano y apoyó la frente contra ella. —Mi amor… soy un idiota. Te puse en peligro, te grité, discutí contigo mientras conducía y casi te pierdo para siempre.
Su voz se quebraba con cada palabra. —Si despiertas… te prometo que voy a cambiar. Te prometo que jamás volveré a lastimarte, ni con mis gritos, ni con mi orgullo. Solo quiero estar a tu lado… cuidarte, amarte… porque eres mi vida entera.
Las horas pasaron lentas, hasta que una leve presión en su mano lo hizo reaccionar. Levantó la mirada y la vio abrir los ojos, débiles, pero vivos.
—Bill… —murmuró apenas.
Él rompió en llanto, acariciando su rostro con ternura infinita. —¡Gracias a Dios! Pensé que te perdía, cariño.
Ella intentó sonreír, débil pero real. —No… tan fácil no me deshaces de mí.
Bill rió entre lágrimas, besando su frente con cuidado. —Te amo. Perdóname por todo.
____cerró los ojos con calma, susurrando: —Te amo, Bill.
Y en ese momento, entre las máquinas, las cicatrices y el dolor, comprendieron que habían recibido una segunda oportunidad. Una que ninguno de los dos volvería a desperdiciar.
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