Capítulo 7: Ali

38 2 0
                                    

No consigo conciliar el sueño. Pruebo en distintas posiciones, me doy la vuelta, pero nada funciona.

Me levanto y empiezo a andar por la habitación. Aquí, en la oscuridad de mi cuarto, es mucho más fácil admitir que mi hermana quizás tenga algo de razón, quizás si estoy algo perdida. ¿Qué estoy haciendo con mi vida? No lo sé, y me atrevería a decir que la mayoría de las veces no me importa la respuesta. Solo espero superar esto dos años e irme entonces lejos. Este no es mi lugar, y por tanto, no sabré realmente quien soy si permanezco aquí.

Distraída, abro la ventana y la luz de la luna inunda mi habitación. Es una noche despejada y calurosa de finales de junio. Me quedo unos segundos pasmada  mirando las estrellas, hasta que una idea pasa fugazmente por mi cabeza:

Quiero salir.

Necesito salir.

NECESITO SALIR.

Salgo disparada hacia el armario y me pongo lo primero que veo: vaqueros, una camisa holgada y unas zapatillas cómodas.

¿Y ahora qué hago?  Como bajar a la planta baja no es una opción, ya que me descubrirían, solo me quedan las ventanas del primer piso, que se hallan a una distancia considerable del suelo.

Sin pensarlos dos veces, valoro mis posibilidades: hay un árbol, en cuyas ramas tenía un columpio hace años. También está la valla que separa nuestro jardín trasero de la cancha de tenis del vecino. Me decido por esta última opción, así que me desplazo por el alfeizar y alcanzo la alambrada con facilidad. Bajo lentamente, hasta que llego a la parte inferior de la verja. Corro hacia la puerta, al otro lado del jardín, y me echo a andar por las calles desiertas.

Hace una temperatura realmente agradable, y en poco tiempo, a paso rápido, llego a la zona antigua de la ciudad. Me pierdo entre las callejuelas estrechas y los edificios de piedra. Absorbo el aroma de la noche, mientras paseo a la luz de las farolas. Los locales están llenos de gente que celebra el fin de las clases, pero las calles están vacías. La tranquilidad, la adorada tranquilidad.

De repente, oigo unos pasos detrás de mí. Me giro lentamente, y otra persona me sorprende por delante, cogiendo el móvil de mis manos. Me quedo paralizada. El que había llegado por detrás, me pasa su brazo por mis hombros y empieza a hablar:

-¿Qué le pasa a esta damisela? Paseando sola por la calle. ¿Ha terminado mal la noche?

-Todo iba perfecto hasta que aparecieron dos cerdos en mi camino- intento sacarme de su agarre, pero no funciona. Además, que el otro se dedique a hacer malabarismos con mi móvil, no ayuda.

-Uh, que se pone rabiosa. Pase lo que te pase, yo puedo hacerte olvidar. Solo una noche, ¿qué me dices?

Ali cálmate. Ali cálmate. Ali cálmate.

-¿Si? ¿Una noche? Tiempo suficiente para reventarte esa cara de gilipollas que tienes e intentar arreglártela. Y ya de paso a tu amigo, que como no pare de lanzar mi móvil...

-Eh, tranquila...- se aproxima a mi oído y empieza a susurrar. Le apesta el aliento a alcohol- No te pongas nerviosa. Estás con el rey. Vamos para casa.

El capullo empieza a andar. Intento por segunda vez zafarme de su agarre, pero no funciona. Tiene bastante fuerza para lo bajo que es. Por su parte, el otro sigue tirando mi móvil al aire, que por ahora aún no se le ha caído, a pesar de lo bebido que va.

Empiezo a asimilar la situación: yo, atrapada por dos borrachos, sin mi móvil, de madrugada, en una calle desierta. Si le sumamos que mi familia cree que estoy tranquilamente durmiendo en mi habitación, la cosa se pone aún más divertida. ¿Qué podría salir mal?

Ya que no puedo salir de su agarre, lo pillo por sorpresa y empiezo andar hacia atrás. Si, como los cangrejos. No avanzo ni tres pasos cuando me choco contra algo.

-Tíos, estáis muy bebidos, dejad a la pobre chavala en paz.

-Oh, mirad quien ha llegado. ¿Qué tal tío? Cuanto tiempo.

El desconocido primero saluda al que está con mi móvil, y después al que me sujeta.

-Chavales, iros para casa o para donde durmáis hoy, que la noche se os está haciendo larga.

-Ya nos íbamos, pero la princesa nos lo está poniendo un poco difícil.

Debido a la intervención del recién llegado, dejan de prestarme tanta atención, lo que me permite finalmente soltarme.

Antes de darle tiempo a reaccionar, le propino un puñetazo en la cara. Sorprendido aún por el golpe, cae de rodillas y un líquido rojo empieza a brotar de su nariz. Su compañero deja caer mi móvil y se dirige corriendo hacia él. Yo admiro la escena incapaz de moverme, como si sucediera todo a cámara lenta.

Veo por el rabillo del ojo como el que acaba de llegar recoge mi móvil, se acerca, me agarra y empieza a tirar de mí.

-Vamos, muévete. Tenemos que salir de aquí.

Atardeceres azul cobalto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora