Capítulo 2: Álex

71 3 0
                                    

Paseo por la calle observando a todas las personas que van y vienen, preguntándome cómo será su vida, qué problemas tendrán, cual será su secreto mejor guardado... Sin prácticamente darme cuenta, llego al portal y me dispongo a sacar las llaves, cuando me abren desde dentro. Una señora, de unos sesenta y algo años, me mira al otro lado del cristal. Le mantengo la puerta abierta para dejarla salir primero, pero ella me hace un gesto con la mano para que entre.

-Buenas tardes.

-Buenas tardes -tras saludarme, me mira durante unos segundos más de los cordialmente establecidos, y me pregunta - ¿Qué tal Alejandro?

-Bien, bien ¿y usted?- algo me dice que no debo alargar más la conversación, porque cuanto más tiempo, más posibilidades hay de que esto no acabe bien.

-No me trates de usted. Yo bastante bien, los dolores de la edad no perdonan, pero a excepción de eso, no me puedo quejar.

La miro, sin saber muy bien que decir, que hacer. Una voz en mi cerebro no para de decirme: vete, no alargues más esto, ya ha sido suficiente. Al final opto por lo más fácil:

-Pues me alegro mucho de que se encuentre bien.

Intento sacar una sonrisa de cortesía y trato de escabullirme hacia los ascensores, pero ella me agarra por el brazo y me mira directamente a los ojos. Pierdo en pocos segundos mi autocontrol, me saco bruscamente su mano de encima y me dirijo hacia ella.

-Te envía él, ¿no? Pues ya le puedes decir que estamos perfectamente y que no necesitamos de su caridad. Que nos deje en paz y que sea por una vez valiente y se dirija a nosotros directamente. Mira, mejor no, no le digas eso, dile que no se dirija a nosotros de ninguna de las formas posibles.

Me alejo y subo los escalones que dan al rellano de los ascensores. Ella se queda mirándome, sin inmutarse, como si no le hubiera afectado nada de lo que le dije. El ascensor pita cuando por fin llega y mientras se abre, ella me dice:

-No me envía él. He venido porque quería visitar a una persona, sin embargo, si me ha mandado un regalo para ti. Lo he dejado en tu habitación.

Sin mirarla entro en el ascensor y pulso el botón del piso más alto. Me miro al espejo y veo como en dos segundos he pasado de estar bien, a un estado de rabia que no puedo controlar. Las puertas se cierran y llego a escuchar:

-Te quiero. Soy tu abuela y siempre lo seré.

A veces la capacidad de manipular se lleva en los genes.

En pocos segundos, las puertas del ascensor se vuelven a abrir. Salgo y meto las llaves apresuradamente en la cerradura. Abro la puerta y doy un portazo tras de mí. Voy hasta mi habitación y me quedo en el umbral, con las manos temblando, viendo el paquete que hay encima de la cama. Me decido a entrar y me acerco. Me espera una caja rectangular naranja. La abro y me encuentro las zapatillas que quería, las que llevaba buscando en internet meses, esperando encontrar una falsificación cuyo precio sí me pudiera permitir. Me giro lentamente y me siento en la cama. ¿Cómo ha podido saberlo? Quizás no es tan desconocido como yo quisiera, quizás si que me conoce más de lo que me gustaría.

Atardeceres azul cobalto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora