Capítulo 2

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Capítulo 2

Amber

El mes de diciembre no tardó en llegar. Pero aunque me sentía emocionada por la cercanía de las fechas navideñas, las cosas en casa estaban más tensas que nunca, ya que mamá se dio cuenta de que algo raro le sucedía a David y, por lo tanto, decidió hablar con él. ¿El resultado? Ninguno. David se negó a dialogar con ella. Y conmigo.

Sin embargo, mi vida fuera del entorno familiar no estaba tan patas arriba. Compartí varios momentos junto a Vicent y, sin preverlo ni quererlo, forjé una bonita amistad con él. Por lo general solíamos quedar después del trabajo o íbamos a alguna exposición de arte. En una de nuestras citas me comentó que su verdadera pasión era pintar, y me prometió que algún día me mostraría alguno de sus cuadros. Pero aquella promesa nunca se llevó a cabo, porque todo comenzó a tambalearse no mucho tiempo después.



Era una fría y lluviosa tarde cuando salí del trabajo un poco antes de lo normal, así que apenas llegué a casa no perdí tiempo y aproveché para bajar al trastero y traer conmigo el árbol del año antepasado y, también, una caja saturada de objetos de decoración. Tardé varios minutos en mover algunos de los muebles del salón, ya que no había suficiente espacio, pero una vez que lo conseguí, estuve tranquila adornando con guirnaldas y bolas de diferentes colores.

Me encontraba sentada de rodillas, metiendo todas las cosas que no había utilizado de vuelta a la vieja caja de cartón, cuando mamá entró por la puerta a la vez que se desenrollaba la bufanda de lana rosa que tenía alrededor del cuello.

Alcé una ceja y eché un vistazo al reloj colgado en la pared de la cocina americana; había estado distraída durante casi tres horas.

—¡Santo cielo! ¿Qué es eso? —me preguntó, horrorizada.

—Nuestro bello árbol —respondí con indignación, pero al notar su evidente descontento observé mi obra maestra abarrotada de bolas. Quizás, en aquel entonces, la decoración no era precisamente mi punto fuerte.

—Es... es bastante voluminoso —replicó disgustada—. Voy a cambiarme, estoy reventada. —Dio media vuelta, mirando el árbol de reojo.

Exhalando con cansancio, me puse de pie y la seguí hasta su dormitorio. Tras dejarme caer despatarrada en la cama, me quedé con la mirada fija en el techo mientras ella buscaba un pijama en el armario.

—Te quiero mucho —susurró después de unos segundos. Su comentario me descolocó.

—Yo también te quiero. —Me apoyé sobre un codo y, a continuación, la miré sorprendida—. ¿Estás triste?

—No, no lo estoy. —Se sentó a un lado de la cama—. Estoy orgullosa de ti.

—¿Va todo bien? Me estás asustando.

—Todo está perfecto, pero tenía la necesidad de decírtelo. Me he dado cuenta de que no te lo digo muy a menudo.

Sonreí con cariño.

—No hace falta porque me lo demuestras todos los días.

—No sé qué haría sin ti, Amber.

—Si quieres te doy una pista de lo que sí puedes hacer. —Se quedó expectante y esperó a que yo continuara—. ¿Un bocadillo? —pregunté con voz inocente.

Se puso de pie y, enseguida, me dijo:

—Entonces que sean dos.

En silencio fuimos hacia la cocina. Ella se encargó de cortar dos trozos grandes de pan y buscar el queso en el frigorífico, mientras yo cogía unas cuantas servilletas y sacaba dos platos. Me encontraba colocándolos encima de la encimera cuando el teléfono interrumpió nuestras labores.

Fragmentos © (Ya a la venta en Amazon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora