Un ambiente incómodo

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(Es la hora del té. Llaman a la puerta y un hombre de mediana edad recibe a una joven dama).

-¡Oh, Charles! ¡Cuánto tiempo, aunque juraría que no eras tan viejo la última vez! -dice la dama.

-Bueno, bueno, es que usted estaría ciega la última vez... -responde él.

-¿Yo, ciega? -cuestiona.

-Sí, usted, usted.

(De pronto irrumpe en la habitación una vieja, con velo y vestida de luto).

-Hum... ¿quién es usted, joven dama? -pregunta el hombre, a quién le gusta alagar bastante a las mujeres.

(La anciana se ríe alagada).

¿Ella joven? ¡Pero si va camino de los sesenta y ocho! -se mofa la mujer joven.

-Calle, calle, que dos mujeres son mejor que una, aunque esta sea una vieja chocha -le murmura entre dientes el hombre a la dama, sin que la otra mujer se entere.

-¡Ah, grosero! -se escandaliza la dama joven, llamada Caroline.

-Calme, usted es la única mujer para mí... -la tranquiliza él, abrazando aún a la vieja, que sigue sin enterarse de nada.

-Bueno, el caso es que yo venía a ver que hacía usted, porque desde que mi marido murió estoy más aburrida que una ostra -dice la anciana de nombre Franchesca.

-Bueno, en ese caso ¡sentémonos a tomar el té! -sugiere el hombre.

(Se sientan. Una mujer a cada lado del hombre).

-Bueno, ahora que estamos solos... -dice Franchesca, que se intenta echar sobre él para besarle.

(El hombre hace aspavientos por el mal aliento de la vieja).

-¡No estamos solos! -se defiende.

-¡Es verdad! -respalda Caroline, indignada.

-¡Cómo si lo estuviésemos...! -insiste la anciana.

-¡Si hombre! -protesta la joven.

-¡Que no! -sentencia el hombre- ¡Que a usted le huele mal el aliento y encima tiene verrugas!

-¡¿Cómo se atreve!? -se escandaliza Franchesca.

-Si me atrevo. Y además se va de aquí porque yo quería estar a solas con esta señorita -añade.

-¡Yo no pienso salir de aquí! -se empecina la vieja.

-Pues entonces la pondré en un sitio donde no incordie -resuelve nuestro hombre.

(La mete en un armario de la habitación).

-¡Por fin a solas! -suspira Caroline.

-Sí -concuerda el hombre- esa vieja estaba molestando demasiado...

-Charles, yo le quería pedir a usted una cosa... -comienza la dama.

-¿De veras? -pregunte él.

-Si, yo... -comienza ella- Me gustaría saber si usted...

-¡Sí, acepto la proposición de matrimonio! -grita eufóricamente.

-¿¡De matrimonio!? -se extraña Caroline- ¡Si yo quería pedirle que comprara acciones de mi empresa!

-¡No!

-¡Sí!

-¡No!

-¡Que sí, hombre!

-¡Qué fraude! -suspira el hombre- ¡Entonces, se lo propongo yo!

-¿El qué? ¿Las acciones o el matrimonio?

-El matrimonio -sentencia.

-¡Oh, Charles, qué galán es usted! -suspira la dama- Pero me temo que no puedo, ¡estoy casada!

-No importa, ¡pida el divorcio! -sugiere él.

-¡Charles, ¡no me haga reir!

-Oiga, a propósito... ¿por qué no para de llamarme Charles? -pregunte el hombre.

-¿¡Cómo!? ¡Usted se llama Charles! -se escandaliza.

-¿Charles? -reflexiona él- ¡Ah, ya me acuerdo...! ¡Es aquel joven al que hice que se llevaran al manicomio para poder o suplantarle...!

-¿¡Qué!? -se horroriza Caroline- ¡si usted no es Charles yo me marcho de aquí ahora mismo!

-No soy Charles, pero le aseguro que me gusta estar en su compañía incluso más que él -se defiende pícaramente.

-¿De veras? -pregunta ella ingenua.

-¡Claro!

(Intenta besarla).

-¿¡Pero qué hace!? -se escandaliza Caroline.

-No se preocupe, nadie se enterará -la tranquiliza.

-¿Y mi marido? -insiste.

-Tampoco -afirma el hombre rotundamente.

(Comienza a intentar besarla otra vez).

-Querida... -murmura él.

(Irrumpe el criado repentinamente).

-Señor, ¿quiere que...? ¡Dios mío!

-¡Demonios! -estalla nuestro hombre- ¿¡es que no puedo estar a solas ni un minuto con una mujer!?

Cuentos del crepúsculoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora